Toros
Jarocho, el banderillero que vivío la muerte de Fandiño y Barrio
Dentro de la historia del toreo se esconden muchas casualidades, supersticiones y misticismo pero no todo ello está ligado al triunfo, sino también a la muerte. Una de estas historias es la del subalterno de la cuadrilla del malogrado torero Iván Fandiño, Roberto Martín «Jarocho», con el que la tragedia se ha cebado, por segunda vez. Él ya sabía lo que era presenciar la muerte en el ruedo, tras ser testigo el año pasado de la cornada mortal que recibió Víctor Barrio, en Teruel, el pasado 9 de julio. Ya conocía la impotencia de no poder hacer nada por su compañero y el frío que se siente al no ser capaz de asimilar que el toro ha acabado con su vida. Pero aún así, hace dos tardes le tocó sufrirlo de nuevo, volvía a repetir la misma pesadilla, el mismo drama, menos de un año después. Así lo recordaba él: «Iván estaba consciente pero se quejaba de que no podía respirar, los cirujanos se miraban unos a otros... Pero yo veía mucha impotencia. Le han estabilizado en la enfermería y se lo llevaron rápido al hospital, pero no llegó. Estamos destrozados».
Pero su nombre no es el único asociado a la peor de las casualidades. El año pasado en Teruel otro de los subalternos que actuaban junto a Jarocho en esa trágica tarde, y que sotuvieron el cuerpo inerte de Víctor Barrio, Pablo Saugar «Pirri», pertenece a una dinastía inevitablemente vinculada a la parte más dolorosa del toreo. Su padre, El Pali tres decadas antes ya había auxiliado al Yiyo en el día de su muerte.
Pero todavía resulta mas increíble la historia de Enrique Berenguer «Blanquet», banderillero de confianza de Joselito el Gallo, y que firma una de las páginas más oscuras de la historia de la tauromaquia. Se cuenta de él que era una persona profundamente supersticiosa, que en ocasiones notaba un olor a cera en torno a la plaza, y cuando esto ocurría siempre coincidió con la muerte del torero que lidiaba en esa misma plaza. Como recuerdan los casos de Joselito el Gallo, y Manuel Granero. Pero la última vez en el que volvió a tener esa misma premonición no fue su matador Sánchez Mejías el que correría la fatídica suerte, sino él mismo, que caería fulminado en el tren que les llevaba de vuelta después de un festejo.
Supersticiones aparte, la dureza de los ruedos nos ha recordado una vez más la verdad de la tauromaquia, el valor y mérito que tienen aquellos que se ponen delante del toro jugándose la vida, tanto los que se visten de oro como los que lo hacen de plata.
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