Andalucía
República de Triana 4.0
Quienes creen que la cuestión catalana se resuelve con un nuevo modelo de financiación se equivocan
Justo a la entrada del Altozano rezaría un luminoso «Bienvenidos a la República independiente de Triana» y al pie un rico azulejo de cerámica trianera con la leyenda «hermanada con la república de León». Con «grafiti» los termitas de la resistencia habían sobre escrito «bienvenido a la Edad Media». El azulejo se explicaba porque la de Triana pagaba parias a la república de León lo que le garantizaba bien la protección de su Policía local en caso de conflicto con la represora policía sevillana o, al menos, que de llegar a las manos con alguna otra Policía local, la de León nunca desenfundaría sus pistolas contra la de Triana.
Lo de Triana y León sólo era un suma y sigue. El Valle de Arán ya se había separado de la separada Cataluña, Jerez de Cádiz, Algorta de Guecho, Hervás se había unificado con Salamanca y Cartagena separado de Murcia.
Dinamitado el sistema de financiación autonómico al tiempo que tan cuestionable sistema de organización territorial de España, cada taifa a lomos de su propio hecho diferencial y memorial de agravios contra la España opresora, había establecido acuerdos de financiación bilaterales o multilaterales.
La idea del nuevo sistema de financiación del mosaico taifal la dio una catedrática de Hacienda Pública perteneciente al Consejo de transición a la nueva Edad Media. La prestigiosa académica, que facturó debidamente su asesoramiento, vino a decir, miren ustedes, las comunidades forales deberían contribuir a los mecanismos de nivelación entre regiones españolas pero no lo hacen. A cambio sólo pagan una cantidad (cupo o aportación) que debería cubrir la parte que les corresponde del coste de las (pocas) competencias del Estado no transferidas por los gobiernos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y del Partido Popular.
Incluso así, el cálculo de este coste está muy sesgado a la baja, tanto que deja a las regiones forales con una financiación por habitante ajustada en torno al doble de la del resto de las regiones españolas. Ni que decir tiene que el razonamiento fue aplaudido por todas las élites locales que querían para sí un sistema similar y luego, ya si eso, firmarían acuerdos –las parias de la Edad Media– para llegar a entendimiento con unos y otros, pero cada cual por su cuenta.
El problema era que el respaldo o «demanda social» para recorrer el camino hacia una nueva Edad Media 4.0 gozaba de poco músculo.
Una cosa era la guasa de ponerse una sudadera con el lema de «Triana República Independiente», y otra promover la secesión.
Faltaba entonces socializar el sentimiento de agravio y reforzar el hecho diferencial. Para esto último ya se contaba con la colaboración de la Iglesia. Los colegios públicos lo hacían desde tiempo atrás y los concertados ya laboraban en esa línea como lo habían hecho en Cataluña.
El libro de José Antonio Yturriaga «Cataluña vista desde fuera» relata muy bien el colaboracionismo de la enseñanza religiosa catalana con el separatismo. Las cofradías trianeras ya habían decidido no ir a la Catedral y quedarse sólo en El Barrio. Alguna expuso sus reparos pero se impuso la «sensatez» y se alcanzó el acuerdo de que cada uno haría estación de penitencia según conciencia así que el Cristo se fue a Sevilla y el paso de palio con la Virgen no salió de Triana.
Luego se agasajó durante años a opinadores, principalmente internacionales pero pagados con el dinero de la opresora España. Una excelente profesora y amiga, Chantal Moll, a comienzos del siglo XXI me relataba su experiencia: «Coincidí con los más influyentes creadores de opinión en una comida en el Parlament en septiembre de 2016. Puigdemont era presidente de la Generalitat y con el dinero público invitó a toda una comitiva de periodistas franceses una semana (con noches de hotel y comidas pagadas) a Barcelona para vivir los preparativos de la Diada... me quedé alucinada... es como un congreso de lujo pagado a médicos por grandes farmacéuticas... ¿cómo no iban a cantar las mil maravillas de quien les invita? En la comida pude hablar y vieron que era completamente contraria a la independencia y traté de mostrar que muchos catalanes no estaban de acuerdo. Se quedaron sorprendidos de mi discurso porque claro a mí solo me vieron en una comida y llevaban toda la semana escuchando solo a Puigdemont y su entorno. Me acuerdo que pregunté a un periodista de París que si hablaban con el Gobierno español o con la embajada española. Me dijo que no. Que mientras el Gobierno catalán no paraba de mandarles información e invitaciones a actos, los otros estaban mudos e inactivos. Este contraste en estrategia mediática internacional lo explica muy bien Sandrine Morel en su libro ‘El huracán catalán’».
La Europa institucional guardó silencio ante este proceso de cantonalización de España pero puso, mayoritariamente, su altavoz mediático. Ahora sufrimos las consecuencias.
En Triana impera aún la cordura, pero el Ayuntamiento de León ya ha aprobado una declaración para separarse de Castilla. El escritor y humorista Julio Camba decía que con un millón de pesetas se comprometía a crear una nación en el mismo Getafe.
Aunque este relato lo es figurado, quienes creen que la cuestión catalana se resuelve con un nuevo modelo de financiación se equivocan. No es un nuevo marco legal de financiación el que resolverá esta situación.
En este punto, mi opinión coincide mucho con la del historiador Fernando García de Cortázar, así que dejemos que sea él quien cierre esta tribuna: «En los vanos esfuerzos por atender los requerimientos de quienes nunca han creído en España, hemos llegado a deponer nuestras emociones y a pensar que al nacionalismo separatista se le podía regalar el monopolio de la pasión por vivir en comunidad, el sentimiento de pertenencia, la fe en un destino colectivo, la confianza en una tradición de siglos. Asustados por los fantasmas retóricos de nuestro pasado, hemos creído que a los españoles debía bastarnos con levantar un muro de argumentos constitucionales, una masa de preceptos, un túmulo de normativas».
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