Feria de San Isidro
Posada, el susto, la chispa y el triunfo
El torero cortó un trofeo y Roca Rey se salvó de milagro al entrar a matar al último en San Isidro.
Las Ventas. Undécima de la Feria de San Isidro. Se lidiaron novillos de Conde de Mayalde. 1º y 2º, deslucidos y sin querer viajar en el engaño; 3º, descastado y de escaso fondo; 4º, de buen juego; 5º, descastado y sin clase; 6º, movilidad con violencia. Tres cuartos de entrada.
Posada de Maravillas, de nazareno y oro, pinchazo, estocada (silencio); estocada (oreja con petición de la segunda).
Clemente, de burdeos y oro, media trasera y tendida, pinchazo, media, tres descabellos (silencio); media (silencio).
Roca Rey, de salmón y oro, pinchazo, estocada (silencio); pinchazo, media, estocada (ovación).
No puso las cosas fáciles la novillada de Conde de Mayalde, hueca de bravura y poder, aunque hubo un cuarto que fue otro cantar. El cante comenzó con una cogida muy fea, agresiva en varias fases en la suerte de varas. Le tocó el peaje a Posada de Maravillas, que quedó en estado de shock un rato, como si tuviera dificultades para respirar. De ahí que cuando volvió al toro, ya con la muleta en la mano lo hizo sin la chaqueta y desabrochándose también el corbatín. Se fue al centro del ruedo, lejos del animal, con el engaño plegado en la mano izquierda y cuando el toro quiso venir firmó una tanda al natural prologada por ese cartucho del pescao. Ya en los albores, cuando recién comenzaba, captó la atención del público en una personal manera de interpretar el natural, que tiene toda la transmisión del mundo. Anda entre el desmayo y lo eléctrico, saltan chispas. El de Mayalde tuvo cosas buenas y entre ellas la repetición y la prontitud unidas a la nobleza. Alternó derecha e izquierda en una faena breve, pero muy personal, con muletazos fácilmente reconocibles, y fue capaz de encontrar la muerte al toro con prontitud. Paseó un trofeo antes de irse a la enfermería. A un visto y no visto le obligó un primero, tan suavón como parado. Ni para el esfuerzo.
Roca Rey venía avalado por un importante triunfo en esta plaza. El sexto de pronto le hizo pasar un trago difícil de digerir en la suerte suprema, aunque ya puede dar gracias por afortunado. En el primer envite que entró le arreó un buen puntazo en la pierna, al segundo le arrancó el corbatín y en la estocada que logró darle muerte le puso el pitón en el cuello. Puñetera suerte. Milagrosa. Antes tuvo el novillo mucha tela que cortar con una movilidad áspera y de complicado gobierno. Roca Rey quiso todo, lo intentó todo, de una manera y de la otra, buscando aquí y allá, no todo le salió, ni de lejos, pero quiso estar y no era tarea sencilla. Por gaoneras y tafalleras toreó al tercero. Desplegó después el temple en una tanda apañada en la que el animal viajaba. Dijo nones instantes después y ya sólo quedó demostrar la rectitud en la cercanía.
Clemente tampoco anduvo sobrado en oportunidades y al menos no se quiso dejar ganar la pelea y replicó los quites de Roca Rey, que tampoco perdonó uno. Con cierto estilo prologó la faena del segundo. No más. Ahí acabaron las tediosas arrancadas del animal. El descastado quinto no le dejó más lugar que a la justificación. Un trofeo y la constatación de que Roca Rey se libró de purito milagro. Que sigamos así, aunque sea por poco. Ese poco que nos aleja de la tragedia.
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