Crítica de cine

«The master» / Dos enigmas, una obra maestra

Dirección y guión: Paul Thomas Anderson. Intérpretes: Joaquin Phoenix, Philip Seymour Hoffman, Amy Adams, Laura Dern. EE UU, 2012. Duración: 137 minutos. Drama.

«The master» / Dos enigmas, una obra maestra
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No puede entenderse «The Master» sin «Pozos de ambición»: ambas son reflexiones consecutivas sobre las falsas promesas de la tierra de las oportunidades. Ambas, también, se repliegan sobre sí mismas como un espejo de polvera: a partir de sus dos protagonistas el relato se enfrenta a sus contradicciones. No son el héroe y su némesis, sino una némesis desdoblada en lo visceral y lo calculador, el yin y el yan de una América que no ha cesado de representarse al borde de la locura. El cine de Paul Thomas Anderson ha ido depurando esa representación, de modo que sus referencias más obvias (Scorsese, Altman) alcanzan un cierto neoclasicismo abstracto, que trabaja formas y personajes desde una geometría asimétrica, como alimentando un enigma.

Así las cosas, un salvaje y alcohólico veterano de guerra y un gurú de una secta peligrosamente parecida a la Cienciología (Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffman, perfectos) establecen una relación de discípulo y mentor –que podría entenderse, también, como un pérfido vínculo paternofilial, o un amor platónico– cuya complejidad dramática, hecha de reflejos y puntos ciegos, sostiene toda la película. Y aunque podamos ver qué es lo que fascina al uno del otro –el animal, desatado en uno y controlado en el otro, que llevan dentro– la cámara no lo subraya. Siempre se coloca al servicio de los personajes, pero éstos, esquivos, construyen un espacio vacío entre sí mismos, ladrillo a ladrillo, blanco sobre blanco. En una de las secuencias cruciales de «The Master», el momento en que Seymour Hoffman testa la vida interior de Phoenix desde los parámetros de su mesiánica religión, el plano/contraplano del cine clásico está modelado a la medida de un interrogatorio en el que la mirada y sus abismos cuentan más que las preguntas y respuestas envenenadas de alcohol casero. Cuando da la impresión de que el relato fluye torrencial, puede interrumpirse en un duelo de primeros planos. La brusquedad de los ritmos rima con la aspereza con que se caracterizan los personajes, a los que conocemos por sus acciones, apenas por su pasado. Son un misterio, como la propia película, un acertijo magistral doblado por los lados.