Sevilla

En las orillas del Sar...

Noble y potable corrida de la Palmosilla a la que sólo Luis Bolívar corta una oreja.

El colombiano Luis Bolívar, ayer, durante la faena de muleta
El colombiano Luis Bolívar, ayer, durante la faena de muletalarazon

Noble y potable corrida de la Palmosilla a la que sólo Luis Bolívar corta una oreja.

REAL MAESTRANZA DE SEVILLA. Cuarta de abono. Se lidiaron seis toros de La Palmosilla. Bien presentados. Aplaudidos en el arrastre el pronto y repetidor segundo, el buen cuarto y el quinto que quedó inédito. Un cuarto de entrada.

Luis Bolívar, de grana y oro. Pinchazo y estocada (silencio); estocada baja (oreja).

Joselito Adame, de coral y oro. Pinchazo, estocada delantera y tres descabellos tras dos avisos (silencio); pinchazo y estocada tendida (silencio).

Rafael Serna, de turquesa y oro. Estocada caída (saludos); pinchazo, estocada desprendida y descabello (silencio).

La tarde de ayer era para valientes. Para toreros valientes...y para aficionados valientes. El escaso público que tuvo los arrestos de desafiar el aguacero acudió a La Maestranza como si fuera a arreglar la rotura de una tubería: precavido, algo enfadado, y embutido en sus chubasqueros. La lona salvó la corrida pese a que durante el paseíllo ya se abrieron los paraguas. Sobre la plaza se cernían las nubes como si fuera a caer un manto de ceniza. A priori no era la tarde, entendámonos, para soñar el toreo. En el tercio de varas del primero ya se encendió la luz artificial. Parecía el crepúsculo de una tarde de invierno pero estábamos en Sevilla, en primavera. Al toro de Bolívar también se le fundió antes de llegar a banderillas el genio que apuntó en los primeros lances. El toro se llamaba «Nostalgia». Vaya el tino de La Palmosilla. Lo que faltaba para que la tarde fuera un poema de Rosalía de Castro. Con el sonido gallego de la lluvia en lugar de a las orillas del Guadalquivir nos transportamos a las «Orillas del Sar». El colombiano tuvo la oportunidad de resarcirse en el siguiente asalto. Mimó, dándole los tiempos precisos al que resultó ser un gran ejemplar de Javier Núñez. El toro creció a más y la faena fue escalando aunque bajó cuando Bolívar se echó la muleta a la izquierda. El presidente obvió la estocada caída y aflojó el pañuelo que sirvió para que el ambiente se calentara algo pero a esas alturas de la tarde la Maestranza era ya un témpano de hielo: no sólo en lo meteorológico.

Los paraguas se recogieron en el segundo toro. Salió fugazmente el sol y seguía la luz artificial. La tarde viajó de Galicia a Sevilla con un toro hondo, badunudo, pegado al suelo como un coche de carreras. No fue ciertamente un Fórmula 1 «Goloso»-aplaudido en el arrastre- pero sí permitió más lucimiento. De los cuarenta muletazos que le pegó Adame -apuró hasta el aviso- no es fácil recordar alguno. «Mirlillo», el segundo de Adame, era realmente un pavo cinqueño. Y un tío embistiendo que no fue correspondido. Adame se contagió del gris que al filo de las ocho y media presentaba otra vez la tarde. De Sevilla a Galicia pasando -sin dejar huella- por México.

Para toro guapo el tercero: castaño albardado, fino de cabos, finos y negros los pitones. Resultó que el animal tuvo más forma que fondo aunque las pocas fuerzas las gastó planeando por el pitón izquierdo. Serna brindó al cirujano Octavio Mulet que le atendió de la cornada en la axila en la alternativa de San Miguel. Pasó poco o nada pero al menos no llovía. La bolita negra del sorteo cerró la corrida. Otro cinqueño, manso, remiso a los engaños. Arreció con más fuerza la lluvia. ¿Sevilla? Parecía que estábamos a las orillas del Sar...