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Lo que no sabía de «Morir de pie»
Explicar un chiste es como remover el arroz durante la cocción de la paella: se echa a perder. Y, sin embargo, las teleseries que retratan las vidas y las psicologías de quienes crean esos chistes han proliferado tanto que a día de hoy casi componen un subgénero: a «Seinfeld» le sucedió «Larry David», y el éxito de la magistral «Louie» posibilitó recientes sucesoras como «Crashing», «Lady Dynamite» o «Dice». ¿No estarán tal exceso de ficciones sobre las vidas de los cómicos matando la comedia?
Es una pregunta pertinente si hablamos de «Morir de pie», que reconstruye la escena de monologuistas de Los Angeles en los años 70. Coproducida por Jim Carrey –que en la hagiografía «Man of the Moon» dio vida al más extraño de todos ellos, Andy Kaufman–, la nueva serie acompaña a un grupo de cómicos que tratan de abrirse camino en ese mundo. En concreto pasa buena parte de su metraje dentro del Goldie’s, uno de los clubes que funcionan a modo de cantera; su propietaria, Goldie (Melissa Leo), es famosa por su habilidad consiguiendo apariciones en televisión a sus protegidos en una época en la que un bolo en «The Daily Show», de Jonnny Carson, puede ser una catapulta al estrellato.
Para recrear ese universo, «Morir de pie» despliega tal catálogo de significantes setenteros –es una orgía de pantalones de campana, peinados afro y excesos de laca adornados con una retahíla de himnos en la banda sonora– que su verdadero modelo parece ser menos aquella época que la versión aumentada que de ella han ofrecido películas como «Uno de los nuestros» o «Boogie Nights». Más convincente resulta el retrato de las dinámicas en el seno del grupo: los celos profesionales y personales, las pugnas desesperadas por tener más minutos sobre el escenario, la decepción que causa ver tu nombre eliminado de la lista de actuaciones.
Asimismo, la serie nos transporta a un tiempo mucho menos preocupado por el nuestro por la corrección política. Las actuaciones de sus protagonistas incluyen el tipo de chistes racistas y sexistas que hoy les granjearían una legión de «haters» en las redes. Pero no es esa parte del repertorio de «Morir de pie» lo que resulta chocante. Es otra cosa, y para explicarla es bueno recordar esa escena en la que uno de los personajes habla al público de la muerte repentina de sus padres, y eso hace que un compañero le advierta: «Uno no cuenta esas mierdas tristes en un club de la comedia». Es una lástima que la serie misma no siguiera ese consejo.
Los personajes de «Morir de pie» sufren adicciones, discriminación, violencia sexual y depresión. La vida los golpea en los morros una y otra vez. Y el problema es que, mientras los contemplamos, nos da igual, en buena medida porque en general son una panda de malnacidos amargados y envidiosos e incapaces de sentir afecto. Asimismo, la historia incluye tantos personajes que casi ninguno tiene espacio suficiente para trascender el cliché: entre ellos está el cínico, la feminista, los novatos ingenuos y el padre católico para quien la comedia es el demonio. Ya hemos visto antes a estas personas, en otras películas y series mejores que esta.
Pero el gran problema está sobre el escenario. Nadie dice que una serie como esta sea tenga que ser un festival del humor pero, considerando que transcurre en el mundo de la comedia, ¿no debería hacernos reír de vez en cuando? En general los monólogos que interpretan sus protagonistas no tienen ninguna gracia. Y si no creemos en el talento de esas personas se hace difícil no solo sentirnos implicados en sus desventuras sino, sobre todo, entender por qué merecen tener su propia serie.
¡OJO, «SPOILER»!: En el primer episodio de «Morir de pie», Clay (Sebastian Stan) logra aparecer en el programa de Johnny Carson. Justo después de su gran noche se suicida dejando que un autobús lo arrolle.
¿POR QUÉ HAY QUE VERLA?
Porque nos ofrece un recordatorio de lo vistosos que quedan en pantalla los estereotipos estéticos de los 70.
¿DÓNDE Y CUANDO?
Durante agosto Movistar Series estrenará los episodios restantes de la primera temporada.
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