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Ferias taurinas

Gloria sin Tizona ni premio a la honradez torera de Paco Ureña

El murciano cuaja un encastado toro de Adolfo tras una faena emotiva en la última de Otoño.

Paco Ureña, ayer en Las Ventas, en un derechazo al sexto de la tarde larazon

El murciano cuaja un encastado toro de Adolfo tras una faena emotiva en la última de Otoño.

Las Ventas (Madrid). Última de la Feria de Otoño. Se lidiaron toros de Adolfo Martín, bien presentados, muy serios y astifinos. El 1º, orientado; el 2º, corto y sin recorrido; el 3º, orientado y con peligro; el 4º, áspero y con genio; el 5º, sin recorrido y descastado; y el 6º, encastado con cierta nobleza en la muleta. Más de tres cuartos de entrada.

Rafaelillo, de pizarra y oro, pinchazo, estocada desprendida (silencio); y pinchazo, media trasera (saludos).

Fernando Robleño, de blanco y plata, estocada desprendida (silencio); y buena estocada (silencio).

Paco Ureña, de rosa y oro, pinchazo, estocada desprendida (saludos); y pinchazo, estocada defectuosa, aviso, estocada (vuelta al ruedo).

«Sí, sí, sí, Escuela Taurina de Madrid». Con esta consigna se rompió el paseíllo en la última de Otoño. Del tendido alto del «9» afloraron decenas de pancartas en apoyo de esa academia de vida que es la Venta del Batán. Atronadora ovación de más de veinte mil almas, veinte mil, para intentar corregir la tropelía de Carmena. Valores toreros como la honradez que Paco Ureña exhibe cada tarde. Humilde hasta la médula el de Lorca que marró premio de los importantes con la tizona. Sin filo, después de una faena emotiva a un encastado toro de Adolfo Martín, que desarrolló cierta nobleza frente a la áspera dureza de sus hermanos. Ureña, que se llevó una voltereta a mitad de trasteo, ni se miró y volvió a la cara del toro para formar un lío en tres tandas por la mano izquierda. Muy relajado. Abandonado el cuerpo para torear con el alma. Hubo cinco naturales a pies juntos, ofreciendo el pecho, y el remate excelentes. Cumbre. Madrid, entregada. Rendida a sus pies también en las trincheras con una rodilla en tierra del colofón.

Antes se había gustado a la verónica con el tercero. Ganando terreno y cargando la suerte. Notables, más aún frente a este encaste. Humilló mucho y por abajo el cárdeno, precioso cornipaso de imponente fachada, pero cada vez se fue quedando más corto en la pañosa de Ureña, que realizó un sincero esfuerzo para tratar de ligarle las tandas corriendo la mano como si el astado fuera bueno. Fruto de ello, dos volteretas en las que se libró de milagro de los dos «puñales» que mostraba por delante. Su humildad volvió a quedar de manifiesto cuando sacó al toro a los medios para matarlo en la suerte de recibir, porque de bravo su rival, muy agarrado al piso, tuvo poco. Saludó una ovación. Sin salir de la tierra, de esa región levantina, otro murciano trenzaba el paseíllo de nuevo en Madrid después de derramar sus lágrimas en esta misma arena en San Isidro. Bravo, entonces, Rafaelillo con un Miura encastado al que cuajó para conquistar Madrid hasta claudicar bajo el filo de una tizona roma. La suerte que da y quita. La suprema. Ayer se las vio primero con un «Aviador», familia con alcurnia en esta vacada, que pasó los primeros tercios sin alharajas. Adormilado. En la muleta, se espabiló en la segunda serie. Muy orientado, sólo se tragó un torero comienzo por doblones para sacarlo a los medios. Luego, Rafaelillo se fajó y trató de someterlo por abajo. No hubo manera de domeñarlo, pero su firmeza fue de acero. Inquebrantable a las miradas, arreones, gañafones y mil una coladas, porque sabía siempre lo que se dejaba atrás, sobre todo, por el derecho. Cuidó en todo momento la colocación. Valiente en una lidia de otra época, por encima de su rival, al que despenó de estocada caída tras pinchazo. Entonces, Madrid lo obligó a saludar en los medios, quizás para redimirse de su «olvido» previo tras finalizar el paseíllo. Justísimo. Otra más escuchó en el cuarto. Una lámina. Asaltillado cárdeno veleto y cornipaso que tampoco ofreció concesiones. Pero las pocas que regaló, las aprovechó el murciano, enfibrado y batallador, para robarle algún muletazo estimable. Esfuerzo y oficio sin brillo, pero que le mantiene con todo su crédito venteño, que es mucho, intacto. Robleño sorteó un segundo reservón, que empujó en varas, pero que en la muleta no ofreció facilidades. Tras varias miradas, le marcó la cornada cuando toreaba sobre el pitón derecho. Se zafó de milagro. Insistió el diestro madrileño, pero no hubo manera. Continuó midiendo el de Albaserrada, algo gazapón. Sin recorrido, tras probarlo por ambos pitones, abrevió. También le buscó las vueltas al quinto, otro «adolfo» áspero y corto en la muleta, sin transmisión. Digno, solventó la papeleta con eficacia con los aceros. Esos mismos que le fallaron a Ureña. Tuvo el triunfo. ¡Qué pena!

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