Feria de Bilbao

Alberto Aguilar, grande en su Madrid y con su toreo

El madrileño corta un importante trofeo en una tarde deslucida

Albeto Aguilar se dobla por bajo en el comienzo de faena al quinto de la tarde
Albeto Aguilar se dobla por bajo en el comienzo de faena al quinto de la tardelarazon

Las Ventas (Madrid). Vigésimotercera de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de Montealto, dos más, 1º bis y 4º, de Julio de la Puerta y otro sobrero más de El Ventorrillo, en 6º lugar tras correrse turno en el 3º, que fue devuelto. El 1º, noble y de corta arrancada; el 2º, deslucido; el 3º, sosote y sin fondo; el 4º, soso y de escaso lucimiento; el 5º, de buen juego, movilidad, nobleza, pero no humilla; y el 6º, malo y peligroso. Menos de tres cuartos de entrada.

El Capea, de grana y oro, media, dos descabellos, aviso (palmas); pinchazo, estocada corta, tres descabellos (silencio). Alberto Aguilar, de obispo y oro, pinchazo, estocada (silencio); estocada (oreja). Sebastián Ritter, de teja y oro, estocada (silencio); estocada corta, aviso, siete descabellos, segundo aviso, catorce descabellos (silencio).

El sexto, del hierro de El Ventorrillo porque el titular de Montealto se había lidiado en tercer lugar al correr turno, fue tan malo malísimo que nos hizo sudar frío desde que salió de toriles, ya bien maduro y en el camino de cumplir los seis años de edad. Y el muy mamón a punto estuvo de volver a corrales por sonar los tres avisos. Sebastián Ritter se salvó de milagro, pero lo que resultó un milagro de verdad fue lidiarlo, torearlo, ponerse por ambos pitones como si fuera bueno, y salir ileso. El toro se hartó de regalarle puñaladas, casi todas traperas, a la media vuelta, buscando la presa fácil, con mucha violencia. Hubiéramos necesitamos terapia u orfidal para aplacar tensiones por mucho que durante los cuatro primeros toros, no vamos a hacer cuentas de los sobreros, que también tuvimos, anduvimos muertos en combate. Un tarde contraindicada con la somnolencia. Un pestiño, vamos. Mucho tiempo y nada que llevarnos, así navegábamos antes de encarar la última semana de San Isidro. Agárrense los machos, por lo que pueda venir. Ayer Sebastián Ritter se los tuvo que apretar y aguantó los hachazos como si la cosa no fuera con él. Meritazo. Al natural se puso ahí a pecho descubierto, sin ayuda, sin nada... Una cosa es querer y otra poder. Él quiere y puede. Le metió la mano con la espada, grata sorpresa, pero como estaba un poco atravesada el toro no cayó y lo siguió poniendo difícil, no había quien se acercará a más de medio metro. A esa distancia, regalaba gañafón. Un recital de descabellos inundaron el ocaso de la corrida mientras asomaban los pañuelos blancos. Por suerte, acertó a tiempo.

Con esos mismos pañuelos blancos, pero en la cara más halagüeña que tiene la Fiesta, la de los trofeos y más sí son en Madrid, sembró la duda Trinidad desde el palco en el quinto. Antes de que llegara ese momento, Aguilar se cargó a sus espaldas el aburrimiento de la tarde a golpe de toreo asentado y bueno. El concepto nació siempre en la verticalidad y de ahí, crecido el torero, qué grande Aguilar, se gustó tanto que conquistó Madrid primero con el toreo diestro. Se movía el toro, lo hacía con nobleza, pero entrega ninguna, sin humillar. En más de una ocasión, de dos y de tres, vimos los pitones por encima de la barriga, pero todo asumido con normalidad. Ahí no pasaba nada y ocurrió que vino un recital de toreo a cargo del madrileño, por ambas manos. Tan reunido, tan encajado, mandando él, disfrutando él, que ser cómplices de lo que estaba pasando ahí abajo resultó muy fácil. Hundió la espada y la petición fue unánime. Dio la sensación en algún momento de que el presidente ya había sacado el pañuelo, pero en realidad apuró hasta que casi el toro fue arrastrado. Extraña confusión. Había abreviado Aguilar con su deslucido primero.

Capea se las vio al final con un lote de Julio de la Puerta. Un primero, de noble y corta arrancada, con el que se justificó y un sosote cuarto que poco tenía que apuntar. Tampoco el tercero dejó a Ritter decir una palabra más alta que otra. La tarde estuvo cerca de la cadena perpetua de aburrimiento. Menos mal que Alberto Aguilar nos devolvió el toreo y Ritter el miedo.