Toros

Toros bravos: reinventarse o morir

Las ganaderías, que a estas alturas de la temporada ya habrían lidiado casi toda su camada, se enfrentan a la decisión de mandar sus reses al matadero o encontrar una salida a una profesión que el coronavirus se ha llevado por delante este 2020 de pocas fiestas

Juan Mora, en el primer evento organizado en la Finca de El Pilar donde toreó bajo la luna llena
Juan Mora, en el primer evento organizado en la Finca de El Pilar donde toreó bajo la luna llenaPablo Cobosla razon

No corren buenos tiempos para la lírica. Ni para el campo. Es verano. Tiempo de toros. De ferias. De viajes. De camiones XXL que transportan animales difíciles de transportar. La España de siempre como nunca. La España de las tradiciones, de las fiestas, del divertimento, que se desangra por los poros de la desesperación. Un puñetero virus lo amenaza todo: la vida y la felicidad. La de las pequeñas cosas, desde los abrazos, las reuniones o aquellas que nos identifican en cada época del año. Las ferias grandes, las que marcan el calendario taurino, y las pequeñas, la de los pueblos. Y toda esa maquinaria que gira alrededor. Los reencuentros, las fiestas, las verbenas, los encierros, los momentos de amigos, las peñas, los pueblos, las ciudades, la diversión...

En la finca de Puerto de la Calderilla, en tierras de Salamanca pastan los toros de la ganadería de El Pilar. A estas alturas gran parte de ellos ya deberían haber llegado a su destino. Madrid, Sevilla, entre ellos... Ya nunca llegarán. Tienen difícil salida esos toros cinqueños, es decir, que ya han cumplido los cinco años, para tener la presencia necesaria para ser lidiados en plazas de máxima categoría y una vez que cumplan los seis ya no pueden saltar a una plaza de toros (sí para las calles, la única salida). La calma del campo este año es ficticia, como si molestara. Inusual. Nadie está donde debería. Ni los propios animales, que ahora ocupan casi una superpoblación, lejos de la honra de la plaza de toros y en muchos casos camino del matadero, sin opción de indulto, sin aplausos ni ovaciones. Una muerte sin honores.

Hace calor, sofocante, el día que pisamos tierras charras. Es la casa de El Pilar. Aquí lo de ser ganadero se cuenta por generaciones. La estirpe se funde con la historia. Moisés Fraile, padre, es el ganadero y junto con su hijo, del mismo nombre, gestionan la ganadería. Padre e hijo. No es fruto de un día ni de dos. Hay que remontarse a las raíces. Moisés Fraile hijo estudió Físicas y lleva en el campo desde que nació. Su abuelo ya se dedicó al campo bravo y en el 87 su padre fundó la ganadería de El Pilar. Saben lo que es pasar altos y bajos, aquella crisis de 2007 que nos tuvo contra las cuerdas del rescate, pero «nada que ver. Esa etapa la sufrimos menos, porque coincidió con que volvió José Tomás, además, y aunque bajaron los precios, había movimiento», dice Moisés Fraile, hijo.

Justo cuando comenzó el confinamiento comenzaba la temporada, entre ellas Madrid, Las Ventas, pero la Covid-19 se instaló en nuestras vidas para destruirlo casi todo, entre otras cosas nuestro modelo de vida y todos esos toros que estaban preparados para lidiarse se han quedado en el campo. ¿Qué ocurre? «Mucha gente, sobre todo las ganaderías pequeñas, que saben que no van a tener salida y no ven un halo de esperanza, están mandando los toros al matadero», argumenta.

Abrir nuevas puertas

Sin embargo, aclara que «nosotros, quizá también porque mi hermana es médico, estuvimos muy centrados en el primer momento en el problema sanitario, dando gracias porque la familia estuviera bien, porque se ha muerto mucha gente, aunque a veces dé la sensación de que quieran hacer ver que no se ha muerto nadie... Y luego pues intentando buscar soluciones, habrá que encontrarlas. Celebrar corridas de toros es complicado por el ambiente que tenemos y aunque se están dando van a ser residuales. Parece que los ganaderos somos los ricos, pero lo cierto es que yo me levanto a las siete de la mañana todos los días y no paro de trabajar. Igual la decisión sabia es cortar de raíz. Hay muchos negocios que lo tienen claro y así lo hacen. Si no se venden naranjas, cierras y cambias, pero a mí me gusta el toreo, debo ser un romántico y creo que es la oportunidad de cambiarlo. De momento no estamos matando animales, porque tenemos esperanza y los quiero ver torear».

De ahí que Moisés Fraile fuera uno de los pocos en dar al paso al frente en esta etapa en la que pocas opciones quedan más allá de reinventarse o morir. Cuando todavía no habíamos salido de la fase 0, Moisés organizó en su casa, en la finca, retransmitido en streaming, un espectáculo con Urdiales y Juan Mora aprovechando la noche de luna llena, un guiño a uno de los pasajes más románticos del toreo en los que de noche se torea con la luz de la luna. «Tenía miedo sobre lo que yo no podía controlar y las cosas no salieron cien por cien como a mí me hubiera gustado, pero mucha gente se puso en contacto conmigo fascinados por lo que pasó y con la ilusión de poder vivir esa experiencia. Tanto que ahora estoy trabajando en ello. He puesto unas gradas en la plaza de toros de la finca. Si esta es la situación hay que adaptarse. Los tiempos cambian, la vida cambia, pero la magia de lo que ocurre en el campo es impresionante. Hasta ahora estaba reservada para los toreros, los ganaderos y pocas personas más, igual ha llegado el momento de abrir esa puerta»,.

Y justo a uno de esos experimentos acudimos al campo. Una jornada de tentadero, de siempre cerrado a los profesionales, y hoy más abierta al público con visita a la ganadería incluida. Torea Pepe Moral. Un toro y un par de becerras. Todo en el campo es distinto. Se mantienen las medidas sanitarias, la distancia, la mascarilla, esta nueva normalidad de lo que parece una nueva vida.

Moisés llega a la plaza tras haberse hecho cargo de un toro que que se acaba de «estropear, se ha roto una mano y lo vamos a tener que llevar al matadero. A estas alturas tenía que haber lidiado unos sesenta animales, ya no es que sigan comiendo, que también, sino que cada día puede haber bajas. Los toros caducan, se parten un pitón, tienen un problema en un ojo... ¡Esto es el campo!», mantiene Fraile.

A estas alturas ya habría lidiado gran parte de la camada y no es el caso. ¿Cuáles son las alternativas? Moisés contesta como quien reflexiona en voz alta y da la sensación de que lleva mucho tiempo haciéndolo. «En la calle se pueden echar los toros con seis años, aunque no sabemos lo que nos vamos a encontrar el año que viene. Yo no mando un toro al matadero sin torearlo, quiero ver la bravura. Nunca sabes dónde puede estar ese semental cumbre. Los toros para las calles es una salida muy buena para las ganaderías, porque puede que el toro se haya pasado de edad, no te convenza... Es una salida digna y buena».

Sin ayudas

Día que pasa, los gastos que genera una ganadería se siguen sumando mientras las ayudan no llegan. «Lo último que se sabe es que la Junta de Castilla y León ha concedido una ayuda máxima por explotación de 7.000 euros, da igual que tengas 100 animales o 1.000. En condiciones normales mi ganadería, que es una ganadería media, contando los toros de saca, más o menos teniendo la misma mano de obra, tiene unos gastos mensuales entre 12.000 y 15.000 euros. (Depende de cómo se dé el tema de la hierba y demás). Para hacernos una idea, producir un toro, no hablo de la vaca, solo del animal, cuesta entre 3.500 y 4.000 euros, dependiento de si llega a cuatro o cinco años o de algunos matices como tipo de vacunas», admite el ganadero.

Es muy consciente de que vienen tiempos difíciles, de lo complicado que resulta la unión, que las ayudas son ínfimas para el sector... «Este año voy a dejar de facturar alrededor de 500.000 euros... Y en la balanza de ingresos por la situación percibiré como máximo 7.000. No queda otra que renegociar con los bancos para obviamente seguir debiendo, estrujarse la cabeza y ahora ver dónde está la oportunidad para seguir adelante. No sé lo que tendré que hacer más adelante, pero ahora mismo busco alternativas». Son los toros, que se crían en extensivo, los que cuidan y protegen la dehesa de manera indirecta. «El año pasado vino en una visita una ingeniera agrónoma, que está trabajando en Bruselas con el tema de ayudas y me decía que lo que teníamos en el campo había que contarlo. Que era increíble cómo vivía un toro y todo lo que generaba al ecosistema, un paraíso. Nada que ver con una vaca, por ejemplo, enganchada a una máquina todo el día», dice Moisés.

La pandemia ha roto en pedazos las estructuras de siempre, las vías, como en todos los sectores, son complicadas. Es la hora de reinventarse o morir. De momento una ventana del campo se ha abierto al aficionado. Hasta ahora casi vetado.