Toros

San Sebastián

San Sebastián, libre y en pie, dice sí

Enrique Ponce corta una oreja y López Simón pierde la Puerta Grande por el mal uso del acero en la vuelta de los toros al coso de Illumbe

Alberto López Simón al inicio de su faena de muleta, ayer en Illumbe
Alberto López Simón al inicio de su faena de muleta, ayer en Illumbelarazon

Enrique Ponce corta una oreja y López Simón pierde la Puerta Grande por el mal uso del acero en la vuelta de los toros al coso de Illumbe

- San Sebastián. Primera de la Semana Grande. Se lidiaron toros de Torrestrella, justos de presentación. El 1º, con movilidad, protestón y la fuerza justa; el 2º, renqueante y desarrolla mucho peligro; el 3º, descastado y desentendido; el 4º, noble y de buen juego; el 5º, renqueante y protestón; el 6º, de media arrancada y rajado. Tres cuartos de entrada en los tendidos.

- Enrique Ponce, de azul y oro, media atravesada, estocada caída (saludos); y estocada desprendida, aviso, dos descabellos (oreja).

- José María Manzanares, de negro y azabache, buena estocada (saludos); y media (silencio).

- Alberto López Simón, de azul marino y oro, media estocada tendida, cuatro descabellos, aviso (saludos); y dos pinchazos, estocada, aviso, dos descabellos (saludos).

No era de recibo, pero fue. Estas cosas pasan pero a fuerza de aguantarlas tirando de paz interior resbalan. No era de recibo, digo, volver a la plaza de toros de Illumbe tres años después de que se nos echara en la versión dictatorial de Bildu y hacerlo con un par de insultos a la espalda, como pegados a la chepa. Como en este caso la protesta era contraria a los toros y a la monarquía, uno no tenía muy claro por qué darse por aludido antes. Se olvidaba todo un segundo después, en anécdota en un pispas, justo lo que se tarda en atravesar el umbral de la puerta de la plaza y volver a volver, como diría la canción. Y mil veces. Algunas caras, las mismas, como el portero, o el aficionado que intentaba cortar su billete con un «es aquí un protaurino y no monárquico». Nos matan los patrones prefabricados, la izquierda y la derecha. Que echen un ojo al pasado y que se hundan en las raíces e igual descubren que les sostiene en pie las mismas. Pasadas las seis de la tarde el lío se desataba. No piensen mal, sólo se abría esa infinidad de incógnitas que son las dueñas del ruedo y sus destinos en las próximas dos horas, más o menos. Fue pisar Illumbe Enrique Ponce, José María Manzanares y López Simón y rompió la afición donostiarra a aplaudir. De ahí hasta el final toda la gente en pie. Hasta que se deshizo el paseíllo, y más, para volverles a sacar. Emocionaba. Sobre todo porque la ovación de corazón subía hacia el tendido. Tres años después y recuperada la libertad, la gente decidió ir a los toros. El Rey Emérito Don Juan Carlos y su hija la Infanta Elena viajaron hasta aquí para ver el ¿reestreno?, ¿el regreso de la libertad? Qué sé yo en estos endemoniados tiempos. Pero sí sé que tres ovaciones de bandera se llevó el Rey en los tres brindis, uno por coleta, que recibió desde su localidad en el callejón de la plaza. Un suspiro necesitó el primero, terciado de presentación como toda la corrida, para derribar al picador. Otro más para ponerse en pie. Era el turno de Ponce, el único que tenía el expediente inmaculado en esa recreación del cartel del 98 que inauguraba la plaza de verdad, él y el ganadero anunciado; Manzanares venía en lugar de su padre y Francisco Rivera Ordóñez cayó herido de mucha gravedad hace pocos días en Huesca y el torero revelación de la temporada Alberto López Simón le sustituía. Ponce estuvo en Ponce con ese Torrestrella que protestaba, que tenía la fuerza justa, pero que aguantó sin entregarse nunca ni desarrollar demasiadas virtudes. Al menos no fue lo que vino después. Un segundo que pasó de renqueante tontorrón a cabrón sin fisuras en un abrir y cerrar de ojos. Dos veces enganchó de la pierna a Manzanares y cuando éste quiso plantarle cara, el toro estaba de vuelta en la guerra.

El tercero y López Simón andaban pautados por patrones de comportamiento opuestos; uno iba a la deriva, rajadete y descastado, y el otro no se movía ni para atrás. Así fue la única manera, en el ataque continuo del torero con muleta más muleta de sacar algo de partido al Torrestrella. Lástima que la espada se demorara más de lo que procede y gusta.

Una oreja logró Ponce del buen cuarto. Noble y muy manejable en las telas del valenciano que anduvo ligado y pulcro en una faena de liviano ajuste. No pasó a mayores la de Manzanares al quinto, renqueante y protestón. López Simón tenía entre manos la última joya de la corona. El último Torrestrella del regreso y la capacidad de revitalizar la corrida. El toro tuvo media arrancada y Simón le encontró la medida ligando esos medios pases y aguantando las coladas en la incierta inercia del toro de querer rajarse. Aquí y allá, muy por encima. La espada no fue, y de ahí que se esfumara el premio. En el toreo no todo vale. No se logró el triunfo, pero éste había sido poner la primera piedra al otro lado del río, allí donde todavía prima la libertad. Bienvenidos todos. Entre aplausos y en pie, como habíamos empezado, acabó la tarde. Protejamos ahora los que estamos dentro el espectáculo y dejaremos de ser blanco fácil en esta sucia guerra política. Hoy, al menos, estamos de celebración.

El cartel de hoy

Dos toros para rejones de Fermín Bohórquez y cuatro de Garcigrande y Domingo Hernández para Hermoso de Mendoza, El Juli y Perera.