Burgos

Ritmo triunfal de Talavante para el Coliseum

Talavante salió a hombros en la inauguración del nuevo Coliseo burgalés
Talavante salió a hombros en la inauguración del nuevo Coliseo burgaléslarazon

A hombros tras una gran faena en la inauguración del coso de Burgos, que acabó por complicarse.

Burgos. Primera de la feria. Estreno del nuevo Coliseo de Burgos. Se lidiaron toros de Antonio Bañuelos, desiguales de presentación. El 1º, noble y repetidor, duró a pesar de que tenía la fuerza contenida; el 2º, toro con muchos matices. Con motor y repetidor; gazapón y mirón; el 3º, de muy buen juego; el 4º, complicado y de mal juego; el 5º, descastado; y el 6º, imposible por algo en la vista o en el embroque. Lleno de «no hay billetes».

Enrique Ponce, de habano y oro, pinchazo, estocada buena (silencio tras petición); y pinchazo, estocada, descabello (silencio).

El Juli, de azul y oro, estocada caída, aviso (oreja); y media caída (silencio).

Alejandro Talavante, de gris perla y oro, estocada (dos orejas); y pinchazo, estocada contraria, siete descabellos, media, aviso (silencio).

Un lleno de «No hay billetes» reconciliaba al aficionado, o al menos a la memoria colectiva de éste después de los avatares sufridos en la pasada temporada. La plaza de El Plantío estuvo en el limbo durante un tiempo o incluso un poco más allá. Mucho debemos a algunos que pelearon por lo nuestro sin descanso. En las obras de reconversión, de plaza de toros de toda la vida a Coliseum, un fallo, qué cosas, hizo que derribaran la enfermería. Ni con la hazaña lograron restar en la afición, y un quirófano móvil con sus permisos pertinentes logró abrir las puertas de este Coliseum para celebrar la primera corrida de toros. No es el único fallo, la visibilidad también resta. Pero es día de sumar. Y la gente arrimó el hombro y no quiso perderse el espectáculo; no sólo se colgó el «No hay billetes» en taquilla sino que era fácil ver a la gente a las puertas y sin boleto. Gloria bendita el coso repleto con una acústica atronadora. Al poco de empezar me prometí una hora de silencio al salir de aquí. Palabrita. Y palabrita también que Alejandro Talavante convulsionó al público burgalés desde que comenzó la faena con una arrucina y de rodillas mientras el toro galopaba desde la otra punta. Era el tercero. Lo que vino después, a un ejemplar de Antonio Bañuelos que lo tuvo todo para hacer el toreo, fue una deliciosa faena con el temple agarrado a las muñecas y la magia cosida en los remates. Ni una vez se desacompasó con el ritmo del toro, ni una vez caminaron en sentido contrario uno y otro. En esa comunión, impecable, residía la que había sido hasta el momento la faena de la tarde. De disfrute y recreación. Y el toro. Sin duda fue el momento más álgido, aunque para saberlo todavía era necesario que pasara el tiempo. Una estocada de rápido efecto puso los números (y en este caso doble premio) a las emociones vividas.

Enrique Ponce se fue con lo puesto y quizá con mal sabor de boca después de acabar con un cuarto complicado. Le retrató el arreón de manso que pegó en el pinchazo. De similar condición había sido hasta entonces: le costaba pasar y mucho más entregarse, a la defensiva y a la espera de la caza. Ese curioso silencio tras petición fue lo que cosechó a la muerte del primero. El del estreno de verdad. «Checo» de 440 kilos fue el agraciado. Se mostró airoso con el capote en el saludo de capa y el animal duró más en las telas de lo que había cantado en varas incluso en banderillas con la justeza de fuerzas. Repitió con nobleza también en una faena justificada de Ponce, en la que el presidente no accedió al premio.

Poco hubo que esperar para ello. Llegó en el segundo. Fue toro con muchos matices. Unos buenos y otros llamados a la complicación, como que era gazapón y muy mirón por el izquierdo. Quizá no era tan difícil como incómodo. El Juli se buscó en el oficio, pero no se le vio a gusto con el animal ni un solo instante. El quinto, descastadete y con el ánimo justo por perseguir el engaño, no valió un euro. La faena del madrileño, tampoco, como si no estuviera convencido de lo que pasaba ahí abajo.

El sexto fue una ingratitud. Para todos los protagonistas. Fue toro muy complicado ya desde el capote, no humillaba, pasaba por arriba, no sé si por problema en la vista o condición, pero el panorama no era de chiste. Talavante, que está en sazón pese a todo, lo probó como si fuera bueno y el calvario vino después. Espada en mano, el toro lo puso muy difícil y la afición también. Se agriaba el espectáculo y a uno, sin poder evitarlo, se le viene a la cabeza ese amarillo intenso que da la bienvenida a ese Coliseum de Burgos. ¡Si es que no puede ser!