Roma
Un Shakespeare imperial
Paco Azorín dirige «Julio César», con Mario Gas, Tristán Ulloa y Sergio Peris-Mencheta, una reflexión sobre el poder, la justicia y el crimen
Hay pocas obras que enlacen con el público de forma tan directa como el «Julio César» de Shakespeare. Quizá por el célebre duelo de discursos entre Marco Antonio y Bruto, quizá por la altura del personaje del título, el gran general que conquistó la Galia para Roma pero amenazó con convertirse en tirano y lo pagó con su vida... La república de Roma salvaguardó su independencia con un complot que acabó con la vida del dictador a los pies del Senado en los idus de marzo. En el magnicidio participó su propio ahijado, Bruto, junto a Casio y otros hombres notables. Su favorito y fiel Marco Antonio logró huir para reunir un ejército y plantar cara a los asesinos, dando pie a una guerra civil. Todo, claro, con la palabra precisa de Shakespeare, sobre todo en su primer, segundo y tercer acto. Súmenle un reparto encabezado por Mario Gas (César), Tristán Ulloa (Bruto) y Sergio Peris-Mencheta (Marco Antonio), además de José Luis Alcobendas (Casio), y no es de extrañar que estemos ante uno de los montajes más llamativos de esta temporada. «Va como un tiro, está teniendo una respuesta muy superior a lo que yo podría haber soñado», reconoce Paco Azorín, conocido escenógrafo que ha abordado con este clásico su apuesta más personal como director. Estrenado el pasado mayo en Murcia, el montaje se vio después en el festival de Mérida y ha visitado varias ciudades. «Casi 50 bolos, que en los tiempos que corren es un milagro», asegura con humildad Peris-Mencheta. Esta semana, la obra llega al Teatro Bellas Artes de Madrid.
Azorín mete aquí al público en una estancia casi vacía, oscura, con una docena de sillas y, eso sí, un gran obelisco central. «La arquitectura de Grecia y Roma me interesaba desde hacía años, esa idea de que los romanos trocearon los obeliscos que encontraron en sus conquistas para llevárselos. Era un símbolo del poder que cambia de manos que siempre me había facinado», explica. «Hay además en este elemento una simbología del poder machista, porque en el fondo es un falo gigante. A medida que entramos en la guerra, nos lo cargamos. Eso funciona a las mil maravillas, y ofrece una capacidad de juego enorme a los actores».
Sobre la gran pregunta de la obra, hasta qué punto es legítimo el asesinato para frenar a alguien si éste supone un peligro para el bien de la nación, Azorín esquiva las respuestas: «El montaje lo que hace es dejarle las preguntas al público para que éste conteste. Sea bueno o no un asesinato selectivo, lo que está claro es que en la historia los políticos de todas las épocas lo han hecho: el debate está tan abierto hoy como hace cuatro siglos, cuando Shakespeare escribió la obra».
Más claro lo deja Peris-Mencheta, que, pese a dar vida a Marco Antonio, no duda en afirmar: «Comulgo infinitamente más con un republicano. Como espectador estaría en el lado de Bruto. Pero me encanta hacer un personaje que no tiene duda de que lo primero es el corazón y luego ya veremos». Marco Antonio es «un tipo al que le gusta la noche, un pieza. Un militar que se levanta cada día en los antros de Roma». Pero también un «un empático por naturaleza», que se mete al pueblo en el bolsillo con su discurso.
El dilema que plantea Shakepeare es interesante y pertinente en los tiempos que corren. Los jóvenes pueden sacar conclusiones de un clásico como éste, y por eso se han planteado seis funciones pedagógicas, cada viernes, para las que ya están todas las entradas vendidas. «Al principio pensé que los actores iban a ser reticentes, pero todo lo contrario: Mario Gas se lo pasa bomba con los chicos, les da la gracias al final», asegura Azorín. Desde el estreno, el director, junto al traductor, Ángel-Luis Pujante, han limado aun más la parte de la guerra para dejar la función en una hora y media. «Hemos quitado más de los actos IV y V. La primera parte, hasta la muerte de César y los dos discursos, está prácticamente íntegra. Y a partir de ahí le hemos dado una vuelta de tuerca a la dramaturgia», cuenta el director.
Gira con testosterona
Peris-Mencheta reconoce que él habría firmado un montaje diferente: «Le dije que sí a Paco porque me apetecía hacer esta obra y este Marco Antonio. Evidentemente, yo habría hecho una cosa mucho más macarra, sólo con mujeres e incluso con narices de payaso». Incorrecto y divertido, hablar con Peris-Mencheta es salirse de los tópicos –«este papel es un regalo», «un caramelo» o «tiene muchas capas, como una cebolla»– que tan a menudo repiten los actores en sus entrevistas y charlar con un tipo franco que describe sin tapujos estos meses de gira: «Parecemos una pandilla de aberrados que viaja por España. La sensación de que tenemos que desyunar con bromuro no te la quita nadie. Me recordaba a mis viajes con la selección de rugby». Normal: ocho actores, una obra cargada de violencia, guerras y testosterona... Bromas aparte, segura estar disfrutando la experiencia, «desde que entro en escena hasta que salgo», y reconoce que «el parlamento es el momento de mayor disfrute, porque siento que me estoy reencontrando con un actor al que tenía un poco olvidado». ¿Y su Marco Antonio? «Cada función es un mundo, y si Shakespeare levantara la cabeza o Pujante me viera por el ojo de una cerradura, se cagarían en mí, porque hago mi viaje. No me gusta repetir, porque, si no, me aburro».
Entre Puccini y Cocteau
Tanto Azorín como Peris-Mencheta tienen su tiempo repartido en diferentes proyectos, además de este «Julio César». El director estrenará en marzo «Tosca» en el Liceo, una coproducción con La Maestranza, y poco después llevará a los Teatros del Canal su versión de «La voz humana», de Cocteau, con María Bayo en escena. En cuanto a Peris-Mencheta, que también divide su carrera entre la actuación y la dirección, con montajes aplaudidos como «La tempestad», de Shakespeare, «Incrementum» o «Un trozo invisible de este mundo» (los tres continúan de gira), tiene pendiente de estreno otros dos proyectos como director: «Continuidad de los parques» y «Sapiens Sapiens». El primero, una comedia escrita por Jaime Puyol sobre encuentros aparentemente fortuitos –el título es un guiño al cuento de Cortázar, pero la trama de la obra no tiene nada que ver con aquél–, se estrena el 20 de marzo en Matadero Madrid. El segundo, cuatro piezas interrelacionadas entre sí, se realizará en diferentes salas y espacios del CNC-Sala Mirador en mayo, como primera entrega de lo que han llamado «Menú de teatro menudo». Contará con actores de «Tempestad», «Incrementum» y «El excluido», otra pieza corta del actor vista en Microteatro.
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