Elecciones
Historias de un pueblo que se abstiene
Puerto Serrano (Cádiz) fue uno de los municipios con mayor índice de abstención el 28-A. El interés estos días en la zona es el robo en un bar
Esta semana Sevilla ha albergado el XVI Congreso de la Asociación de las Academias de la Lengua donde se ha debatido, y mucho, sobre la salud de nuestro idioma, los retos, los usos y las modas de una lengua que compartimos más de 500 millones de hablantes. Un Congreso que ha coincidido con la campaña electoral y con el raca raca (el ilustrado Pedro Sánchez dixit) de los políticos, las tertulias y los comentaristas de todos pelaje e inclinación ideológica en la que se repiten conceptos que se nos cuelan en el cerebro con pringosa adherencia. Adoquín –¡qué fritura, Albert!–, MENA –mejor no bromear con ciertos temas– y abstención –que puede alcanzar incluso el 30 por ciento en esta convocatoria electoral según las encuestas– coparían el pódium de palabros.
Acudo al tocho gordo del diccionario de la Academia que dirige esa mente preclara que es Santiago Muñoz Machado para refrescar las diferentes acepciones del verbo abstenerse. La primera es «privarse de algo», la segunda «no participar de algo a lo que se tiene derecho». ¿Lo ve el lector igual que el firmante? Son dos caras de la misma moneda: el personal quiere privarse de votar –el hartazgo a estas alturas es mayúsculo– pese a que de ese modo se privan de participar de un derecho que les convierte en ciudadano y ser político.
No se asusten, no van a ser castigados aquí con uno de esos sesudos tratados de política y construcción social, sólo son pensamientos que asaltan de camino a Puerto Serrano, municipio que, tras La Línea de la Concepción, ocupa el dudoso honor de registrar la mayor abstención en las pasadas elecciones generales. Casi el 41,7 por ciento de los portoserranenses –aunque el gentilicio popular con el que se conoce a sus vecinos es polichero– se quedaron en casa o en el bar o en la plaza del pueblo en los comicios del 29 de abril.
De cara a este 10 de noviembre, ¿redondearán esta cifra hasta alcanzar el 42 por ciento o por el contrario acudirán en masa a sus colegios electorales? Nos dirigimos donde mejor se puede testar la salud de nuestra democracia, a los bares con el fondo clásico del pantallón con las caras habituales de las mañanas de Canal. Entablamos conversación con Sebastián, mediana edad, gorra de paño calada, palillo en la comisura y carajillo en vaso corto de Duralex.
Al poco de escuchar que correr el riesgo de convertirse en carne de reportaje, nos ilustra sobre la visita que hace unos años hizo Rafael Cremades con Melody –la de los gorilas– porque al parecer el vínculo de la niña prodigio es grande con este pueblo de la sierra gaditana. Intentamos devolver la conversación al objeto de nuestro reportaje –cómo conquistar la abstención para evitar el bloqueo político– pero tan pronto preguntamos qué razón hay detrás de la falta de apego al voto del pueblo nuestro interlocutor vuelve a la tranquilidad de su vaso mascullando un «¡a mí esos tíos no me van a arreglar la vida!».
¿Acaso es posible convencer al paisano que no votar no es la solución a ninguno de nuestros problemas, que más bloqueo significa más incertidumbre ante una economía inestable, que ejercer nuestro derecho significa dar vía libre al ascenso de los extremos y la pérdida del relato para los grandes partidos? ¡No estamos para convencer! A lo mejor tiene más suerte en esta tarea el nuevo alcalde de la localidad, Dani Pérez, periodista durante años, militante de la IU desagregada de los pablistas y elegido por mayoría absoluta en los últimos comicios municipales.
A estas alturas, la noticias es la magnífica historia, repleta de giros y requiebros, de los vecinos acerca de un suceso que ha conmocionado la tranquila vida de una localidad que no llega a los ocho mil habitantes. «Ya han cogido al tío, que lo conoce todo el pueblo, es un bala perdía que no tiene remedio. Ahí mismo se plantó con la cara tapá, como en las películas, con un cuchillo así de grande», ilustra una vecina con el dedo señalando la mitad del brazo izquierdo», y apunta a su lado una joven con un niño en un carrito que «se llevó 500 euros, que no es ná pero es mucho». A su alrededor se elevan varias voces que matizan la historia, apuntan los vínculos familiares y revisan el historial delictivo de este pobre pájaro.
Ni las barrabasadas de Abascal, ni las excentricidades de Albert, ni la taimada templanza de Casado, ni el sermón de curita del pueblo de Iglesias, ni mucho menos las promesas al aire lanzadas por el presidente en funciones podrán competir nunca con el episodio tragicómico de un atraco en un pueblo de la España rural. Para conquistar la abstención no valen las promesas, vale el relato de sucesos. Berlanga vive.
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