Sociedad

¿Por qué se pelea en el partido de fútbol si pierde su hijo?

La brutal pelea en un partido de infantiles en Palma saca a la luz la sobreprotección de los progenitores y cómo canalizan su frustración.

¿Por qué se pelea en el partido de fútbol si pierde su hijo?
¿Por qué se pelea en el partido de fútbol si pierde su hijo?larazon

La brutal pelea en un partido de infantiles en Palma saca a la luz la sobreprotección de los progenitores y cómo canalizan su frustración.

«Que cojan a ese niño, que es menor de edad, por favor». «¡Qué vergüenza, de verdad!». «¿Dónde está el padre, en lugar de ir a recoger a ese niño?». Las voces de dos madres, entre el pánico y la indignación, alertan de lo que estaba a punto de suceder: tras la invasión del terreno de juego, se produce una multitudinaria pelea entre padres de niños de entre 12 y 13 años en un partido de fútbol de equipos infantiles en Palma de Mallorca que, por motivos obvios, fue suspendido. Hasta tal punto llegó la situación que los adultos parecían niños, y los niños, adultos: uno de ellos trató de separar a su progenitor mientras peleaba con otro. Las imágenes del Alaró-Collerense, disputado el domingo, ya han dado la vuelta al mundo. Hasta el momento, tres padres han presentado denuncias ante la Guardia Civil, alegando lesiones, y serán enviadas al Juzgado de Inca. Llueve sobre mojado: hace apenas dos meses, dos padres protagonizaron una bochornosa y brutal pelea en un partido de juveniles entre el UD Telde y la UD Guía, en Gran Canaria.

¿Por qué se produce este fenómeno? «En este tipo de actitudes no hay clases sociales, pero habría que valorar a cada uno de los sujetos que se metió en la pelea, el estímulo que la desencadenó y lo que cada padre exige a su hijo en el partido», explica el psiquiatra forense José Cabrera. Además, al tratarse de un partido de dos equipos locales, «podría haber cercanía entre las familias de sus jugadores». Pero lo que podría esconderse detrás de este suceso es la frustración de los propios adultos. «No creo que todos tuvieran la esperanza de que su hijo fuera a ser una superestrella mundial, pero quizás, algunos, con una vida con pocas posibilidades, ven en sus hijos lo que ellos no pudieron ser». En este contexto, la violencia puede suponer «una catarsis». «¿Hasta dónde vamos a llegar si un hijo separa a dos padres que se pelean? ¿Cómo puede luego ese padre decirle a su hijo que se porte bien?», se pregunta el psiquiatra.

Lo que parece evidente es que deportes como el fútbol despiertan conductas que muy pocas otras prácticas deportivas provocan: «El fútbol es el remedo de las antiguas justas, de cuando dos pueblos arreglaban sus diferencias a pedradas. Casi podríamos decir que ha sustituido a las guerras», dice Cabrera. Y en este escenario, en Palma se dio lo que podríamos llamar un «anacronismo conductual en pleno siglo XXI: cuando se empieza una pelea, se pierde la razón y se deja todo al instinto, nuestro cerebro primitivo, la lucha pura y dura. Me agreden y yo agredo. Es una vuelta atrás, algo primario, a épocas muy antiguas». Y, como ocurrió en el campo del Alaró, viene acompañado de un «efecto contagio»: el primer brote de violencia provocó que decenas de padres se sumaran a la pelea.

«Son padres equívocos abogados de sus hijos», explica el psicólogo Javier Urra. Hablamos de una sobreprotección al extremo. «Quieren defenderlos de todo y de todos, son incapaces de ver otra realidad, otra opinión. Piensan: ‘‘Mi hijo lo merece todo, con él no se mete nadie’’, y añaden una respuesta visceral. Creen que es el papel que tienen que cumplir. Es un ejemplo terrorífico para los chicos. Pero seguro que se arrepienten», añade.

¿Qué consecuencias puede tener un episodio así para los niños? «Por nombrar algunas, hablamos de consecuencias negativas a nivel emocional», explican Guillermo Calvo y David García, entrenadores de baloncesto y autores del libro «Manual para padres: deportes y valores», de la Fundación Mutua Madrileña. «Estos episodios pueden generar crisis de ansiedad en los deportistas en el momento de producirse y estrés postraumático a posteriori, con el riesgo de desarrollar un fuerte rechazo hacia la práctica deportiva, deterioro de su autoestima y autoimagen. A nivel familiar, deterioro de las relaciones familiares, interiorización de un patrón agresivo adquirido por la observación de la figura del padre o la madre. Y a nivel social, la adquisición de un patrón de resolución de conflictos a través de la violencia. Los padres y madres, que deberían ser un referente educativo, acaban siendo un mal ejemplo que los hijos tienden a copiar», explica.

El acta del partido, firmada por el árbitro Jesús Alfonso, refleja la secuencia de los hechos. Al parecer, todo se inició en el minuto 46, cuando uno de los jugadores del Alaró fue expulsado por doble amarilla por dirigirse al árbitro en estos términos: «Eres más malo que la peste» y «pero qué putas pistas». Después, otro jugador local fue amonestado por realizar una «entrada temeraria» al adversario. Apenas siete minutos después, el delegado del Alaró fue expulsado por «hacer gestos desde el banquillo, llevándose la mano a la mejilla repetidamente, en forma de desaprobación».

Llegó el minuto 60, y con él, la guerra. «Árbitro, mira lo que pasa detrás tuya», oyó el colegiado. Entonces, un jugador del Alaró corrió detrás de un contrario, lanzándole «patadas de forma violenta». Al ver la escena, los padres de los chicos del Collerense «entraron hasta el medio del terreno de juego», en principio «para proteger al jugador». Después, los padres de los jugadores del Alaró también invadieron el campo, provocando una «batalla campal muy violenta». «Uno de los padres se dirigió a mí, increpándome y llegando a golpear su hombro con el mío», escribe el colegiado. Hay que apuntar que el árbitro le había pedido al delegado 15 minutos antes de la pelea que «llamase a la fuerza pública». Los agentes se presentaron en 25-30 minutos. «No sé si es porque no pudieron llegar antes, o porque no se les avisó hasta que se lió la tangana», escribe.