Libros

Ignacio Camacho: «Sevilla podría acabar como Venecia por el turismo, que se vació de venecianos»

El autor recorre en el ensayo “Sevilla en la encrucijada" los vaivenes sufridos por la ciudad y sus contradicciones

El autor del ensayo posa con su libro
El autor del ensayo posa con su libroManuel OlmedoLA RAZÓN

Del ardor de la Exposición Iberoamericana de 1929 al adormecimiento de la posguerra y la autodestrucción de su patrimonio en los años 50 y 60 del pasado siglo. Ignacio Camacho repasa en «Sevilla en la encrucijada» (Renacimiento) los vaivenes urbanísticos y sociales de una urbe contradictoria y en permanente transformación.

Decía Romero Murube que «ser hoy sevillano es morir cruelmente y poco a poco en cada calle, en cada esquina de la ciudad». Sevilla ha vivido épocas de degradación y de auge. ¿En qué momento nos encontramos?

Me temo que estamos todavía en un momento de confusión. Sevilla sigue sin saber qué quiere ser de mayor. La gente joven, cuando va creciendo, tiene expectativas de futuro y, más tarde o más temprano, acaba teniendo claro qué quiere ser en la vida. Fruto de esa confusión Sevilla no acaba de creerse que tiene una historia venerable y tiene que aprovechar su riquísimo patrimonio. Nadie vive del pasado, así que hay que mirar al futuro. No podemos convertir la ciudad en un decorado que solo sirva para que los turistas nos admiren.

Con «Sevilla en la encrucijada» pretende «recordar lo que fuimos para comprender lo que somos». ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

No. La ciudad tuvo un pasado impresionante, sobre todo en los siglos XVI y XVII. Fue una etapa irrepetible, pero eso no quiere decir que tengamos que conformarnos con ser un poblacho que se relame las heridas de lo que fue.

La obra abarca un amplio periodo histórico, desde los años 30 hasta los 70 del siglo pasado. ¿En qué época brilló más y cuándo se autodestruyó?

En ese periodo lo que hace la ciudad, sobre todo, es destruir. Lo que se construyó no fue de calidad. Además, dejamos caer lo que estaba deteriorado para hacer negocio. Entonces surgió esa parte de Sevilla que podría ser construida en cualquier ciudad del mundo, sin personalidad. Crecimos en cantidad pero de una forma mediocre. Ni nuestros regidores ni el pueblo eran conscientes del valor patrimonial que teníamos.

La Exposición Iberoamericana de 1929 fue clave para el desarrollo urbanístico. Sin embargo, después vino una crisis brutal.

Marcó un hito. La ciudad volvió a brillar a nivel internacional. Los arquitectos regionalistas reinventaron la ciudad. Sin embargo, después vino una crisis tremenda. Hubo mucho paro y miseria. Fue el caldo de cultivo de lo que ocurrió después.

Los años 50 y 60 fueron letales para el urbanismo. La piqueta destruyó destacadas joyas patrimoniales. ¿Cuáles fueron esas pérdidas irreparables?

En el libro hablo de edificios que se perdieron e incluso de lugares. La plaza del Duque era un recinto espléndido, de principios del siglo XX, y ahora no nos queda nada de lo que fue. De la plaza de la Magdalena tampoco, y tenía edificios costumbristas muy importantes. También cientos de edificios de altísimo valor. Sevilla tuvo regidores que eran catedráticos de Historia del Arte que impidieron que se mantuviera este patrimonio.

¿Le vino bien a Sevilla la Expo 92?

Creo que sí. Cuando uno se propone objetivos trabaja para conseguirlos, a veces son utópicos y otros más realistas. De la misma manera que la Exposición del 29 relanzó a la ciudad y se abrió mucho más allá del recinto amurallado, la Expo del 92 hizo que creciera más allá del río. La Cartuja pasó de ser una huerta a algo espléndido.

¿La dicotomía entre la tradición y la modernidad provoca un estancamiento?

No es una cosa o la otra, sino las dos a la vez. No están reñidas. Es importante conservar lo mejor de nuestro patrimonio, restaurarlo y defenderlo. Pero no nos debemos quedar ahí. Hay que buscar nuevos horizontes, nuevas fórmulas. Si seguimos al ritmo que vamos, Sevilla no tendrá pulso ni actividad. El mundo es imparable, la ciudad tiene que vivir de acuerdo con lo que está pasando en su tiempo, no puede vivir anclada en el pasado.

El «boom» turístico actual, ¿es un nuevo elemento de degradación?

Es positivo, pero se puede convertir en un problema que siga creciendo de forma desaforada sin que la ciudad sea capaz de gestionarlo. En muy poco tiempo Sevilla está luchando por conseguir adaptarse a este torrente de visitantes. Podría acabar como Venecia por el turismo, que se vació de venecianos. Los vecinos se van del casco histórico porque no hay servicios ni tiendas. Es bueno que haya turismo, pero de una forma razonable.