Aborto

Mi madre tenía quince años y no quiso abortar

Coral es madre de Amaya
Coral es madre de Amayalarazon

Miles de chicas menores de edad se quedan embarazadas cada año en nuestro país. Sin embargo, no todas optan por afrontar la maternidad.

Miles de chicas menores de edad se quedan embarazadas cada año en nuestro país. Sin embargo, no todas optan por afrontar la maternidad. Camila y Coral estuvieron a un paso de abortar y pasaron por infinidad de dificultades sociales y familiares. Hoy, ambas pueden decir orgullosas que, lejos de suponer un obstáculo, la maternidad les ha brindado una oportunidad para superarse. Actualmente, las dos colaboran con la Fundación Madrina, ayudando a muchas otras jóvenes que atraviesan la misma situación que ellas vivieron. Ambas relatan a LA RAZÓN su historia y sus esperanzas en el futuro.

Camila Lugones, 19 años, madre de Ágata, de 3: Dejó las bandas latinas y su hija ha conseguido «arreglarle» la vida

«Te vas a arruinar la vida». Se trata de una frase recurrente que tuvo que escuchar Camila. Cuando contaba con unos 15 años se quedó embarazada de un chico un poco mayor que ella. «¿Es una broma?», le preguntó entonces el futuro padre. Con el apoyo de su madre, lo tenía todo listo para interrumpir su embarazo. En plena clínica, recibió una llamada del padre: «Tengo un mal presentimiento, tenemos que hablarlo», le dijo. «No soy muy creyente, pero, si ya estaba aquí el bebé, ¿quién soy yo para evitarlo?», reflexiona a día de hoy Camila. Fruto de su decisión nació Ágata, que ya tiene 3 años. Sin embargo, ocurrieron muchas cosas en el periodo transcurrido entre aquella visita a la clínica y las vacaciones de Navidad que hoy puede disfrutar con su niña. Camila reconoce que era una chica «muy problemática, tanto en casa como en el colegio. La cagaba mucho». Perteneció a una banda latina. «No son como las de las películas, ni tienes que matar a nadie ni tienes que acostarte con nadie», afirma. Pero sí que estuvo involucrada en peleas. También la expulsaron del instituto y ningún centro quería aceptarla. Recuerda que consiguió entrar en un Programa de Cualificación Profesional Inicial (PCPI), pero entre su embarazo –«me desmayaba, vomitaba...»– y los cuidados que tenía que dispensar a su hermana pequeña, no pudo acabar sus estudios. Los servicios sociales dejaron de ayudarla. Sin olvidar que su hija sufría una infección respiratoria. De hecho, las tres horas que tuvo que esperar en la sala de espera le costó una buena «bronca» con los médicos. «Aquellos días fueron un caos», dice.

Afortunadamente, la situación cambió. Durante estos días, Camila trabaja intensamente en el «call center» de Fundación Madrina, ONG que ayuda a las madres y adolescentes en riesgo. Fueron sus salvadores. Cuando la posibilidad de interrumpir su embarazo estaba sobre la mesa, le enseñaron lo que era un aborto, la acogieron y la ayudaron a salir adelante. Tanto a ella como a su madre. Y hoy, se dedica a atender a otras madres, tan jóvenes como ella o más, que afrontan un embarazo. «En la Fundación son como una gran familia», dice la joven.

Camila rehizo su vida con otra persona. Y, visto con perspectiva, cree que seguir con su embarazo fue la mejor decisión que pudo tomar. «Ahora estoy trabajando, estudiando... Quiero ser militar de las Fuerzas Armadas. No me he rendido, quiero superarme, ser alguien». Y en buena parte, todo se lo debe a Ágata. «Mi hija no me ha interrumpido nada. Más bien, me ha arreglado las cosas. Si no fuera por ella, no trabajaría, no estudiaría... ¿Que el embarazo es una piedra en el camino? A la gente le gusta lo fácil. Y la vida no lo es. Ágata ha sido como una palanca que me ha ayudado un poquito más», añade. Y es que, «los niños no pueden pagar nuestros errores».

Durante estos días de Navidad, también puede presumir de una abuela orgullosa por su nieta. Atrás quedaron aquellos días en los que la convenció para acudir a una clínica. «Está obsesionada con Ágata», reconoce.

Coral Mateos, 22 años, madre de Amaya, de 5: Tenía cita para abortar y ser madre le ha hecho más «madura»

Si los adolescentes están sembrados de dudas, imaginen el caso de una joven de 17 años que se enfrenta a la posibilidad de abortar. «Yo no sabía lo que quería. También pensaba que, con el aborto, se me quitaban los problemas», recuerda Coral, que se quedó embarazada con 17 años. Cada acontecimiento que vivió en la clínica le gustaba menos que el anterior: cuando le hicieron una ecografía no quisieron enseñarle la imagen; no le enseñaron el sobre –obligatorio– que incluye información de las asociaciones que podían ayudarla; el psiquiatra, «con cuatro cosas que le contabas, rellenaba un informe de 10 folios», y, lo que no es menos importante, estando embarazada de 20 semanas le dijeron que estaba de 18. «Tenía 17 años y sentía que me trataban como una tonta. Se pasaban el tiempo ocultando cosas y me parecía sospechoso. Tenía cita para el 22 de enero. Y aquel día me dije: ‘‘Mejor me quedo en casa’’. Y tuve a mi hija». Y así nació Amaya, que ahora tiene 5 años.

A los 16 años, Coral vivía fuera de casa. La relación con sus padres no era buena. Pensaban que tener el bebé no era la mejor opción. Recuerda que le dio a su pareja la noticia del embarazo durante una Nochevieja, en medio de una discusión. Dejó los estudios, aunque luego logró «sacarse» una prueba de acceso al Grado Medio. «Tener a Amaya me ha hecho un poco más madura. Antes sólo pensaba en gastarme el dinero e irme de fiesta. Tengo que ahorrar, si no, no me llega el sueldo...», dice. Con el padre de la niña, no ha vuelto a tener relación. Mientras, su madre la ayudaba con 100 euros todos los meses.

Como Camila, Coral trabaja en la Fundación Madrina, que la ayudaron previamente con el embarazo. Habló con ella el presidente de la Fundación, Conrado Giménez-Agrela. Estuvo en uno de los pisos de acogida de esta ONG, después se fue, la volvieron a acoger... Encontró un trabajo, se quedó en el paro, y, a día de hoy, trabaja en la Fundación atendiendo a chicas que atraviesan sus mismos problemas. Entre otras labores, gestiona los correos electrónicos de la Red Madrina, en los que estas adolescentes cuentan sus experiencias. «Quizá no tengo la profesionalidad de una trabajadora social, pero sí la sensibilidad», dice. Los casos que atiende no dejan de sorprenderle: hace poco, una niña de apenas 11 años le comentó que se había quedado embarazada. «Se trata de convencerles de que pueden salir adelante, darles una esperanza, que se piensen bien las cosas...».

Al hablar del aborto, tiene su postura clara. «Igual que hay seguridad social para abortar, también debería haberla para ayudar a las madres, que no tengan que esperar dos años para cobrar la renta mínima», dice. Y es que, «el dinero que se destina al aborto podrían dárselo» a estas madres con dificultades. «El aborto es un negocio... Te cobran un pastón, venden los fetos a laboratorios...», añade.

Y Amaya, ¿conoce ya su historia? «Prefiero no contarle mentiras, porque si no, se va formando una bola», dice. Tiempo habrá para contárselo con detalle. Además, Coral tiene una ventaja: la brecha generacional con su hija será más bien estrecha. «Cuando Amaya sea mayor, me iré con ella de fiesta», dice.