La Rioja
Antología de Morante con réplica de Perera
Gran tarde de toros en la que salen los dos toreros a hombros en Logroño
Logroño (La Rioja). Primera de la Feria de San Mateo. Se lidiaron toros de Vellosino, terciados de presentación. El 1º, desrazado, rajado y sin fondo; el 2º, paradote y deslucido; el 3º, rajado y manso; el 4º, humilla pero le cuesta viajar; el 5º, noble; y el 6º, de buen juego. Tres cuartos de entrada.
Enrique Ponce, de purísima y oro, cuatro pinchazos, estocada, cuatro descabellos (silencio); estocada caída (saludos).
Morante de la Puebla, de verde botella y oro, dos pinchazos, estocada, dos descabellos (silencio); aviso, buena estocada (dos orejas).
Miguel Ángel Perera, de purísima y oro, estocada corta (silencio); estocada (dos orejas).
Un soplo de torería descargó Morante con el saludo de capa al segundo. A plomo cayó sobre el ruedo de Logroño el recital de verónicas. Una enlazada a la otra y, a la siguiente, un rosario encadenado de ese toreo que hace peregrinar. Me apunto a la lista. Hasta el centro del ruedo se llevó al Vellosino para rematar con la media. Tomen respiro. Lo tomamos. Qué torero. Siguió después. Hubo más. Un poco más. Con unas chicuelinas cargadas de personalidad para llevarse al toro al caballo y ahí sí, sin darnos cuenta, sin querer darnos cuenta, a pesar de que estábamos lanzados, se nos fue desmoronando el castillo de toreo que habíamos elevado hasta entonces. Se nos fue tras la estela del toro, del no toro, de su falta de casta y fuelle para perseguir la muleta de Morante, que sí se la puso y sí quiso alargar una labor que había comenzado con una belleza brutal. Había otro en los corrales y entonces había esperanza.
Y la esperanza se convirtió en un poema. En un canto a la tauromaquia. Un canto profundo y desgarrado, como es el toreo de Morante que sale de dentro. Sin fisuras, cuentos ni medias verdades. Morante es una locura y su toreo, una religión. Su obra ante el quinto no tuvo partitura; como siempre, deleitó, sorprendió, cuajó al toro desde los inicios en el tercio, sin preámbulos, muleta puesta y encajada para coser las embestidas de un toro noble que parecía no poder con su alma. Duró al final el Vellosino más de lo pensado en las manos de Morante y emocionó el de La Puebla. Faena preciosa, honda y profunda. Nunca jamás sabíamos lo que venía después, pero hubo muletazos, por poner un ejemplo una tanda diestra, ya casi al final, ¿final de qué? Las faenas de Morante no acaban nunca, siguen vivas en la memoria, que resultaron un monumento. Auténticos los remates y profundo hasta conmover el toreo fundamental. Glorioso, como los dos trofeos que paseó, después de una buena estocada. Y dicen que no corren buenos tiempos para la lírica, Morante, por los siglos de los siglos. Amén.
La réplica de Perera no era fácil. Morante es punto y aparte. Acaba con el cuadro y entran las prisas por salir a contarlo. Pero se fue al centro del ruedo y los pases cambiados por la espalda centraron la atención. Después dio paso a una faena de poder, de precisión, milimétrica a veces, perfecta, de buen juego el toro, viajaba largo, lo hacía con nobleza, sin molestar. Macizo su toreo diestro, poderoso el conjunto y apabullante el cierre entre los pitones del toro, ante las puntas, difícil embroque que tuvo también el doble premio.
A estas alturas, poco nos quedaba de su primero, que se rajó y renunció a la pelea. O del deslucido lote de Ponce. La corrida de Vellosino no había empezado bien. No estaba a la altura, y lo primero que no estuvo a la altura fue en la presentación. Veremos cómo sigue la feria. Pero la gloriosa faena de Morante y la volcánica réplica de Perera arrasaron con todo. A Enrique Ponce, en su temporada dorada, le tocó un lote maldito. No estuvo a gusto con un deslucido primero, que medía antes de tomar el engaño y se fajó con un cuarto que tuvo la virtud de humillar pero era muy pegajoso en la muleta. En la primera de feria, Morante arrebató y Perera dio el paso. El gran paso. El buen toreo.
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