Sociedad
La vida de una mascota con discapacidad
La perrita Aly, con las patas traseras paralizadas desde los ocho años, fue feliz gracias a los cuidados de Marina. Vivió abandonada hasta los tres meses.
La perrita Aly, con las patas traseras paralizadas desde los ocho años, fue feliz gracias a los cuidados de Marina. Vivió abandonada hasta los tres meses.
Bichos Raros es una organización que trabaja con animales discapacitados desde hace diez años en un pequeño pueblo cercano a El Escorial. Allí hay un centro donde reciben cuidados todos aquellos animales que están en silla de ruedas. Los que tienen una discapacidad menor se encuentran colindante recuperándose. «Es fácil atender a animales que requieren atención específica», afirma María, su presidenta, enfermera de profesión. De ahí que no encuentre demasiada dificultad en esta tarea. «Con ayuda de asociaciones y veterinarios, poco a poco se va consolidando la organización. No recibimos ayuda económica, pero el hecho de que haya quien colabore ofreciendo material para el cuidado de nuestros animales nos permite seguir hacia delante», añade.
Bichos Raros trata de trasmitir a los animales positividad y hacerlos felices, pese a sus dificultades. «Con pocos días de tratamiento y la gran capacidad de recuperación de los animales se obtiene éxito seguro en muy poco tiempo». Por ello lo que se vive y se respira en este lugar es felicidad. «Los veo a todos tan felices...», cuenta María que le refieren quienes visitan su organización.
«Aunque no es fácil, hay muchos materiales que facilitan la vida a los animales con discapacidad. Lo importante es seguir con tu vida normal», este es el consejo que da María en nombre de la organización Bichos Raros a todos aquellos que viven con un animal con discapacidad en casa.
Un gran ejemplo es el caso de Aly, una perrita que, tras ocho años de felicidad, un día cambió su vida: se quedo paralizada de las patas traseras. Todo empezó en 1998. Aly estaba perdida en una carretera y la persona que la recogió tenía otro can, así decidió ofrecérselo a su vecina Marina. Ahí empezó la aventura. La primera vez que cogió entre sus brazos a esta perrita de tan sólo tres meses «tuve la corazonada de que iba a estar con ella para siempre». Marina nunca había tenido un animal en casa, pero ese primer sentimiento que tuvo con Aly hizo que se quedara al cuidado de la perrita. A día de hoy es técnico de veterinaria y ha visto muchos casos de animales pero, aunque aquellos años era una inexperta en el tema, este can tardó pocos días en obedecer y aprender dónde comer y dónde hacer sus necesidades. «Aly venía a todos los sitios conmigo y nos entendíamos muy bien. Era la compañera perfecta», afirma Marina. Pasaron unos años muy felices pero con tan sólo ocho años, la perrita empezó a andar de lado. Su dueña la llevó al veterinario varias veces en la misma tarde. «No se observa nada, puede ser un golpe», le insistía su veterinario. «Fue uno de los peores días de mi día, al final se empezó a poner rígida y se quedó paralizada de las patas traseras». Cuando volvieron al veterinario, el diagnóstico fue una inflamación de médula. De inmediato, Marina cuenta que buscó un hospital en Madrid donde le extrajeron líquido de la médula y le hicieron una resonancia. Los resultados fueron irreversibles, «Aly quedaría paralizada para toda la vida y había posibilidad de que muriera».
Marina decidió entonces llevársela a su casa con tratamiento y esperar obviando el hecho de sacrificar a su gran compañera, a pesar de que esa era la recomendación que había recibido de los veterinarios. «Por intentarlo, por cabezonería, por esperanza», eran las razones por las que la joven quiso luchar por su mascota. «Estuve varios meses durmiendo a su lado en el salón, cuidándola y dándola la medicación a sus horas». Poco a poco empezó a mejorar, aunque no controlaba esfínteres y estaba sin movibilidad en las patas traseras. Los veterinarios no se explicaban la mejoría. «Desde aquel día la vida diaria con Aly fue una lucha muy dura durante tres años», afirma la joven. El animal iba perdiendo fuerza y se hacia heridas en las patas, ya que no tenía sensibilidad. El pronóstico empeoró al cabo del tiempo. Fue el momento en el que el veterinario explicó a Marina que la mejor opción era una inyección para su descanso. Esa fue la decisión que finalmente tomó su dueña para que Aly, que ya tenía 11 años, dejara de sufrir. Ahora Marina la recuerda con cariño cuando va a una propiedad familiar, donde está enterrada su «compañera perfecta».
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