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Posados veraniegos

Posados veraniegos
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Los posados del verano ya no son solo de Ana Obregón. Se acabó su reinado. Y no por edad o gobierno, si no porque ahora no solo los hace quien puede sino quien quiere. Para eso están las redes, que lo han democratizado todo, incluidos esos posados que definen la personalidad de sus propietarios. Los hay de todo tipo: forzados, ridículos, simpáticos, locos, sugerentes, vulgares, arriesgados, ingenuos, delicados y hasta elegantes. Los hechos con la propia mano, suelen ser de menos contorsión, más que nada porque el «selfie» no permite otra cosa. Pero entre los otros, hay algunos donde sus protagonistas se retuercen de una manera tan insólita para ofrecer la imagen que consideran más seductora, que jurarías que se van a romper. La mayor parte tienen poco que ver con la realidad, porque los dueños de las cuentas, sean más altos, más bajos, más gordos, más delgados, más atractivos o menos, se resisten a aceptar lo que les devuelve el objetivo de la cámara y lo corrigen no con un poquito de luz o un encuadre singular, sino con filtros milagrosos que borran la arrugas, blanquean los dientes, agrandan los ojos, afinan las narices, estrechan cinturas y hasta dibujan abdominales. Que se mueran los feos, que decía Boris Vian. Que no quede ninguno, que añadía la canción. El «Photoshop», que antes parecía patrimonio de Ana Rosa Quintana en aquella revista que llevaba su nombre, ahora es la norma de vida para el común de los mortales, que también quieren que los amen. Aunque como decía Wilde, «no se ama a nadie por su apariencia, su ropa o su carro elegante, sino porque canta una canción que solamente tú puedes escuchar».