Espectáculos
El sinsentido de la norma: ¡reagrupación familiar ya!
En las plazas de toros no se permite estar a las parejas juntas, pero sí en los teatros
Hace justo un año que estábamos en casa. Encerrados. Poniendo a prueba nuestra propia capacidad de convivir en pocos metros cuadrados, conviviendo con el desafío del inexistente telecole, con el miedo a flor de piel, el temor al futuro con todo cerrado y el impacto que eso supondría en nuestras futuros profesionales. Después de tanto esfuerzo, en mitad de todo, ¿la nada? Vidas rotas empujadas al abismo. Muchos nos vimos enfermos, luchando por respirar, huyendo de los hospitales, porque eran un territorio hostil donde la visión hería y lo que se veía asustaba. La covid, y los rápidos efectos que producía en el cuerpo, más. Nunca habíamos vivido tiempos tan convulsos, tan raros, tan ajenos a nuestra realidad ni tan desafiantes y eso que estábamos remontando una crisis que había puesto el mundo patas arriba.
Cuando crees que te lo sabes todo, el mundo vuelve a empezar. Un año después seguimos en la cresta de la ola. Asumiendo los primeros visos de la cuarta. La vida sigue, mientras la economía intenta salir a flote ante lo imposible: las herméticas medidas covid.
También para el toro, que comienza a celebrar los primeros festejos. El pasado fin de semana Jaén y Morón de la Frontera y este Almendralejo. Todos bajo los parámetros de la pandemia y el metro y medio entre espectadores, lo que convierte en un imposible ni tan siquiera acercarse al 50% por ciento de los aforos.
Son las plazas de toros espacios abiertos, normalmente con aforos muy grandes, donde se cumple a rajatabla el llevar la mascarilla, tanto como que el otro día en Morón se prohibió fumar y comer durante la corrida con el fin de que no pudieras en ningún momento quitarte la mascarilla, a pesar de que no tenías a nadie a menos de un metro y medio (largo) de distancia. (Por mucho que estirarás el brazo y te tumbaras y el acompañante hiciera lo mismo no te tocabas).
Bien, es cierto que las cosas están mal, que la cuarta ola nos mira de nuevo a los ojos. Y el miedo está ahí, porque el Gobierno no cumple. Y los parámetros prometidos de vacunación siguen yendo muy por debajo de lo acordado. El ritmo de tortuga se antoja rápido para la realidad que estamos viviendo. Mientras la economía se consume. La de todos. Mientras se paran los negocios, el círculo que los alimenta acaba por hacer efecto dominó. Importa para unas cosas y para otras no. Un año después y con la experiencia acumulada y la polémica suscitada que fue mucha, como no podía ser de otra manera, porque vende políticamente, para la izquierda radical y el taurino mediocre con facturas pendientes, si algo sabemos es que los festejos celebrados en 2020 no fueron focos de contagio de covid-19, como tampoco lo está siendo el teatro y el cine. Son lugares seguros. La cultura es segura, porque se está haciendo bien. Un ejemplo.
Pero hay cosas que no se entienden. En el teatro no es necesario guardar un metro y medio de distancia entre espectadores. Haría inviable el espectáculo, como es lógico, a pesar de que se celebra en recintos cerrados. Y además se reconoce la agrupación familiar. Cómo es posible que cuando vas a una plaza de toros con tu marido, mujer o hijos tengas que estar de cada uno de ellos a un metro y medio y no sea así en otros espectáculos. Son tiempos difíciles, eso es una realidad, pero a nadie se le escapa, el sinsentido de hacerlo así, si no hay la intención de complicar más las cosas de manera innecesaria.
Si son pocos los empresarios que están haciendo el esfuerzo urge cambiar esta medida que no supone una variación en las medidas de seguridad. Es ridículo mantener esto en la plaza y luego que tomarnos la caña en la terraza. El sentido común por el bien de todos debe imperar, con urgencia.
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