Día Mundial del Síndrome de Down
Síndrome de Down: Preparados para el futuro
La integración de los Down es más completa si se les educa como al resto.
Ángel, Carmen, Laura, Luis... Cada uno tiene marcado su nombre en su pupitre. Son los alumnos de Belén Jiménez, responsable de la clase de 1-C de Educación Básica. Cada día entran al colegio María Corredentora de Madrid a las 9:30, como cualquier niño de su edad. Sólo existe una diferencia: son estudiantes con diferentes capacidades y, como explica la directora del centro, Cristina de Pablo, «cada uno recibe una enseñanza adaptada a sus aptitudes y a su desarrollo». Llevan desde los años 50 apostando por una educación que les iguale con el resto de niños, aunque «más del 90 por ciento de los alumnos» tiene síndrome de Down. La lista de espera para entrar en este colegio concertado suele ser larga. «Siempre recibimos más solicitudes de las que podemos admitir». Aunque al principio no incluían Educación Infantil, ahora ya tienen clases para niños de 4 a 20 años porque el principal interés de los 95 profesionales que trabajan en el centro es que «nuestros chicos sean autónomos». La sociedad integra cada vez mejor a las personas con discapacidad; sin embargo, para lograrlo del todo «tenemos que tratar a los chicos igual que lo hacen en cualquier escuela», sostiene la directora, que lleva más de 20 años en el María Corredentora. Así, en ningún aula faltan las pizarras digitales, ni iPad.
Desde muy pequeños aprenden a manejarlos porque, como afirma la profesora de la clase de Ángel y Carmen, «son nativos digitales y los usan tanto aquí como en sus casas». Por la puerta de la clase, decorada con decenas de dibujos, asoma Carmen. Avanza tímidamente. Es su cumpleaños y lo han celebrado con tarta. Se sienta sonrojada pero, en la puerta, otra de sus ‘‘compis’’ sabe que no puede entrar. «Le ha pegado por celos y está castigada», nos explica la maestra. Ella también quería ser la protagonista del día y, por eso, a la hora de la comida, se le ha ido un poco la mano. «Aquí todo lo hacemos como en cualquier cole y si se portan mal hay que castigarlos», recalca Belén, aunque, eso sí, a casa se irá con una de las chuches que ha llevado la «cumpleañera». Mientras los alumnos abren su libro de ejercicios, el colegio es un no parar. Cuenta con casi 300 alumnos, entre 6 y 12 por aula. En la puerta de cada una de ellas están el nombre y la foto de la tutora responsable. «Les mandamos hacer recados para que se manejen solos y con las fotos les facilitamos las cosas», explica la directora.
Como en la mayoría de los coles, las mañanas en el María Corredentora son mucho más sesudas que las tardes. Las clases de Lengua, Matemáticas o Conocimiento del Medio se imparten antes de la una de la tarde. Después de la comida, a partir de las 14 horas, tocan las materias más artísticas y físicas. Mientras recorremos el centro vamos descubriendo a qué se dedica cada uno. El responsable de la piscina climatizada es uno de los profesores que trabaja una de las áreas más necesarias para las personas con síndrome de Down: la psicomotricidad. Dos veces por semana bajan a dar clases y «muchos de ellos incluso participan en campeonatos», explica mientras vigila a uno de los alumnos. Es más, «algunos son capaces de controlar los cinco estilos». Además de nadar, en las canchas del recinto también practican baloncesto, fútbol o gimnasia rítmica. «La motricidad es fundamental», insiste De Pablo. En la misma planta, pero alejados de los vapores de la piscina, dos clases se han juntado en el aula de Música. Dos profesores les enseñan una nueva canción porque esa semana preparan un «show» en honor de Marcelino Garrigou, el fundador de las Hermanas de Nuestra Señora de la Compasión, las monjas que iniciaron el proyecto educativo María Corredentora.
Mientras unos cantan y otros hacen deporte, en pequeños despachos se distribuyen orientadores, pedagogos y logopedas. Ellos trabajan individualmente con cada menor. Ana Amo forma parte del Servicio de Comunicación y Lenguaje. La pillamos trabajando con dos adolescentes. «A ver, ¿cómo pedirías manzanas en una frutería?», les pregunta. Uno de ellos se lanza un poco nervioso. Sabe que tiene público. «Buenos días. Quiero unas manzanas, ¿cuánto cuestan?». Ana le sonríe y mueve el dedo sobre el iPad. La tableta se ha convertido en su mayor aliada, y también de los padres. «Hemos desarrollado dos aplicaciones específicas para que puedan seguir construyendo frases en casa. Sobre todo, queremos que, a esta edad, sepan formar una con sujeto, verbo y complemento. Más adelante le vamos añadiendo más dificultad», afirma la pedagoga mientras enseña lo fácil que es manejar el aparato y el programa Picaa. La otra «app» está más dirigida a los padres de los alumnos. «Aquí les enseñamos lenguajes de signos –resalta De Pablo– y los padres hace tiempo que nos pedían que también se lo enseñáramos para poder comunicarse con ellos cuando están en casa». Por eso, con la colaboración de Vodafone y de la Fundación Garrigou, desarrollaron «Sígname», una especie de diccionario en el que las propias profesoras explican cómo se hace cada signo, «para que si están haciendo la compra y sus hijos les dicen algo con las manos sepan de qué están hablando», añade la pedagoga.
A medida que se van haciendo mayores, en las clases ya no sólo se abordan cuestiones académicas, en la última planta del centro han recreado una casa entera donde les enseñan a ser autosuficientes. Allí tienen una cocina, una habitación y hasta un cuarto de baño. «Les enseñamos a hacer la cama, una tortilla o a pintarse las uñas». Y es que a este aula especial no sólo acuden los mayores, «si percibimos que alguno de los pequeños se retrasa en algo, como aprender a atarse los cordones, le traemos solo aquí para que lo consiga», pero cuidando que no se sienta diferente al resto de compañeros. En esta misma línea también trabajan el material de texto. «Nosotros creamos nuestros propios libros y los individualizamos dependiendo de las necesidades de cada alumno». Eso sí, aunque el contenido pueda ser distinto, en cada ciclo la tapa del libro es la misma para no reflejar las diferencias.
Son las 16:10 y la música indica que se han acabado las clases por hoy. La clase de Belén organiza sus mochilas antes de bajar al patio donde aguardan, en fila, a sus respectivas rutas. Aquí también hay que vigilarles, sobre todo a los adolescentes, porque «si no te das cuenta, se cambian de autobús. Quieren irse con sus amigos, como cualquier niño en pleno pavo».
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