Sierra Nevada
Las lagunas de Sierra Nevada, una pista sobre el cambio climático
Las lagunas de Sierra Nevada, ubicadas por encima de los 2.600 metros, reúnen los requisitos idóneos para estudiar las condiciones ambientales de los últimos 10.000 año.
Las lagunas de Sierra Nevada, ubicadas por encima de los 2.600 metros, reúnen los requisitos idóneos para estudiar las condiciones ambientales de los últimos 10.000 años, lo que puede ayudar al conocimiento de los efectos del cambio climático para, a partir de ahí, hacer predicciones futuras.
Y eso es lo que está haciendo un equipo multidisciplinar de investigadores de las universidades de Granada, Arizona, Glasgow y Tokio, además del Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra.
El objetivo final del proyecto es hacer una reconstrucción paleoambiental lo más detallada posible del sur de la Península Ibérica en una zona, como ocurre con todo el área mediterránea, «bastante sensible» al cambio climático, ha explicado a Efe Antonio García-Alix, profesor del departamento de didáctica de las ciencias experimentales de la Universidad de Granada.
Y las lagunas del macizo montañés registran especialmente bien los cambios climáticos, entre otras cosas porque al hallarse a tanta altura -por encima de los 2.600 metros-, el efecto del hombre no se ha visto reflejado en ellas, de ahí que los registros de sedimento estén «intactos».
Si estuvieran situadas a menor altitud, cualquier resto de vertido o polución por efecto del hombre podría distorsionar el registro.
Los investigadores centran su estudio en las lagunas de la Mula, la Mosca, los Peñones Negros y borreguiles (especie de humedales en los que se desarrolla vegetación baja) como el de la Virgen.
Su labor consiste en analizar diversos indicadores de los registros de sedimentos de cada una de las lagunas que puedan aportar información tanto del cambio climático como de los efectos antrópicos, para hacer una reconstrucción paleoambiental de la zona.
El estudio de registros como el polen les permitirá conocer por ejemplo el tipo de vegetación que rodeaba a la laguna, y el de la composición orgánica de sedimentos (la geoquímica orgánica) los procesos que se han registrado en los últimos 10.000 años en el lago, como por ejemplo si había más o menos algas.
«Se sabe que en los últimos cinco mil o seis mil años ha habido una tendencia a condiciones más áridas, y eso lo vemos reflejado en nuestras lagunas porque hay más aporte de polvo sahariano», explica.
El estudio forma parte de un proyecto más ambicioso que incluirá la comparación de todos esos registros con otros del norte de Escocia, porque las condiciones atmosféricas provocan que en determinadas épocas, cuando en Sierra Nevada el clima es más árido allí es más húmedo y viceversa.
Eso se conoce como oscilación del Atlántico Norte, y lo que pretende el equipo multidisciplinar es reconstruir cómo ha variado esa oscilación en los últimos diez mil años, porque probablemente hay un componente cíclico en ello.
«Si podemos ver cómo han cambiado esos ciclos en el pasado podremos ser capaces de predecir o intuir cómo van a cambiar en el futuro», según el investigador, que indica que a esos mecanismos naturales habrá que sumar la acción del hombre.
«Si tenemos registros antiguos que no están perturbados por la acción humana y registros que sí lo están, podemos hacer reconstrucciones intentando ver cómo la acción del hombre puede influir en esta variable», resume García-Alix.
En el marco de este estudio ya fue muestreada la laguna de Río Seco, situada a 3.020 metros sobre el nivel del mar, en Sierra Nevada.
La investigación dejó al descubierto evidencias de polución provocada por plomo y asociada a actividades metalúrgicas que datan de hace unos 3.900 años (la Edad del Bronce Temprana).
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