Academia de papel
Etiquetas al VOX mayor
Contra la descripción del hecho o los hechos, de la persona o personas, de la idea o ideas: la etiqueta, que reduce el esfuerzo del periodista
El periodismo es ese ejercicio en el que uno le cuenta a otros muchos algo que pasó, o le pasó a alguno o algunos, o algo que dijo alguien de algo o de alguno o algunos. Eso, en síntesis, porque el periodismo es, como gusta decir a los más poetas, un arcoíris de posibilidades. Pero, más allá del modelo narrativo escogido y de la gracia que le sea inherente, el periodista siempre trufará de etiquetas los algos y los ‘alguienes’ a los que refiera en su pieza. No tanto por rigor, como por la comodidad que una etiqueta concede en lo propio del fácil entendimiento, tanto al escritor como al lector.
Porque una descripción veraz, rigurosa y lo más imparcial posible exige del escribiente una suerte de conocimientos de aquello que le ocupa, como del arte de la escritura, empezando por un vasto vocabulario, que tampoco sea pelma; no vayamos a volvernos locos, que esto es periodismo.
Contra la descripción del hecho o los hechos, de la persona o personas, de la idea o ideas: la etiqueta. Claro está que el periodista, ese tópico del escritor de obras mayúsculas frustrado, está llamado a expresarse como en la calle, por otra parte, no siempre la mejor idea, a la vista de lo que en alguna acera se oye. Está el periodista llamado a expresar lo que pasa en el mundo que comparte con sus lectores de un modo legible y claro, sin tormentosas figuras literarias ni excesos gramaticales, que para llamar coja a la reina ya está el vate.
Pero eso no quiere decir que el periodista deba hacer un uso forzado de la etiqueta para describir lo que pasa y lo que es. Con poco que se lea la actualidad diaria, y en particular la política, pocos como VOX son paradigma del etiquetaje periodístico. En su caso, como si fuera una expiación por parte del periodista el señalar de modo constante y nada arbitrario que esta es una formación de ultraderecha, o de extrema derecha, que las etiquetas también tienen voz propia y son un arcoíris de alternativas en sí mismas.
Por el contrario, muy pocos periodistas, cuando de ellos hablan, acompañan a Unidas Podemos del supuesto la ‘formación comunista’ o de ‘ultraizquierda’. Y cuando digo pocos, lo hago por comparación, pues en el caso de VOX la etiqueta es ya como si formara parte de la nomenclatura de este demonizado partido, a quien el sambenito le cuelga y bien del cuello.
No es objeto de análisis, el que propongo, si VOX es una formación o no de ultraderecha -allá se las entiendan los que de ello entienden, o se dicen entender. No viene al caso, como que Unidas Podemos lo sea necesaria y en rigor comunista o de ultraizquierda, o hasta estalinista, que he leído de todo. En ambos casos se suele emplear el apostillado de forma peyorativa. La cuestión que planteo es solo de equidad. No encuentro en las noticias que se etiquete de oficio al resto de partidos políticos, el PSOE, Ciudadanos, el PP… Pero sí observo que a VOX no se le quita por los periodistas el estigma de lo que probablemente sea… o no, y esta es la cuestión.
Me da que esto es una moda, porque en España nunca tuvimos un partido de ultraderecha en condiciones. Cuando pensábamos en ellos mirábamos a la Falange, heredera del articulado ideológico de Franco, o a los fascistas sin más apellido que ese, a algunos de los cuales gustaba -y gusta- ondear la esvástica y negar cosas como el Holocausto. Pero VOX irrumpió y rompió de modo tal que pareciera que nos cogiera a los periodistas por sorpresa, como a buena parte de la sociedad.
Y aunque entre sus postulados hallamos algunos que también vemos en otros partidos, y no precisamente de derechas -discúlpenme la etiqueta- debió parecernos a todos más cómodo, empezando por los periodistas, etiquetar como formación de ultraderecha a estos señores y señoras, que no deja de ser un modo de alertar a la población del ‘coronavirus’ político ideado por Santiago Abascal, hasta hace pocos meses un señor bastante poco conocido.
Como se dice en el ámbito jurídico, en tanto que no se demuestre lo contrario, inocente es uno, y hasta donde me llega personalmente la memoria política, como ‘hijo de la Transición’ que soy, un facha es un sujeto fácilmente reconocible. Lo que ocurre es que en estos tiempos de etiquetas al por mayor -véase que en las redes sociales si no etiquetas y haces SEO no eres nadie- uno ya no sabe dónde están los fachas de verdad. O puede que sí, pero me lo guardo para mí, que daría mal ejemplo haciendo uso de las etiquetas cuando las acabo de poner de vuelta y media.
Luis Miguel Belda es profesor y miembro de la Academia de P@pel, grupo de pensamiento y de análisis sobre comunicación de la Universidad UDIMA
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