Viajes

Costa Rica, el país más feliz de América Latina

Descubra cómo la «pura vida», la biodiversidad y la hospitalidad costarricenses convierten este viaje en un regalo para los sentidos

Cataratas Llanos del Cortés, Costa Rica
Costa Rica ofrece cascadas escondidas, bosques de niebla, playas vírgenes y aves que parecen salidas de un sueñoDreamstime

Basta una semana para comenzar una historia con Costa Rica que, probablemente, deseará continuar. Y es que, viajar a Costa Rica no es solo visitar un país: es sumergirse en una filosofía vital que coloca la felicidad en el presente, la naturaleza en el centro y la amabilidad como puente entre culturas. No es casualidad que este pequeño rincón de Centroamérica ocupe el sexto lugar en el Reporte Mundial de la Felicidad 2025, situándose como el país más feliz de América Latina. Quien pisa su tierra lo comprende sin necesidad de listas.

Este destino se presenta tal y como es, desbordante y genuino. Con apenas el 0,03 % de la superficie terrestre, concentra casi el 6 % de la biodiversidad del planeta, y lo protege con orgullo: más del 25 % de su territorio está cubierto por áreas naturales protegidas. Su compromiso con el medioambiente no es nuevo: desde hace décadas ha apostado por las energías renovables, el turismo sostenible y la conservación como política de Estado. Pero más allá de los datos, lo que atrapa es la vivencia. Aquí, el bosque tiene voz, los volcanes marcan el horizonte y el mar suena con acento caribeño o del Pacífico, según se mire. La conexión con lo natural se vuelve inmediata, profunda, como si uno recordara algo que siempre había sabido.

Un país donde la vida se saborea lento

«Pura vida» no es solo un lema: es una actitud. Es decir “gracias”, “bienvenido”, “todo está bien” o simplemente “disfrute el momento”. Es la forma en que un taxista despide a un visitante, una camarera ofrece una sonrisa o un guía comparte su pasión por un sendero que lleva al corazón del bosque. Esta expresión, profundamente arraigada en la identidad nacional, resume el espíritu de Costa Rica: una invitación a reconectar con lo esencial.

El país no deslumbra con construcciones monumentales ni grandes metrópolis. En cambio, ofrece cascadas escondidas, bosques de niebla, playas vírgenes, aves que parecen salidas de un sueño y senderos que conducen al interior de uno mismo. Cada jornada puede comenzar con un delicioso plato de gallo pinto y terminar con un atardecer frente al Pacífico. Y entre ambos momentos, un sinfín de experiencias que no caben en un itinerario, pero sí en el recuerdo. Aquí, el tiempo parece extenderse, como si cada instante pidiera ser vivido más despacio.

Su imponente volcán Arenal se eleva como una bella postal
Su imponente volcán Arenal se eleva como una bella postal Pixabay

Dos meses especialmente atractivos para quienes busquen conocer una Costa Rica más íntima y vibrante son julio y agosto. Y es que, aunque coinciden con la temporada de lluvias —conocida localmente como «invierno»—, la vegetación luce más exuberante que nunca, los precios bajan, hay menos visitantes y, en algunas playas del Caribe, es posible presenciar el conmovedor espectáculo natural del desove de algunas especies de tortugas marinas. Un viaje en esta época regala una conexión silenciosa y personal con la naturaleza.

Una semana para sentir su esencia

La ruta ideal combina capital y cultura, volcanes y selvas, playa y descanso. El viaje puede empezar en San José, capital bulliciosa y viva, donde descubrir el Teatro Nacional, el Museo del Oro Precolombino o el mercado central, donde degustar un ceviche o un «casado» (plato tradicional con arroz, frijoles, plátano frito y carne). Muy cerca, el Volcán Poás ofrece un primer encuentro con la fuerza telúrica costarricense, y sus cráteres activos se entrelazan con senderos flanqueados por orquídeas y bromelias.

Desde allí, la ruta continúa hacia La Fortuna, donde el imponente Volcán Arenal se eleva como una postal. Aunque su actividad ha disminuido, su presencia domina el paisaje. Allí, se puede caminar entre antiguos flujos de lava, sumergirse en aguas termales naturales, cruzar puentes colgantes o visitar la catarata La Fortuna, que cae con fuerza en un entorno de jungla exuberante. También puede optar por una experiencia nocturna en plena selva para descubrir la vida que despierta bajo la luna.

Más adelante, la neblina del altiplano anuncia la llegada a Monteverde, una reserva biológica única donde el bosque nuboso es hogar de quetzales, mariposas gigantes y miles de especies vegetales. Las pasarelas suspendidas permiten observar la vida desde las copas de los árboles, y las tirolinas atraviesan un universo verde con la emoción como aliada. Es un lugar ideal para reconectar con el asombro.

Al final del camino, el cuerpo pide mar. Y Costa Rica ofrece litoral por partida doble. En el Pacífico, Manuel Antonio mezcla selva y playa en un mismo escenario: monos cariblancos, iguanas, arenas blancas y senderos que bordean acantilados. Más al norte, Tamarindo, en la región de Guanacaste, invita al descanso con su ambiente relajado, sus olas perfectas para surfistas principiantes y sus atardeceres que tiñen el cielo de oro. Por otro lado, Puerto Viejo y Cahuita son pueblos muy destacados en su costa caribeña.

Gastronomía con vínculo a lo auténtico y lo local

La gastronomía costarricense es sencilla, honesta y muy rica. El desayuno por excelencia es el ya mencionado gallo pinto, mezcla de arroz y frijoles sazonados con especias, acompañados de huevos, plátano frito y café. A mediodía, el tradicional casado reúne en un solo plato la esencia de la cocina criolla.

En las costas, destacan los mariscos frescos y los pescados preparados con lima, coco o hierbas aromáticas. La olla de carne —una suerte de cocido con verduras y carne— y los tamales envueltos en hojas de plátano son herencia de la tradición campesina. Y como colofón, los jugos naturales de frutas tropicales y un café costarricense —intenso, aromático— coronan cada comida con sencillez exquisita. Incluso en los sabores se nota ese vínculo con lo auténtico y lo local.

Y dentro de esa apuesta por lo local, la sostenibilidad se vive como un estilo de vida. Esa filosofía se traduce en alojamientos ecológicos, proyectos comunitarios, reservas gestionadas por cooperativas y políticas ambientales pioneras en la región. Muchos parques reinvierten los ingresos en conservación, y existen experiencias diseñadas para promover el intercambio cultural respetuoso, como visitas a comunidades indígenas, talleres de cocina local o reforestación participativa.

Costa Rica recuerda al viajero cómo podría vivirse: con respeto por la naturaleza y tiempo para detenerse, respirar y observar un colibrí
Costa Rica recuerda al viajero cómo podría vivirse: con respeto por la naturaleza y tiempo para detenerse, respirar y observar un colibríPixabay

Aquí, viajar es también una forma de contribuir. Y cada gesto, por pequeño que sea, deja una huella positiva en el entorno y en quienes lo habitan.

Una despedida que no lo es

Costa Rica no se despide: permanece. En la piel, con la humedad del trópico; en la memoria, con el canto de las aves; en los sentidos, con el sabor de la piña recién cortada; en el corazón, con la dulzura del trato recibido.

Visitar este admirable país, uno de los más felices del mundo, es algo que debería hacerse al menos una vez en la vida. No solo por su belleza ni por su inigualable biodiversidad, sino porque es un recordatorio vivo de cómo podría vivirse: con respeto por la naturaleza, gratitud por lo simple y tiempo para detenerse, respirar y observar un colibrí suspendido en el aire.