Toros
«Manzanilla» frente al naufragio
El segundo toro era un bombón por dentro y por fuera. Castaño albardado, bociblanco, generoso de cuello, tomó con clase la muleta de José Mari Manzanares
El segundo toro era un bombón por dentro y por fuera. Castaño albardado, bociblanco, generoso de cuello, tomó con clase la muleta de José Mari Manzanares.
La feria va encarando la recta final. La duodécima de abono colgó otro «no hay billetes» al reclamo de Enrique Ponce, José María Manzanares y Ginés Marín. La tarde no respondió sin embargo a la perfección de su guarismo: el doce es el número redondo. El de las doce tribus de Israel, los doce dioses y titanes del Olimpo, los doce pares de Francia. El juego de los toros de Juan Pedro Domecq no fue el propicio para el éxito. De prólogo, un toro que no podía con su alma.
De epílogo, dos devoluciones encadenadas y parte del público largándose anticipadamente por cansancio. En mitad del naufragio hubo una tabla a la que agarrarse. «Manzanilla» fue un bombón por dentro y por fuera. Castaño albardado, bociblanco, generoso de cuello, tomó con clase la muleta de José Mari Manzanares. Por la izquierda, superior. Le cogió a contramano porque no es precisamente la de más fortaleza del alicantino. Hubo estética, eso que llaman empaque, y muchos tiempos muertos entre tandas pero faltó el dolor que debe acompañar a todo arte. O quizá fuera profundidad.
Faltó llegar a ese punto en el que cruje el látigo. El arranque explosivo del volapié colocó la sordina. Manzanares salió airoso con una oreja igual que con las dos en la gran corrida de Núñez del Cuvillo. Salvando el segundo toro la tarde hibernó hasta sepultarla el aburrimiento. Quien se coronó como el mejor picador de la feria fue Paco María. El Domingo de Resurrección aguantó la vara a un toro empeñado en romanear la cabalgadura y que lo suspendió en vilo. Ayer tiró lejos el palo marcando todos los tiempos de esta suerte que es claustro materno del toreo a pie y que cada vez está más arrinconada.
El público lo despidió con una ovación: de las pocas que se escucharon en ocho toros –con sus dos bises– y dos horas y tres cuartos de espectáculo, si es que en estos casos vale sin ofender lo de espectáculo...
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