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La cicatriz de guerrera de Martina

La marca que «decorará» su esternón de por vida da fe de cómo con tan sólo unos días superó una larga intervención.

Con tan sólo unos días de vida, la pequeña superó una intervención de más de ocho horas a corazón abierto para corregir una cardiopatía congénita. Foto: Alberto R. Roldán
Con tan sólo unos días de vida, la pequeña superó una intervención de más de ocho horas a corazón abierto para corregir una cardiopatía congénita. Foto: Alberto R. Roldánlarazon

La marca que «decorará» su esternón de por vida da fe de cómo con tan sólo unos días superó una larga intervención.

Las cicatrices no son para ocultarlas. Están ahí para sentir orgullo de ellas porque son una marca de supervivencia. Ese es el mensaje que ha escuchado Martina desde que era bien pequeña de boca de su madre. Porque Martina es, ante todo, una guerrera que libró una de las batallas más duras de su vida cuando contaba tan solo con unos días de vida. La ganó, y la prueba de ello cruzará su pecho de arriba a abajo toda su vida. Su fuerza recorre su esternón. «Siempre decimos que se puede vivir con un corazón distinto al propio».

Ese es el motivo por el que Martina tiene muchos cumpleaños. Su familia celebró sus cinco añitos la semana pasada y hace unos días también compraron una tarta para recordar el día en que sobrevivió a una larga operación de ocho horas a corazón abierto. También es la protagonista el 14 de febrero, el Día Internacional de las Cardiopatías Congénitas. Y hoy, cuando se celebra el Día Mundial del Corazón. Porque el órgano que palpita vida es también el responsable del mayor número de muertes en el mundo: según la Organización Mundial de la Salud, en 2015 –el último año del que se tienen registros– perecieron en el mundo 17,7 millones de personas a causa de enfermedades cardiovasculares, un 31 por ciento del total de los fallecimientos globales.

Los artífices del éxito de Martina fueron sus padres, los mismos que nunca tiraron la toalla a pesar de que los médicos detectasen que sufría una cardiopatía congénita en la vigésima semana de gestación, mucho antes de lo que se suelen diagnosticar estos males. Aunque el doctor que les había atendido en la sanidad pública les había recomendado abortar, su empeño para que la pequeña saliese adelante les llevó a pedir una segunda opinión en un hospital gestionado con fondos privados. «Si no lo hubiéramos hecho no sé qué habría pasado», dice su madre, que recuerda la angustia que vivieron esos días.

A pesar de que no era el diagnóstico que deseaban oír, los facultativos les infundieron esperanzas y les recomendaron que intentasen que la pequeña ganase el mayor peso posible durante el periodo de gestación porque las previsiones eran que perdiese una parte importante de esos kilos durante el post operatorio. Y cumplieron el reto con creces porque Martina nació con 4,2 kilos. Iba sobrada. En la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) nadie se explicaba que hacía esa bebé aparentemente sana entre tantos niños prematuros y con bajo peso.

«A pesar de que me habían dicho que en cuanto naciese tenían que llevársela, al final me dejaron cogerla unos segundos. No fueron más de diez, pero me sirvieron para saber que mi niña estaba bien», recuerda su madre. Mientras tanto, a su padre aún se le saltan las lágrimas cuando recuerda el momento en que Martina entró a quirófano. Tampoco olvidará nunca la imagen del cirujano levantando el pulgar para hacerles saber que las ocho horas de intervención quirúrgica habían ido bien.

Sin embargo, la odisea no acabó ahí. En los días que pasó en la UCI sufrió dos paradas cardiorespiratorias que superó. Entre tanto, sus padres solo soñaban con el momento de llevársela a casa para que «pudiera respirar aire» y también sentir el cariño del resto de sus familiares. Sobre todo de sus abuelos maternos: Martina es su primera nieta.

La luz al final del túnel

A partir de ahí, revisiones mensuales, trimestrales y, ahora, anuales. Martina solo tiene que ver a su cardióloga una vez al año porque todo va bien. De hecho, a pesar de que la mayoría de los niños que nacen con cardiopatías congénitas necesitan medicación de por vida, ella hace años que no la toma. Y acaba de cumplir cinco haciendo vida normal, corriendo y jugando como cualquier pequeña de su edad. Mucha culpa de ese ajetreo constante la tiene su hermano Mateo, que no se toma ni un minuto de descanso.

Aunque su vida ha cambiado mucho en este tiempo, sus padres relatan la historia como si la hubieran vivido ayer, del mismo modo que se la cuentan a ella. «Pregunta por qué tiene las cicatrices y nosotros se lo explicamos». De hecho, su madre quiere escribir la historia para ella, para que recuerde durante toda su vida lo fuerte que fue en esos días críticos. «Nunca pensamos que íbamos a contar su caso en los medios de comunicación, pero si lo hacemos es para ayudar a alguien que ahora mismo pueda estar en la misma situación que estábamos nosotros hace algo más de cinco años», subrayan.

Su madre recuerda cómo al buscar en internet casos similares al de su hija se encontraba solo con desenlaces fatales, unas historias que invitaban a la desesperanza. Pero la realidad es que ella puede decir bien alto y por experiencia propia que sí hay luz al final del túnel.