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«Turbo»: ¡Caracoles con el piloto!
Dirección: David Soren. Guión: D. Soren, Robert D. Siegel, Darren Lemke. Voces originales de: Ryan Reynolds, Paul Giamatti, Samuel L. Jackson. EE UU, 2013. Duración: 96 minutos. Animación.
Cierto: el punto de partida de la nueva cinta en 3D producida por DreamWorks y Fox resulta disparatado: un caracol hasta las antenas de cosechar tomates con otros congéneres mientras elude como puede las embestidas de los cuervos y sueña con transformarse en un afamado piloto de carreras mientras ve por la noche la televisión, consigue, tras realizar un lisérgico viaje por el interior de un motor que más parece cuerpo humano, el poder de la hipervelocidad. El siguiente objetivo del simpático y fluorescente Turbo y los nuevos amigos del gasterópodo (entre ellos, un orondo, cándido mexicano que regenta un restaurante de enchiladas junto a un hermano que se llama Ángelo, curioso nombre, me dirán, para un señor nacido en aquel país hispanoamericano) tiene la misma miga: ganar las 500 millas de Indianápolis. Para ello, nuestro héroe en ciernes debe marcharse lejos del hogar (supongo que les suena de tantas otras cintas análogas del género) y echarle corazón y un par de conchas al asunto ayudado por la cohorte de incondicionales fans. Bueno, que en algo «Turbo» recuerda a «Cars», aquel endeble título de la todopoderosa Pixar, resulta evidente, aunque nada debe envidiar técnicamente hablando, porque el filme dirigido por el debutante David Soren resulta modélico en ese sentido; he ahí las fabulosas escenas de los circuitos, las de la lluvia, las aéreas). Lástima que el guión, escrito a seis manos nada menos, sea del todo predecible (con todo, seguro que los niños pasarán una hora y media entretenidos entre tantos animalitos de colores y tantos brillos) y que la fórmula funcione como un reloj si bien corra el peligro de aburrir hasta a las ovejas: ganan los buenos, pierden los malos, y, sorprendente conclusión: si te lo propones, puedes llegar donde pretendas, aunque tus huellas detrás sean de baba. En ocasiones, sólo algunas, ojalá que la vida fuera como una de estas tiernas e ingenuas peliculitas de animación.
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