Opinión

Pregonar la Semana Santa

El pregón de la Semana Santa no debe confundirse con un ejercicio de oratoria o unos juegos florales

Antonio Pelayo
Antonio PelayoLa RazónLa Razón

Acabo de hacerlo ayer en Albacete y no es una primera experiencia para mí, pues ya lo he hecho antes en Valladolid, Cuenca o Logroño por citar algunas de las ciudades que me hicieron el honor de invitarme.

En toda la geografía española estos días se pregona la Semana Santa. Ateniéndonos a datos puramente estadísticos el de las cofradías y hermandades constituye el fenómeno asociativo más importante, superando con amplitud a sindicatos o corporaciones de cualquier tipo. Durante todo el año los cofrades preparan y se preparan para dar a las procesiones el mayor esplendor posible sin olvidar su labor social menos conocida pero no menos importante.

El pregón de la Semana Santa no debe confundirse con un ejercicio de oratoria o unos juegos florales. Es algo distinto donde no prima tanto la forma cuanto el fondo. El pregonero no acude para lucirse o para demostrar sus conocimientos y cualidades declamatorias. El suyo es un servicio a la fe porque de lo que se trata es de suscitar en quienes le escuchan sentimientos religiosos, reavivar experiencias aletargadas, no sustentar emociones pasajeras sino expresión de vivencias más profundas.

Todos estamos de acuerdo en que nuestras celebraciones de la Semana Santa necesitan en muchos casos regenerarse y limpiarse de adherencias extrañas; no pueden convertirse en una puja entre cofradías y hermandades para ver quién lo hace menor, quien aglutina un mayor número de participantes o si sus pasos son más lujosos y sus imágenes más enjoyadas que las de los «rivales». Todo eso es superfluo y no debe constituirse en el meollo del acontecimiento. La meta se celebrar el Triduo Santo que desemboca en la Pascua. Porque, como escribió Pablo de Tarso, «si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe».