José María Marco

La gran estrategia

La Razón
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La aparición del ex consejero Santi Vila, hombre moderno y templado, al frente de un catalanismo respetuoso con la Constitución responde a una ley de la política catalana según la cual el centro, en Cataluña, está relacionado con la vigencia de la entidad España y se hunde cuando España es ignorada.

En cuanto el sustrato o la dimensión española de Cataluña han vuelto a emerger, después de unos años de exclusión militante y otros muchos más de dejadez y frivolidad, han reaparecido los elementos políticos constructivos e integradores, en detrimento de aquellos otros que tienen por objetivo principal la división y la exclusión de los disidentes.

Un elemento fundamental en este nuevo estado de cosas ha sido el empeño de Mariano Rajoy por comprometer al PSOE (además de Ciudadanos, claro está) en la respuesta a la deriva final del «procés» separatista. Esa unidad, que ha forzado plazos de lentitud exasperante, y por muy precaria que se antoje a partir de aquí, ha permitido que aflore la idea de nación y el hecho nacional en la política de nuestro país. También consolida la base sobre la que se puede construir lo que poco antes era impensable. Mariano Rajoy, tan reticente a cualquier enfrentamiento abierto, ha sabido afrontar el nacionalismo al revés de lo que se había hecho hasta ahora. En vez de utilizarlo como pretexto para apartar la cuestión de la nación, lo ha tomado como la mejor manera de enfrentar a cada uno, en especial al PSOE, a su responsabilidad institucional... y nacional.

Se entiende ahora la respuesta mal llamada judicial al «procés», que sitúa el consenso en el centro de la estrategia. Y se entiende aún mejor la muy elogiada decisión de convocar elecciones autonómicas lo antes posible. No es sólo sentido de la oportunidad, ni consecuencia inevitable del pacto con el PSOE y C’s. Es antes que nada la restauración del derecho, de las libertades, del autogobierno (y de la prosperidad) de Cataluña, a punto de ser dinamitados por quienes han querido desconocer la ley, la democracia y, además, la auténtica naturaleza de Cataluña. Cataluña no es, como no lo es el resto de España y precisamente porque forma parte de ella, una zona de exclusión y de división. Por eso ha sido la primera señal para que se empiece a reconstruir el olvidado centro político catalán.