Plasencia
Juan Mora: «Corregir defectos es una forma de vida para el torero y para la persona»
El veterano diestro volvió a destapar su Tauromaquia añeja hace diez días junto a José Tomás en León
Como esas pocas gotas de perfume caro, el toreo de Juan Mora perdura en el tiempo. Imborrable. Da igual cuanto pase hasta volver a verlo de luces, su aroma permanece. Una pureza al alcance de muy pocos. El veterano diestro de Plasencia es el último eslabón de una Tauromaquia clásica, de sobria elegancia, exenta de barroquismos. Porque, como él mismo pregona satisfecho, a veces, con 20 buenos muletazos es suficiente para que un coso como Madrid se entregue convencida. León, hace una semana y junto al mito José Tomás, fue la penúltima parada para un romántico que sigue en busca de esa utópica faena perfecta.
–Juan Mora, como Teruel, existe. En León, volvió a dejar pinceladas de torero caro.
–Es un privilegio seguir toreando y más en un cartel de tanta expectación, aunque me cueste muchas noches sin dormir antes. Fue una pena que al conjunto de la corrida le faltara un poco más de fuerza, porque hubo toros con calidad, sobre todo, los tres de El Pilar para haber dado una tarde de toros mejor.
–¿Cómo es torear junto a José Tomás?
–Un placer. Me encanta como torero, pero, sobre todo, como ser humano. Cuando estoy cerca de él, me transmite una paz, una calma y unos valores como persona que me alimentan para mi vida.
–No hubo rotundidad en las faenas, pero volvió a regalar lances de cartel de toros.
–Toda la tarde tuvo muchos detalles de la terna. Ya digo, saben a poco, por lo que se podía haber vivido, pero hoy en día no se admite que un toro doble una mano. Ya no en Madrid, en cualquier lado. Antes, estos toros servían para se viera ahí el temple que tenía el torero, pero los tiempos han cambiado.
–Lo que permanece inalterable es su toreo en la mente de muchos aficionados: le veneran.
–Es curioso, dicen que el toreo es el único arte efímero, con fecha de caducidad y que sólo dura unos pocos minutos. Sin embargo, de vez en cuando, la gente te para y te dice que se acuerda de aquellos tres naturales que le pegué a un toro en tal sitio o de las cuatro verónicas en tal otro. Cuando la esencia del toreo aflora, da igual la cantidad, al revés, siempre te acabas quedando con unos pocos detalles escogidos, porque el valor de lo bueno no está en su duración, sino en su intensidad.
–Las empresas se acuerdan poco de Juan Mora.
–Llevaba un año y veinte días sin torear. No había hecho más que tentaderos en el campo y únicamente con becerras. Ya hace unas temporadas que dejé de lidiar toros a puerta cerrada. El poco valor que me queda sólo lo saco vestido de luces.
–¿Qué le motiva para estar preparado a la espera de esos contados paseíllos?
–La puesta a punto tiene que ser la misma, da igual una corrida que quince... Hay que estar listo. La dinámica tiene que ser activa y no dejar que la mente se anquilose. Todas las mañanas me levanto soñando con hacer mi toreo un poquito mejor. Esa preparación es lo poco que me consigue tranquilizar...
–¿Nunca está preparado uno para esos miedos?
–Jamás. Circulan a sus anchas por mucha veteranía que tengas. Esos minutos en la habitación, antes de vestirte, surgen las dudas y los nervios reclaman su sitio. Pero saber que has hecho tu trabajo las semanas anteriores, un trabajo de meses, es lo que me calma.Me mentaliza para el toro. Esa relajación es la que sirve para sacar esa naturalidad toreando que gustó en Otoño en Madrid o el otro día en León.
–¿Esperaba haber toreado mucho más después de una Puerta Grande tan rotunda en Las Ventas?
–No, la gente se equivoca. Otoño me sirvió mucho. Algunos pensaban que al año siguiente iba a echar una temporada larga, de medio centenar de corridas. Toreé veinte tardes y fue una temporada muy especial, me sentí muy querido y con el reconocimiento de la afición y la profesión. No es cuestión de números, nunca me interesaron y, a estas alturas, menos.
–Entonces, ¿de qué se trata?
–Soy más de letras y mi prioridad es dejarlas escritas en la arena con el capote y la muleta cada vez que me visto de luces. Esa búsqueda perenne de la perfección, esa lucha constante por sentirme realizado después de pegar tres naturales rotundos e irrepetibles –porque el arte es producción, no reproducción– a un toro es lo que me compensa todas las fatigas y me mantiene con afición de ser torero.
–Ser exigente con uno mismo...
–Yaprender de tus errores. La improvisación es una virtud, pero trae defectos propios de esa toma rápida de decisiones. Uno viene a la vida para irlos puliendo poco a poco. A mis 51 años, sigo corrigiendo defectos, es una forma de vida para el torero y para la persona. En realidad, la tarde que más te enseña es en la que nosalen las cosas como quieres.
–¿Por qué?
–Porque cuando sales a hombros, por ejemplo, el día de la Puerta Grande en Otoño, parece que flotas y que eres el rey del mundo. La conciencia te dice que todo ha salido de maravilla. Pero cuando llegas al hotel sin el triunfo y te metes en ese bosque sombrío en el que las ramas son densas y ni ellas te saludan... Te tienes que levantar tú sólo, sin ayuda de nadie, y demostrarte que en las muñecas todavía te queda toreo.
–Otoño y Madrid. Quedan unos meses pero, ¿le gustaría volver a estar dentro de esa ecuación?
-Por supuesto, el Otoño es una estación muy romántica. Cuando se acerca, empiezas a pensar que se acaba la temporada ya hasta el año siguiente, que se inicia otro invierno para corregir cosas y prepararte, para estar más con la familia... En Otoño más, pero Madrid es bueno en cualquier momento, si la empresa lo considera oportuno yo estoy abierto no a torear una tarde más sino un montón más, porque Madrid siempre es el horizonte de todo. El reto para el que, al menos yo, me preparo cada mañana.
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