Ocio

Viajes

Los sueños cumplidos de Ángela Portero: Mujeres y sin embargo, amigas

”Nunca sabréis quiénes son vuestros amigos hasta que caigáis en la desgracia” (Napoleón)

Los sueños cumplidos de Ángela Portero: Mujeres y sin embargo, amigas
Los sueños cumplidos de Ángela Portero: Mujeres y sin embargo, amigaslarazon

A medida que iban pasando los días y nos acercábamos a Las Palmas, con buena mar y mejor viento, más a gusto no sentíamos en medio del océano Raquel y yo. Todo nos venía bien de lo felices que estábamos.

A medida que iban pasando los días y nos acercábamos a Las Palmas, con buena mar y mejor viento, más a gusto no sentíamos en medio del océano Raquel y yo. Todo nos venía bien de lo felices que estábamos.

Nos habíamos acostumbrado al vaivén del barco, al ruido del motor, a no tener wifi ni contacto con nadie, a no ver más que el inmenso azul, a sentir el viento en la cara y a saber a sal. Poco importaban las “incomodidades” de la vida a bordo: no poder lavarte el pelo con la frecuencia habitual, fregar los platos controlando el caudal del grifo, cocinar sujetando la sartén para evitar que se te cayera encima, golpearte con cualquier esquina por un golpe de mar, despertarte en mitad de la noche por un pantocazo o descansar a base de microsueños, en intervalos inferiores a veinte minutos.

Si algo nos causaba un poco de pesadumbre era no tener noticias de nuestros hijos y seres queridos. Las comunicaciones en alta mar se limitan al teléfono vía satélite y aunque habíamos tenido la oportunidad de llevar uno con nosotras, en el último momento decidimos no hacerlo por su elevado coste. En cualquier caso, en el Delizia había un teléfono para emergencias y siempre era posible enviar un mensaje inferior a los cien caracteres, sin coste dentro de la tarifa satelital contratada.

Por las noches, amparadas en la intimidad de nuestro camarote, teníamos por costumbre quedarnos dormidas tras una buena sesión de lo que llamábamos “reflexiones nocturnas”. En aquellas charlas existía una especie de código intransferible, marcado por nuestras vivencias, regadas de risas, leves enfados e incluso, alguna lágrima, dónde nos confiábamos todo aquello que no queríamos compartir con nadie más y que además, pocos comprenderían. No hay nada como reírse con tu mejor amiga y que nadie lo entienda; no hay nada como llorar con tu mejor amiga y no tener qué explicarle el porqué.

Aunque reconozco que me han decepcionado más mujeres que hombres en mi vida, por una especie de confianza ilimitada en nuestro género, siempre les he dado más oportunidades a ellas que a ellos. Con ellos soy implacable, probablemente porque necesito menos el amor de un hombre que la amistad de una mujer. En ellas encuentro apoyo moral, lealtad y sinceridad, con ellas puedo ser yo, sin miedos ni dobleces. Y es que entre mujeres existe otro código, una especie de ADN colectivo que nos hermana y nos hace más poderosas, una conexión especial y un vínculo afectivo que los más cool llaman ahora“Shemance” y que es lo que toda la vida se ha conocido como Mi Mejor Amiga.

Nuestra amistad se había forjado en momentos dulces y afianzado en los complicados. Aunque de caracteres muy diferentes, nos sentíamos almas gemelas con vidas paralelas. Estamos juntas en esta locura, viviendo intensamente el sueño de nuestra vida, disfrutando de la aventura y de muchas emociones.

Nuestra hermandad había llegado a ese punto, en el que con una sola mirada nos entendíamos. Sin embargo, no podía evitar preguntarme si nuestra amistad resistiría esta convivencia tan intensa y todo lo que aún nos quedaba por vivir en un viaje sin fecha de retorno y con rumbo tan incierto.

Navegando con delfines

Llevábamos casi setecientas millas navegando y estábamos llegando a Canarias cuando una manada de delfines surcó nuestra estela. Nos superaron rápidamente por la aleta y se acercaron saltando por la amura de estribor. Raquel y Gianluca se fueron a proa mientras Giampa y yo cogíamos las cámaras para grabar el espectáculo que nos regalaban aquellos simpáticos mamíferos.

Tumbados sobre la red pudimos observar que el grupo (o vaina) estaba formado por una docena de delfines de una de las especies más comunes y conocidas: los mulares, también llamados nariz de botella. Es una especie muy sociable y se le considera el animal más inteligente del planeta, por lo que muchos viven en cautiverio, convirtiéndose en estrellas de espectáculos o siendo entrenados para diferentes fines, incluso militares, como detectar minas. Cuando los observas en su hábitat natural, libres y salvajes, no puedes evitar pensar en cómo se puede permitir que estén en cautividad, tristes y domesticados. Debería estar prohibido.

Los delfines son juguetones, curiosos y les encanta que les jaleen. Raquel daba golpecitos con su anillo en el casco y cada vez que saltaban gritaba como una niña, entusiasmada ante sus piruetas. Nos tumbamos sobre la red de proa para acercar nuestras manos al mar, como si pudiéramos acariciarlos. Los más juguetones se giraban sobre sí mismos y nos dejaban ver su pecho de un color más claro. Sus ojos, pequeños en comparación con su cabeza, parecían sonreírnos igual que las muecas formadas por su hocico. Aunque pueden estar más de cinco minutos sin subir a la superficie a respirar, cuando tienen espectadores, salen con mayor frecuencia. Había bastantes crías que nadaban junto a las que, imaginábamos, eran sus madres, ya que apenas se separaban de ellas y cuando lo hacían, enseguida buscaban de nuevo su compañía.

Los delfines pueden tener una velocidad punta en espacios cortos de más de veinte nudos, aunque la media a la que suelen nadar ronda los cinco nudos. Les gusta jugar entre los patines del catamarán y cuando parece que estos les van a alcanzar, se sumergen y con un imperceptible movimiento de su aleta, se impulsan alejándose en pocos segundos a una velocidad increíble.

Otras veces, se entretienen haciendo formaciones o acrobacias sincronizadas: sumergiéndose y saltando todos, a la vez, cómo si respondieran a una orden. Y es que, los delfines mulares se comunican con los movimientos del cuerpo y con los sonidos, que producen con seis sacos de aire cerca de su espiráculo (orificio situado en la cabeza por el que respiran). Cada animal tiene un sonido característico con el cual se identifica ante los demás y que le permite comunicarse con el resto de ejemplares.

Después de más de media hora de espectáculo y cuando empezaba a anochecer, el grupo desapareció de nuestra vista tan velozmente como había llegado. Quedaban poco más de 15 millas para llegar a Las Palmas y después de cuatro días sin ver tierra, divisamos en la oscuridad las primeras luces que indicaban la proximidad de la isla. Era de madrugada pero la luna llena iluminaba la noche. Todos estábamos bien abrigados en el Fly Bridge, acompañando al Comandante Máximo, ansiosos de llegar a puerto. Cuando divisamos las luces de la bocana y enfilamos hacia la bahía en la que se encuentra el muelle deportivo de las Palmas, Giampa y Gianluca se fueron a proa para preparar la maniobra de fondeo.

Un fondeo accidentado

Teníamos que fondear ya que no había atraque disponible. El puerto estaba atestado de veleros pues faltaban menos de cuarenta y ocho horas para que arrancara el ARC (Atlantic Rally for Cruisers), el evento transoceánico de ocio náutico más grande del mundo. En esta edición, la número 33 de su historia, estaba previsto que más de doscientos barcos participaran en la regata que les llevaría desde Las Palmas a la isla caribeña de Santa Lucía.

Si había cientos de barcos protegidos en el muelle, la pequeña bahía, estaba repleta de veleros, fondeados, proa al viento. La imposibilidad de encontrar un sitio para recalar nos llevó a acercarnos más de lo prudente a la playa. Yo me encontraba en popa, apoyada en la barandilla de estribor, admirando la cantidad de barcos fondeados cuando noté un tremendo golpe seco que resonó en la calma de la noche. Noté el fuerte impacto del candelero en mi pecho y un dolor hondo. La quilla de estribor había tocado el fondo arenoso de la pequeña bahía. Desconcertada, busqué con la mirada al Comandante Máximo y corriendo agarrada a los guardamancebos me dirigí a proa con el temor de que los Gianes hubieran sufrido algún percance. Los escuché maldecir en italiano y respiré. Rogué a Dios que el golpe no hubiera dañado estructuralmente el barco o lo que era peor, abierto una vía de agua, pero aunque era evidente que el impacto había sido muy fuerte, las caras de los italianos, aún siendo un poema, no reflejaban una excesiva preocupación por lo sucedido. En cualquier caso, no había peligro: estábamos fondeados a escasos metros de la playa y del muelle.

Nos alejamos un poco de la playa y finalmente conseguimos echar el ancla entre el Muelle y el Real Club Naútico de Gran Canaria. Era tarde y aunque nos moríamos por pisar tierra firme, aquella noche nos quedamos a bordo. Al día siguiente había que madrugar para preparar todo lo necesario para la gran travesía transoceánica. Además del aprovisionamiento, teníamos que reparar el Génova que estaba rasgado.

Viviendo el ARC, la regata transatlántica más grande del mundo

Desde que en noviembre de 1986, diera inicio el ARC desde Las Palmas de Gran Canarias con 204 barcos de más de 24 naciones, la regata entró en el libro Guinnes como la competición transoceánica más grande jamás organizada. Treinta y tres años después, la ciudad sigue acogiendo centenares de barcos y más de 1.600 navegantes decididos a cruzar el Atlántico arropados por esta organización.

Aunque el evento había sido concebido con un espíritu lúdico, pronto se hizo evidente que muchas tripulaciones querían disfrutar de una verdadera competición en vez de un simple crucero. Por ello, en 1989 se presentó la División Regata, que representa el 15% de los participantes, para aquellos que quisieran poner a prueba sus capacidades frente a otros navegantes.

Sin embargo, pese al espíritu competitivo de algunos barcos, existe un ambiente de camaradería, entre las tripulaciones. En el muelle es posible ver desde barcos impresionantes especialmente preparados para regatear con tripulaciones muy profesionales y equipadas, hasta pequeños veleros formados por tripulaciones amateur de lo más variopintas: amigos que se unen para vivir por primera vez esta aventura, parejas jubiladas que se sienten más arropados y seguros a la hora de cruzar el Atlántico para llegar al Caribe, familias que con niños pequeños persiguen este reto y navegantes aficionados que cumplen su sueño de cruzar el Atlantico.

Para muchos aficionados a la vela, como para nosotras, esta organización se convierte en la gran oportunidad de encontrar un barco para cumplir este reto oceánico. Y así, en las semanas previas al pistoletazo de salida del ARC, es normal ver a infinidad de jóvenes y no tan jóvenes, preguntando por los barcos que ondean las banderas del ARC si es posible embarcarse para navegar con ellos hasta el Caribe. Carteles de marineros de todo el mundo ofreciéndose como tripulación y de un sinfín de buscavidas se exponen en espacios reservados a tal fin en bares, tiendas náuticas y escaparates.

Nosotras que ya habíamos pasado, apenas dos semanas antes, con más pena que gloria por esa experiencia, podíamos ver en sus caras la ilusión y la decepción de muchos de aquellos navegantes que recorrían los muelles buscando una oportunidad para llegar al Caribe a menos de veinticuatro horas de que diera comienzo la regata. Esperaban en el Dingui Dock del muelle deportivo y abordaban, con ansiedad, a todas las neumáticas que allí atracaban. Sentíamos una enorme empatía sabiendo que muchos de ellos, volverían a sus casas sin poder cumplir este sueño, mientras que nosotras, si el accidente sufrido en el fondeo no lo impedía, empezaríamos nuestro reto oceánico en pocas horas.