Toros
El sabor clásico de todas las épocas
Se esperaba que la parroquia morantista acudiera en masa a la llamada del profeta. Y acudió, pero la mancha de ladrillo en los tendidos de sol descubrió una situación nueva que debe mover a la reflexión. No llena el refubo de Farolillos como en otros momentos, ni tampoco llena Morante –que tiene religión propia– si las circunstancias no redondean. La Puerta del Príncipe sigue cerrada –aunque siempre hay algo que llevarse a la boca–, acababa el puente madrileño y los AVE a Atocha ya iban ayer de vuelta. La atmósfera de la plaza con ladrillo en Farolillos es una atmósfera incompleta. Falta el rugido, el gong profundo. Hay un eco que distorsiona y sobre todo la plaza pesa el doble en los hombros de los toreros. La plaza llena está en combustión y prende con el chispazo de una cerilla. Cuando no lo está, aunque falte poco, como ayer, hay que echar mucha gasolina para que arranque el fuego. Que se lo pregunten a Javier Jiménez, que estuvo impecable en el tercero sosteniendo el hilo de fuerza y el fondo de bondad que tenía el animal. Y no fue hasta el final, muy al final, cuando el público -–y Tejera y su banda– entró en la faena. Los que faltaron se perdieron a Morante en el cuarto. Ayer era el tercero de los cuatro cartuchos que tiene en la Feria. El toro era áspero y mentiroso pero lo aprovechó a base de torería, de cadencia, de cintura, de valor, de dominio, de arte. La tauromaquia de Morante es añeja, pero Morante no es un torero viejo ni moderno. Morante, como dijo Menéndez Pidal de un poeta que no viene al cuento, tiene el sabor clásico de todas las épocas, el único que permanece a lo largo de la historia y vence las modas pasajeras. Morante es expectativa e improvisación. Por eso ante un toro aparentemente sin posibilidades como el de ayer –nadie apostó por «Cacareo» en Bilbao ni por «Señorito» en Sevilla– cinceló una faena que solo estaba en su cabeza. Lo previsible es aburrido, solía decir Hitchcock con displicencia británica. Morante es todo menos guión y previsibilidad. El cambio de mano al paso, la reunión con el toro en el centro del ruedo para enfilar la suerte suprema, los naturales al ralentí sacados de una embestida tan híspida...Morante es el último con un concepto poético del toreo. No fue la faena redonda, pero fue la virguería de un torero genial. Un torero de todas las épocas.
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