Bruselas

Estrasburgo, una ciudad con dos almas

Pocos lugares hay en el mundo que tengan una doble personalidad tan marcada. La capital oficiosa de Europa, declarada Patrimonio de la Humanidad, es una de ellas, pues ha sabido guardar como un tesoro los vestigios de las culturas alemana y francesa casi a partes iguales

Desde Barrage Vauban el viajero puede obtener una de las panorámicas más completas del conjunto histórico de la capital de Alsacia
Desde Barrage Vauban el viajero puede obtener una de las panorámicas más completas del conjunto histórico de la capital de Alsacialarazon

Cual ave fénix, y en pleno corazón de Europa, Estrasburgo siempre ha sabido resurgir indemne de las guerras, ocupaciones e invasiones que ha sufrido a lo largo del tiempo. Primero fueron los romanos, que la llamaron Argentoratum, y seguidamente los germanos la rebautizaron como Strassburg, ciudad de las carreteras, nombre que ha llegado hasta nuestros días. Posteriormente fue una ciudad imperial libre, para más tarde ser francesa y luego, de nuevo, alemana desde 1870 hasta 1914, para volver a ser francesa hasta la ocupación nazi. En 1945 pasa definitivamente a Francia y poco tiempo después se convierte junto con Bruselas en sede de las principales instituciones europeas.

Este intercambio cultural que ha tenido Estrasburgo ha hecho que la ciudad se haya quedado con lo mejor de cada cultura, un crisol que ha llegado hasta nuestros días en toda la región de Alsacia, de la que Estrasburgo es capital. Por eso no es de extrañar que prácticamente casi todos los pueblos alsacianos tengan nombre alemán, y que incluso en algunos de ellos todavía haya gente que se exprese en el dialecto alsaciano, más emparentado con el alemán que con el francés.

Música y escritores

Estrasburgo nos atrae como un imán al hierro. Un paseo por sus calles es como un viaje en el tiempo gracias a su bien conservado casco histórico, con una catedral gótica impresionante a la cabeza, unos canales y el río Ill, que circunvala el centro de la ciudad y por el que se puede hacer un recorrido fantástico en barco. Su oferta cultural, que más quisiera tener alguna otra ciudad francesa, hace de la capital alsaciana un destino digno de saborear, como sus vinos, con tranquilidad.

Por todo ello, no es de extrañar que muchas personalidades eligieran esta ciudad para vivir, y que tuvieran para ella halagos tales como los de Wagner: «Elegiría en primer lugar Estrasburgo para estrenar todas mis óperas»; o Mozart, quien aseguró que «Estrasburgo no puede, por así decirlo, vivir sin mí»; Goethe dijo que «vi entonces desde la plataforma de la catedral, la bella y extensa región y ciudad donde iba yo a permanecer por un tiempo». Hasta Víctor Hugo entonó un generoso himno al Rin durante su estancia, e incluso Gutenberg quizás germinó aquí su proyecto que le haría famoso.

Nosotros, al igual que Goethe, visitamos la imponente catedral de Notre-Dame, con su ladrillo rosa, que es el color de la arenisca de los Vosgos, esa cadena montañosa que separa el valle del Rin de la Lorena. Erigida a partir de 1277 hasta mediados del siglo XV, es una de las obras maestras del arte gótico europeo, gracias a una preciosa fachada, que parece un trabajo de filigrana, con un rosetón impactante del que se dice que es el más grande de Europa y, sobre todo, la torre del campanario, de 142 metros de altura, desde la que se obtiene una espléndida vista de toda la ciudad y del valle del Rin. El interior no tiene desperdicio con su coro románico, su púlpito completamente esculpido y un órgano en forma de nido de golondrina. Pero lo que atrae a la mayoría de los visitantes es su reloj astronómico del siglo XVIII, con una esfera que indica la hora solar y la hora actual, un calendario perpetuo y encima de las esferas unas figuras que son los apóstoles desfilando ante Cristo, el cual les bendice mientras el gallo canta. Debajo, la Muerte vigila el paso de las edades de la vida.

En la plaza de la catedral, la casa renacentista Kammerzell se ha convertido en uno de los iconos de la ciudad gracias a sus 75 ventanas de madera que le dan un aire de casa de cuento. La rue Merciére, justo enfrente de la fachada de la catedral, es el lugar donde los turistas aprovechan para hacerse la típica foto de recuerdo. Al final de esta calle se encuentra la plaza de Gutenberg, que junto a la de Kléber conforman los dos principales cosos de la ciudad y donde se hacen todo tipo de fiestas, desfiles, bailes, etc. Una visita inexcusable es el Museo de la Obra de Notre-Dame, donde se exponen esculturas originales de la catedral, para su preservación, además de pintura tapices, etc. Pero para museos, el más extraordinario de la ciudad es el Palais Rohan, que alberga actualmente tres museos, siendo el de Bellas Artes el más completo, gracias a su colección de pinturas entre las que destaca el cuadro «La bella estrasburguesa».

Desde otra perspectiva

Puesto que este bello palacio está junto al río Ill, aprovechamos para darnos una vuelta por el río y disfrutar de la ciudad desde otra perspectiva. Dependiendo del momento en el que se visite la ciudad, en los aledaños del río podemos ver cigüeñas. Este ave se ha convertido en el verdadero símbolo de la región, hasta el punto de que es el «souvenir» más solicitado.

En un momento dado el barco tiene que hacer una parada en una esclusa justo antes de pasar por el barrio más famoso de la ciudad, el «Petite France», un barrio pintoresco que fue de los pescadores, molineros y curtidores y que conserva sus típicas casas de entramado de madera, lo que nos recuerda que estamos en la capital de Alsacia, una región donde todos sus pueblos destacan por este tipo de construcción. En esta «pequeña Francia» el viajero tiene que pasear sin rumbo fijo, descubriendo por todos los lados rincones sugestivos muy bien conservados, lo que le conducirá seguramente a tres puentes unidos, en los que sobresalen a la vez tres torres idénticas que formaban parte de las defensas de la ciudad. Para obtener una visión fantástica de todo este conjunto se puede ir hasta la Presa Vauban, construida también como sistema defensivo y para controlar las aguas del río por el genial arquitecto militar Vauban. Estos edificios llamados «Ponts Couverts» son Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Siguiendo el paseo con el barco por el río pasamos junto a la Plaza de la Republica, barrio construido por los alemanes durante su posesión de la ciudad a partir de 1870, gracias al kaiser Guillermo I. El barrio alemán está lleno de palacios imponentes, ministerios, bibliotecas, etc. Por último, el barco se acerca a otro barrio nuevo, el llamado Europeo, donde se encuentran las instituciones europeas como el Palacio de los Derechos del Hombre, el Consejo de Europa o el Parlamento Europeo.

Caminando por las calles peatonales como la Grand Rue y la Rue des Francs Bourgeois hacemos las últimas compras. Para despedirnos nos acercamos a una de las innumerables cervecerías que nos recuerdan que Estrasburgo es la capital de la cerveza de Alsacia. Además, es también la puerta de la ruta del vino de Alsacia. No se puede negar que Estrasburgo es una ciudad para todos los gustos.