Viaje a Francia
«¡No podemos tratar a los migrantes como mercancías de cambio!»
El Papa denuncia en Marsella «el contrabando repugnante» de extranjeros en «la plancha de cemento» del mar Mediterráneo
El pontificado de Francisco no se entiende diez años después sin su grito en defensa de los derechos de los migrantes y los tirones de orejas a la comunidad internacional por mirar para otro lado, levantar muros o estigmatizar al extranjero en lugar de proponer soluciones a corto, medio y largo plazo.
Hoy volvió a demostrar que su escapada de apenas 30 horas a Marsella tiene, entre otros objetivos, continuar siendo el azote sobre esta tragedia. De hecho, lo advirtió en el vuelo que llevó desde Roma en un diálogo informal con los periodistas que lo acompañaban. «Espero tener el valor de decir todo lo que quiero decir», advirtió. En el diálogo con los comunicadores ya expuso que los desembarcos de estos últimos días en la isla italiana de Lampedusa, su primer destino como Papa, es una «crueldad» que rebela una «terrible falta de humanidad».
Pero más allá del avión, donde Francisco expresó su denuncia pública con más decibelios en fondo y forma fue en el monumento dedicado a los marineros y migrantes perdidos en el mar, situado a unos 200 metros de la Basílica de Notre-Dame de la Garde, donde justo antes compartió una oración con el clero local.
Al aire libre, acompañado por líderes de distintas religiones, Jorge Mario Bergoglio tomó la palabra después de guardar un silencio atronador. Y no se anduvo con circunloquios. Su primer mensaje fue este: «Ante nosotros está el mar, fuente de vida, pero este lugar evoca la tragedia de los naufragios, que provocan la muerte. Nos reunimos en memoria de aquellos que no sobrevivieron, que no fueron salvados». A partir de ahí, alertó de que los naufragios no son cifras, sino «nombres y nombres, son rostros e historias, son vidas volteadas y sueños destruidos» El pontífice relató cómo aquellos que se lanzan al Mediterráneo en busca de «un futuro mejor» sufren cómo «este mar espléndido se ha convertido en una enorme planta de cemento, donde muchos hombres y mujeres están privados incluso del derecho a tener un entierro, pero el único que debe ser enterrado es la dignidad humana». Francisco citó al paso un pasaje del libro «Hermanito» (Miñán), una obra escrita a cuatro manos entre el periodista vasco Amets Arzallus y Ibrahima Balde, migrante guineano que relata esta travesía mortal.
Después, advirtió a los presentes de que «nos encontramos ante una encrucijada de la civilización». «¡No podemos rendirnos ante seres humanos tratados como mercancías de cambio, abiertos y torturados de manera cruel!», exclamó el Papa. Y añadió justo después otra protesta: «¡No podemos seguir presentando los dramas de los naufragios, provocados por el contrabando repugnante y por el fanatismo de la indiferencia!». En esta misma línea, apuntó con el dedo a los «desinteresados que condenan a muerte con guantes de seda».
Frente a ello planteó que «se debe apoyar a las personas que, cuando son abandonadas en las calles, corren el peligro de encontrar su camino, es un deber de la humanidad». Con esta misma contundencia, llamó a los representantes de las diferentes religiones a arrimar el hombro frente a «la larva del extremismo y la plaga ideológica». Y es que Marsella se ha convertido un puerto de recepción de miles de migrantes, con los desafíos que conlleva. Por eso, animó a las autoridades a seguir «adelante sin desesperarse porque esta ciudad es un mosaico de esperanza para Francia, para Europa y para el mundo».
Para terminar, de forma espontánea, el pontífice sacó la cara por los rescatadores del Mediterráneo, como los activistas del Open Arms o Mediterranea Saving Humans «Me da gusto a ver a muchos de ustedes que salvan a la gente del mar y sé que a muchos les impiden hacerlo porque les falta algún papel. Gracias por todo lo que hacen».
Macron no fue a recibirle
Hubo un cambio de programa inesperado en el viaje papal. Se había anunciado que sería el presidente Emmanuel Macron quien recibiría al Santo Padre en el aeropuerto, pero en su lugar lo ha hecho la primera ministra, Élisabeth Borne, quién lo ha hecho. La razón de este cambio son políticas, puesto que el primer mandatario ha recibido no pocas críticas de los defensores de la «laica» Francia por la efusividad con la que ha organizado esta visita y tras anunciar que asistirá a la misa que presidirá mañana Francisco.
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