Cádiz

Vejer de la Frontera, ¿futuro Patrimonio de la Humanidad?

Uno de los pueblos más lindos de España destaca como una gran bola de color blanco en los campos dorados de Andalucía, cargada de historia y hospitalidad hacia el visitante

Una calle típica andaluza, en Vejer
Una calle típica andaluza, en VejerLa Razón

Rascando las casas blancas de Vejer de la Frontera

Es más sencillo para la luz de sol calcarse en las paredes blancas de Vejer de la Frontera. En los momentos de madrugada de un carmesí desgarrador, se transforma con el paso de las horas y brilla el blanco, brilla, brilla hasta resultar cegador, y un visitante despistado podría confundir las paredes blancas con esquirlas de sol. Aunque son tonos más variados los que se han dibujado en esas paredes, que actúan como lienzos vírgenes para fragmentos de nuestra historia, algunos odiosos, como la batalla de Trafalgar a pocos kilómetros de su costa, otros gloriosos, como las revueltas mudéjares que tomaron su fortaleza en 1264. Años complicados, aquellos. Puedo imaginar, en ambas ocasiones, las lenguas de fuego lamiendo esos muros, serpenteando y cercenando rastrojos oscuros, hasta que parecía que esas llamas no se irían jamás, por mucho que frotasen con los paños.

Vejer de la Frontera podría ser la analogía que explique con más acierto por qué encontramos España tan bella. Bajo una limpia máscara de delicada arquitectura y en este caso, también de paredes blancas, basta rascar un poco con la uña para encontrar capas inferiores de otros años, como si cortásemos el tronco de un árbol y contásemos sus líneas, y los expertos curiosos podrán decir: esta capa, ligeramente ennegrecida, se debió de dar durante las revueltas de Juan Relinque contra los Duques de Medina Sidonia; esta otra, más clara aunque con extrañas manchas poco disimuladas, probablemente venga de cuando la castigó a latigazos la peste del XVII.

Arco de las monjas en Vejer de la Frontera
Arco de las monjas en Vejer de la FronteraLa Razón

Se descubren tras estas máscaras los restos reales de nuestra historia, los dolorosos, y con lentitud comprendemos que la base de la belleza más exquisita, la de nuestro país y Vejer de la Frontera, debe su base firme a altos niveles de este lado oculto que vivieron. Escondidas como en máscaras, estas trazas de fortaleza e historias viejas son la belleza que esconde cada pared blanca.

Un laberinto de calles con trazas de Historia

¿Y qué es hoy Vejer de la Frontera? Una localidad de Cádiz con 12.600 buenas personas, con casi medio centenar de ellas extranjeras, casi todas británicas. A sus alrededores crecen olivos y naranjos, tierra firme y más allá los últimos metros del Mediterráneo. Posee esa belleza terrible esculpida con hierro y fuego. De personalidad inocente, es demasiado vieja (ya estaba poblada en la Edad de Bronce) para guardar rencor a quién intentó dañarla, así que hoy abre sus callejuelas al paso de quien quiera, ingleses, españoles, franceses o árabes, cualquiera puede zambullirse en su frescor claro.

Un primer paseo por La Plaza de España o la “plaza de los pescaítos” sería la mejor forma de presentarse. Rodeada de los muros albinos, la plaza en sí tiene un suelo de azulejos grisáceos, permitiendo mojar las puntas de los dedos antes del chapuzón definitivo en el color blanco. Su preciosa fuente de azulejos sevillanos, construida en 1957, hace de punto de partida para cualquier expedición. Quizás un primer paso por los restaurantes de los alrededores de la plaza, con la degustación consiguiente de pescaíto frito, mariscos y lomo en manteca (plato estrella), sea el primer paso adecuado.Desde allí tomamos aire y nos lanzamos por las callejuelas sinuosas, camino del Castillo de Vejer de la Frontera, construido por fuerzas musulmanas en tiempos de Abderramán I.

Vista de Vejer de la Frontera, con la Iglesia del Divino Salvador al fondo.
Vista de Vejer de la Frontera, con la Iglesia del Divino Salvador al fondo.Berhopixabay

Haría falta astucia, quizás también ciertas dosis de instinto, para culebrear por las calles que se estrechan y ensanchan a los costados del visitante, se cortan, se curvan, suben y bajan, dan círculos y luego se estiran, antes de llegar al destino codiciado que supone este castillo. Aunque dos tercios del mismo son propiedad privada, todavía es posible subir a sus almenaras y obtener una vista privilegiada del pueblo y de su entorno. Permite escapar durante unos segundos de los muros blancos y respirar, viéndolos por encima, apiñados unos junto a los otros como si tramasen una travesura.

Pasado el castillo, la Iglesia del Divino Salvador se posiciona en la parte más elevada de la localidad. Contrasta bruscamente, junto con el castillo y pequeños recovecos del pueblo, por mostrar muros de piedra sin pintar, de piedra cruda, me refiero. Apenas puede descubrirse una sombra de blanco que se ha ido desprendiendo y nadie ha vuelto a pincelar. En la iglesia se fusionan los estilos gótico y mudéjar compartiendo la piedra, y es hermoso porque aunque esta mezcla se debe a que no se terminaron nunca sus procesos de restauración - la iglesia fue de estilo mudéjar en un principio, y la intención de cambiarla por completo al gótico nunca llegó a finalizarse -, así amalgamada nos expresa la fusión inevitable de culturas que han dado forma al pueblo.

Olvidé decirlo cuando hablé de los motivos de la belleza española: la unión de culturas, íbera, romana, goda, musulmana, cristiana, revolucionaria, francesa y otras tantas, han confluido en España como confluyen en esta iglesia y con las proporciones perfectas para conseguir un encanto inigualable.

Las Hazas de Suerte y los alrededores

El halo de frescor que expresa Vejer de la Frontera se amplía unos kilómetros en su alrededor, alcanza las playas más cercanas y algunos caminos. Es contagioso. Basta un paseo por la Playa de la Hierbabuena o la Playa de Barbate para comprobarlo, también en la Playa del Pirata. Y a 5 kilómetros escasos del pueblo puede encontrarse la Ermita de Nuestra Señora de la Oliva, cuyo exterior es blanco, su interior también, y rodeada por su detallado retablo barroco se halla una Virgen de la Oliva como pocas quedan, esculpida por el célebre Martin Alonso de Mesa.

Faro de Trafalgar en Barbate, muy cerca de Vejer de la Frontera.
Faro de Trafalgar en Barbate, muy cerca de Vejer de la Frontera.Pepe Garridopixabay

La localidad, a sabiendas de la belleza que destila, apuesta en la actualidad por entrar en la lista de patrimonios inmateriales de la humanidad porla UNESCO. Su apuesta concreta son las Hazas de Suerte. Estas consisten en una serie de campos rodeando las localidades de Vejer de la Frontera y Barbate, que en el siglo XII fueron ofrecidas por el rey Fernando III a quien quisiese poblarlas. Se trataba de un aliciente tentador aunque peligroso, ya que el monarca castellano garantizaba que los habitantes de dichas tierras no responderían ante señor alguno, pero que a su vez deberían aguantar las incursiones de los musulmanes que, al tratarse de zona de frontera, enviaban habitualmente contra dichas tierras.

Hubo quien aceptó esta peligrosa tarea y sufrió los saqueos musulmanes y protegió con su vida la tierra. En solitario, sin armaduras ni nobles poderosos que le apoyaran. Con estas muestras de valor, ¿cómo no iba a irradiar belleza esta tierra? Esa belleza terrible que le otorgaron los hombres y mujeres que se sacrificaron por ella. ¿Y no puede ser este valor Patrimonio de la Humanidad? Porque sin él no serían blancas las piedras.