Toros
Manolete: El «monstruo» de la posguerra universal
El Cuarto Califa nació tal día como hoy hace 100 años y en solo 30 construyó su leyenda
El Cuarto Califa nació tal día como hoy hace 100 años y en solo 30 construyó su leyenda.
Doña Angustias Sánchez trajo al mundo tal día como hoy a Manuel Laureano Rodríguez Sánchez. Fue en Córdoba, un 4 de julio de 1917. Aquel día, tan señalada fecha, quién sabía, vino al mundo uno de los toreros más importantes de la Historia de la Tauromaquia, que pasaría a anunciarse Manolete en los carteles y lideró una revolución en la profesión despertando auténticas pasiones en la afición. Vidas de peregrinaje por seguirle. Donde fuera. Como fuera. Tres décadas de existencia le fueron suficientes para crear su leyenda. Un halo que le dio el pasaporte para convertirse en figura del toreo primero y en un mito después. Manuel Rodríguez fue diestro transgresor fuera y dentro de los ruedos, lo llevaba escrito en el rostro. Imperturbable ante las embestidas de los toros. Serio. Melancólico. El torero de la posguerra española. Revolucionó la Tauromaquia de su generación y fue capaz de dar una vuelta de tuerca a todo lo que se hacía hasta entonces delante de los toros. Hijo de torero, apodado con el mismo nombre, se convirtió en el cuarto Califa del Toreo en la tierra cordobesa que le vio nacer. Rey de la verticalidad, de la solemnidad, dueño del cite de perfil, auténtico en la ejecución de las suertes y un gran estoqueador. En corto y por derecho, Manolete desplegaba toda su verdad en la ejecución de la suerte suprema. Verdad más verdad. Tanto que dicen que en un pueblo ante un toro repleto de dificultades su apoderado Camará le pidió que se aliviara y el propio torero respondió: «Eso, don José, no lo sé hacer». Eso era el torero cordobés. Manolete ligaba los muletazos sin enmendar terrenos y de ahí la emoción. No dejó indiferente a nadie, en esa evolución que colmaban los pasos en el toreo de Joselito y Juan Belmonte, los dos grandes que le precedieron en las décadas anteriores. Habían marcado los hitos en la Tauromaquia.
En 1931 se vistió de luces por primera vez. Estaba todo por llegar. Y tanto. Hasta la muerte, horas después de aquella fatídica tarde del 29 de agosto de 1947. La corrida de Linares, en la localidad de Jaén, aquel toro de la ganadería de Miura, «Islero» de nombre, que inmortalizó para siempre la figura de Manuel Rodríguez tras asestarle una cornada dramática que acabó siendo mortal. Fue en el muslo derecho. En el temido triángulo de Scarpa. Imágenes que Paco Cano, conocido como Canito, hizo y pasaron a la historia. «Islero» mató a la gran figura del momento y de toda una época del toreo, justo en la temporada en la que Manuel Rodríguez meditaba tomarse un respiro y así se lo había comunicado a su gente cercana. Hastiado de la exigencia de ser figura del toreo, de los públicos y con ganas de buscarse un retiro junto a Lupe Sino, con quien protagonizó una historia de amor que traspasó todas las fronteras de la época. Una historia que no estuvo bien vista ni contó con la aprobación del entorno familiar del torero. Cuentan que no pudieron reunirse en el lecho de muerte. Aquella madrugada, herido de muerte Manolete, con sus 30 años recién cumplidos. Y su querida Lupe, que conoció en el viejo Chicote de Madrid. Una vida truncada de apenas tres décadas. Y aquellas imágenes de la pareja que darían la vuelta al mundo.
En la fatídica corrida le acompañaron en el ruedo, en su último paseíllo, en su última tarde Luis Miguel Dominguín y Gitanillo de Triana II. Este último había oficiado años antes, exactamente el 2 de julio de 1939 en la plaza de toros de Sevilla de testigo de su alternativa. Fue el matador de toros Chicuelo quien le doctoró. A finales de temporada, el 12 de octubre de ese mismo año, confirmó el doctorado con Marcial Lalanda y Juan Belmonte en la plaza de toros de Madrid.
Apoderado por Camará, el eterno Camará y una infinidad de nutridas anécdotas que se han ido verbalizando de generación en generación. Protagonistas ya de todas las épocas. También cien años después de su nacimiento Manuel Rodríguez sigue siendo una leyenda que se mantiene viva en la memoria del aficionado. Su personalidad dentro y fuera del ruedo. El torero imperturbable. La quietud. La verticalidad. El valor. El torero que quebró la reglas del toreo y las mejoró. La personalidad. Ídolo de México, donde dijo sentirse más libre, más él... Cien años después, la mirada de Manolete. Su solemnidad. El torero de Córdoba universal y su leyenda se prolonga con un único camino: la eternidad.
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