El chequeo de la cosas
Inflación regresiva
La moderación de los precios no permea a las capas más bajas de la sociedad.
La inflación agujerea la cesta de la compra como la carcoma y es más voraz con las familias más humildes. Daña más a los que menos tienen, es un «impuesto» regresivo y más demoledor cuando los productos que se encarecen son los alimentos.
Comer no puede ser un lujo. En los últimos 15 meses, los precios de los alimentos se han expandido más del 10% en tasa interanual. Lo hacen de una manera repetitiva, machacona y al mismo ritmo que se ha ido encogiendo el poder adquisitivo de los más vulnerables.
La inflación es una píldora amarga entre los hogares con menos renta, donde el gasto en comida pesa más en el presupuesto. El azúcar sigue subiendo, grano a grano, un 45% arriba. El aceite tampoco da tregua. Este lunes se agota el acuerdo entre Moscú y Kiev para la exportación ucraniana de los cereales y oleaginosas.
Si la guerra frena estas ventas, nadie duda de que los países más pobres del mundo tendrán serios problemas y que los precios de las harinas y de aceite de girasol se deslizarán peligrosamente al alza en las estanterías de los supermercados.
Las malas cosechas añaden presión alcista. En cualquier momento nos encontraremos con el litro de aceite de oliva extra en los diez euros. Su reparto por las tiendas se tendrá que hacer en furgón blindado. Es el nuevo oro dorado de nuestra campiña. Y esto ocurre cuando la inflación general se suaviza al 1,9%, uno de los niveles más bajos de la Unión Europea.
Sin embargo, esta moderación de los precios no permea a las capas más bajas de la sociedad. Por eso, según datos del Banco de España, 1,6 millones de hogares presentan dificultades para cubrir sus necesidades básicas.
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