Albacete
«Pablorromeros», cuando lo interesante encalla en el desencanto
Entonado regreso a Las Ventas de los toros de Partido de Resina con dos buenos astados pero sólo una ovación para Pérez Mota
En Las Ventas (Madrid), se lidiaron toros de Partido de Resina, muy bien presentados y con cuajo, serios por delante y engatillados, de preciosa lámina. Destacaron el encastado 1º y la nobleza del 5º, aunque a ambos les faltó una pizca más de fuerza. Con genio, el 2º; manso y huidizo, el 3º; el 4º, descastado; y el 6º, reservón. Un cuarto de entrada.
José María Lázaro, de sangre de toro y oro, estocada algo tendida, dos descabellos, aviso, otro descabello más (palmas); tres pinchazos, estocada casi entera caída (silencio). Pérez Mota, de grosella y azabache, estocada casi entera contraria (silencio), estocada desprendida (saludos). Rubén Pinar, de blanco y oro, dos pinchazos, estocada desprendida (silencio), media en buen sitio (silencio).
Desde por la mañana palpamos la expectación. No parecía un domingo de temporada cualquiera. En el apartado, acariciando el «No hay billetes». Varios puñados de aficionados peregrinados desde Francia, pertrechados con cámaras y demás cachivaches tecnológicos para inmortalizar esos ríos de piel cárdena de los legendarios «Pablorromeros». Allí, al otro lado de los Pirineos, el toro íntegro manda. Ése que da verdad, sentido, a este espectáculo. Y de todo eso, el mito de los hoy Partido de Resina da para tres enciclopedias. Por la tarde, amenazante el cielo de pequeñas astillas de lluvia, ya con esas preciosas láminas ceniza de engatillada cuerna sobre el albero, la enorme ilusión se tornó desencanto. Un regreso con interés, pues nadie se aburrió, y con dos toros con opciones -1º y 5º-, pero tan sólo Pérez Mota logró saludar en el quinto una ovación. Balance que sabe a poco.
El gaditano sorteó un precioso cárdeno en segundo lugar que se hizo amo y señor en los primeros tercios. Abanto y muy distraído, la lidia fue un desastre. No resulta extraño, por tanto, que luego en la franela de Pérez Mota desarrolla para todavía peor. Mucho genio y arrancadas cada vez más cortas, como ya había advertido de salida en el percal de su matador que resistió el torbellino con valentía. No puso problemas en bajar al Averno. Entregado, se fajó y pasó las de Caín viendo pasar tornillazos y más tornillazos de un astado que le puso los pitones en el pecho y las hombreras. Una y otra vez. Pronto comprendió la quimera que tenía ante sí y aceleró el paso a por la tizona.
Un abismo con el quinto, que derrochó nobleza a raudales. También fijeza. Buen toro. También hizo lo suyo que se le pegara algo menos que a un encierro al que castigó una barbaridad. Se picó sin medida y, lo que es peor, en mal sitio con la única excepción de Francisco Vallejo en este toro. Buena pelea. Ese buen fondo lo mostró en el último tercio, aunque faltó mayor pujanza en el final de la embestida. Cada vez le costó más. Había que robarle los muletazos de uno en uno. Y en Madrid, sin ligazón, el triunfo es una utopía. Pese a todo, Pérez Mota dejó buenos naturales sueltos, alguno de buen trazo y profundo incluso. Tampoco escatimó en la suerte suprema y se volcó sobre el morrillo, aunque la espada cayó una brizna desprendida.
Rubén Pinar venía con buen ambiente a Madrid. Se hablaron maravillas de su actuación con la de Victorino Martín en Albacete. Mucho mérito en una temporada que empezó torcida, truncada por un durísimo percance en invierno en el campo. Por desgracia, ayer prácticamente nos quedamos sin verle. Disposición sin mácula, eso sí, con el peor lote la tarde. El tercero, con el que se estiró a la verónica, fue un mansurrón que lo cantó en cuanto sintió la puya. Salió despavorido. En banderillas, apretó mucho y cortó con guasa a la cuadrilla del manchego que pasó un mal rato. Así, a Pinar no le quedó otra que buscar la clásica faena del manso, pero ni por esas. Lo persiguió por todo el anillo sin que hubiera manera de atarlo en corto. Le dejó la muleta muy puesta para tratar de taparlo y se la puso con franqueza en redondo buscando ligar las series. Sólo resistía dos. Al tercero, las de Villadiego y con la música, o mejor, los astifinos pitones, a otra parte. Actitud baldía.
No mejoró el horizonte en el sexto. Un trasatlántico de descomunal alzada y dos puñales por delante. Alto de agujas y hondo, larguísimo. Con mucha plaza. Un torazo que desfiló tres veces por el peto del caballo, pero cuya fortaleza desembocó en un cabroncete, con perdón, que no tuvo un pase en la muleta. Muy reservón, arreó defendiéndose con peligro sordo entre la impotencia de Pinar.
Previamente, José María Lázaro rompió plaza con el otro «Pablorromero» que ofreció posibilidades. Otro espectacular cárdeno al que esperó en toriles a portagayola. Humilló mucho en la capa del toledano y repitió con codicia. Muy encastado, derribó en el primer encuentro y empujó con franqueza en el segundo. Se comía el caballo romaneando. Sangró por una corrida entera. Excesivo. En la muleta, volvió a entregarse por abajo, sobre todo, por el derecho. Su mejor pitón, pues al natural protestó. Por ahí, Lázaro hilvanó dos buenas tandas, muy relajado, con gusto y suavidad. Quizás, ahí estuvo el pecado, porque el burel pedía mando y una muleta poderosa que le domeñara. Con el cuarto, descastado y sin brillo, se perdió en mil y una probaturas en un trasteo que no tuvo color.
Todo lo contrario que el gris ceniza de los «Pablorromero», dos horas de variedad e interés. De principio a fin. Sólo una ovación, desencanto, pero nadie se aburrió. Una bendición entre ese caleidoscopio del monoencaste. Que no tarden otro lustro en volver.
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