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Un genio llamado Tesla
En 1884, un joven serbio desembarcó en Nueva York con tan solo cuatro centavos en el bolsillo. Su revolución hizo historia.
En 1884, un joven serbio desembarcó en Nueva York con tan solo cuatro centavos en el bolsillo. Su revolución hizo historia.
Quién iba a decirle a este emigrante serbio, portador de una carta de presentación nada menos que para el célebre inventor Thomas Alva Edison, que su desconocido apellido entonces pondría nombre en los albores del siglo XX a Tesla Motors, una multinacional de coches con sede en California dedicada hoy a la venta de vehículos totalmente eléctricos. Poco después, Nikola Tesla obtuvo su primer empleo en Estados Unidos, en la central de electricidad que Thomas Edison regentaba en la calle Pearl de Nueva York y que durante años había suministrado luz a centenares de edificios de la ciudad. En aquella época, las centrales eléctricas producían corriente continua, la cual solo podía transmitirse a cortas distancias. Tesla había viajado a Estados Unidos precisamente para paliar esa limitación con su revolucionario invento: un electromotor alimentado por corriente alterna que podía suministrarse de forma económica a largas distancias.
Hoy es una realidad, pero entonces constituía todo un desafío para los inventores, y hasta una auténtica locura, imaginar tan solo que Estados Unidos pudiese contar con una inmensa red de líneas de transmisión que, partiendo del Niágara y cruzando altas montañas y profundos valles, llevase energía eléctrica a remotas regiones. Nacido en 1856 en Smiljan, una aldea de la antigua Yugoslavia, Nikola Tesla demostró su genio innato ya desde niño, cuando su padre le escondió las velas para que no pudiese seguir leyendo durante toda la noche. ¿Cómo se las apañó el chaval? Limitándose a confeccionar su propio molde, en el cual fabricaba todas las luminarias que necesitaba para devorar libros. Era un genio extraño, que vagaba meditabundo por los montes, soñando con grandes inventos, como el de un tubo submarino que sirviese para transportar correo a través del Atlántico. Así, como suena. Descartada su vocación eclesiástica con diecinueve años, Tesla fue capaz de convencer a su padre para que le matriculase en la escuela de ingeniería de Graz, en Austria. Una vez allí, desafió a un profesor para que creara un motor de corriente continua sin escobillas, evitando de ese modo el contacto de la pieza central giratoria con los polos fijos exteriores. El maestro dijo que aquello era del todo imposible, pero, sin embargo, años después, no tuvo más remedio que tragarse sus palabras. Terminada la escuela, Nikola cursó solo un año en la Universidad de Praga y entró a trabajar en la compañía telefónica de Budapest. Entre tanto, jamás abandonó el proyecto de su vida: un motor alimentado con corriente alterna.
Corriente de ideas
Cierto día, mientras paseaba con un amigo por el parque, dio de repente con la fórmula tan anhelada, tomó un papel e hizo un croquis en la misma arena. Allí permaneció durante más de media hora, ante la estupefacción de los transeúntes que asombrados le oían reflexionar en voz alta sin miramiento alguno. Su nuevo motor era como agregar cilindros a uno de gasolina mediante la combinación de ondas corrientes alternas entre sí. Tal fue el origen de la llamada transmisión polifásica que resultaría indispensable en muchas actividades de la industria moderna. Tesla obtuvo un gran número de patentes y al cabo de un año estableció su propio laboratorio en Estados Unidos para construir motores de inducción. En 1888 leyó una Memoria ante los miembros del Instituto Americano de Ingenieros Electricistas que causó gran conmoción. Casi nadie creía que la corriente alterna fuese la clave del desarrollo industrial de la energía eléctrica, como mantenía Tesla contra viento y marea. Una de las escasas excepciones fue George Westinghouse, que compró las patentes de Tesla y lo contrató para que dirigiera la fabricación de los nuevos motores y generadores necesarios para la producción de corriente alterna. Por increíble que parezca, Edison llegó a proponer incluso que el uso de esta corriente se prohibiese por ley a causa de su alto voltaje. Otros científicos le secundaron al advertir que era exactamente la misma empleada en la silla eléctrica para ejecutar a los reos de muerte y que su utilización en líneas largas de transmisión podía llegar a constituir una seria amenaza para el público. Tesla reaccionó de una forma pasmosa, haciéndose pasar por su propio cuerpo una corriente de un millón de voltios. El inventor obtuvo su primer gran triunfo en 1893, cuando una docena de sus generadores encendieron noventa mil lámparas en la Exposición Mundial de Chicago. Desde entonces, ya nadie le detuvo hasta su muerte, el 7 de enero de 1943, con ochenta y seis años.
Las manías de un excéntrico empedernido
Tesla no permaneció mucho tiempo con el gran empresario Westinghouse. Convertido en un hombre rico gracias a la venta de sus patentes, siguió realizando proyectos en su laboratorio de Nueva York. Hacía ejercicio con regularidad y cumplía a rajatabla un estricto régimen alimenticio. Se abstenía hasta de masticar chicle, convencido de que eso perjudicaba a su salud. Desconfiaba de las mujeres y huía de ellas.
Era maniático hasta en el vestir. Todas las noches, a las ocho, aparecía con traje de etiqueta en el restaurante de Delmonico o en el comedor del antiguo Waldorf de Nueva York. Guiado hasta su mesa por un camarero, Tesla limpiaba con servilletas su vajilla y la de sus convidados ante la risa del mozo. Terminaba de cenar a las diez en punto y regresaba a su laboratorio para trabajar durante toda la noche. Era un excéntrico empedernido, pero a la vez un auténtico genio.
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