Incendios
Riqueza forestal en llamas
Los incendios son un enemigo de nuestro patrimonio natural. 2017 fue devastador y, aunque el principio de este verano nos dio una tregua, agosto ha sido un mes negro
España es una víctima habitual de esos depredadores de la riqueza ecológica que son los incendios forestales. Con la mano del hombre detrás, intencionado o provocado por negligencias, la realidad es que el factor humano es determinante en la vorágine destructiva que las llamas desencadenan de las que en días pasados hemos sufrido una pavorosa demostración en Grecia. El origen de los siniestros es decisivo para elaborar una eficaz estrategia de prevención. Estudiarlos y entenderlos suele ser la forma más directa de minimizarlos. En España se ha legislado para que estos ataques al medio ambiente reciban una respuesta legal disuasoria, bien se trate de incendios con motivaciones económicas o sencillamente por la acción de la mente y las manos de un perturbado. La legislación debe ser contundente para transmitir que el ataque a un patrimonio único que pone vidas en riesgo y a veces se las lleva no saldrá gratis. Porque este país ha pagado y paga los efectos de esa desforestación cíclica. Que las zonas verdes se conviertan en ceniza, y la tierra húmeda y rica se desertice, representa una tragedia que tarda generaciones en sanar. En ese sentido, 2017 fue desolador, el segundo peor año de incendios forestales en una década en España, con la alarmante novedad de la irrupción de los denominados Grandes Incendios Forestales (GIF) –los de más de 500 hectáreas de superficie afectada– que se dispararon casi un 200% respecto a la década precedente. Aunque, afortunadamente, las condiciones climatológicas, con abundantes lluvias en otoño y primavera y temperaturas suaves al principio del verano redujeron a menos de la mitad el número de siniestros hasta junio, las llamas se han cebado en los primeros días de agosto con grandes superficies de Valencia y Huelva coincidiendo con la ola de calor. No hay por tanto que bajar la guardia porque sería un grave error. En España se destinan 1.000 millones de euros al año en dispositivos de extinción y 300, a la prevención. Si las administraciones no toman conciencia de que anticiparse a las llamas, ponérselo difícil, imposible, es tan importante o más que apagarlas, algo no cuadra. El mejor incendio forestal no puede ser el que provoca el menor daño posible, debe ser el que nunca existió.
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