Toros

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Con las espuelas puestas

La Razón
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El apellido Peralta siempre resonará en los cascos de los caballos, en la voz del aficionado y en el corazón del rejoneo. Pero más allá de un excelente caballista, Ángel Peralta siempre será recordado como un hombre de enorme coraje que se entregaba plenamente en cada actuación, lo que hacía de él un competidor inmejorable. Una persona que nunca se alejó del caballo, que siempre estuvo volcado en su profesión de una forma u otra.

Rivalizar con él no era nada fácil, si querías hacerlo debías apostarlo todo, no guardarte nada. Pero al mismo tiempo, fue algo que disfruté muchísimo, él te hacía superar tus propios límites, no plantearte los obstáculos como imposibles y sacar lo mejor de ti mismo cada tarde.

El «Centauro de las Marismas» ha dejado un gran legado como torero, pero también en sus múltiples aportaciones a la cría del caballo. Entre las muchas lecciones que pude aprender de él fueron su tenacidad y su capacidad para afrontar los retos lo que más se me quedó grabado. Su compromiso incansable, de hecho, fue lo que más me marcó.

Debemos recordar al maestro Peralta como alguien que dedicó su vida al caballo y al rejoneo y que representa sin duda el espejo en el que se deberían mirar quienes quieran dedicarse a esta profesión.

Pero la huella más imborrable que siempre nos dejará, son las generaciones de jinetes que han salido de su propia casa y de la dedicación que invertía en ellos. Fue la principal fuente de inspiración para muchos de los caballistas que hoy disfrutamos. Maestro de maestros.

Hace poco pude visitar su finca y pasadas ya sus nueve décadas, Ángel mantenía la pasión intacta, por el caballo y el toro, por el toro y el caballo. Dos realidades que encontraron su nexo ideal en este legendario rejoneador.