Coronavirus

Vamos por fases

“Lo que demuestra Garzón es la ignorancia del que ataca algo que funciona, un sector que da riqueza, empleo y prestigio y que además nos abre al mundo”

Una terraza de un bar en Sevilla, durante la fase 1 de desescalada
Una terraza de un bar en Sevilla, durante la fase 1 de desescaladaManuel Olmedo

Lunes

Fase 1. Día 1. Hemos decidido no bajar a un bar aunque yo he estado gran parte de la mañana currando en la calle y me he alegrado de ver a gente sonriente sentada alrededor de una mesa con varias cervezas y un par de tapas. He llegado a ver a un hombre sentado solo en una mesa de una terraza, con su cerveza y su cigarro, que llamaba a un amigo a gritos por el teléfono para contarle lo que estaba haciendo: ¿a que no sabes dónde estoy? Claro que la lluvia no ha permitido que la felicidad fuera total. Realmente lo de no bajar a tomar algo no ha sido una decisión. Me ha sorprendido no sentir la necesidad, una vez en casa, y con ayuda de la lluvia la Pájara y yo hemos descartado la idea. El síndrome post pandemia ya está aquí. Nos hemos convertido en autócratas de un minúsculo reino almenado en el centro de Sevilla donde, ese es el secreto, también hay cerveza.

Martes

Alguna vez con mis amigos hemos hecho la broma de formar nuestro propio gobierno. Nos hemos reído al nombrar ministros de esto o lo otro haciendo mofa de las aptitudes de cada uno. A este en Hacienda que es un tacaño, al otro a interior porque le gusta tenerlo todo controlado, al siguiente le dejamos en el partido porque es retorcido y sabría desactivar los ataques internos. Luego pienso que si algún día me viera en esa tesitura, Dios me libre, probablemente a alguno sí que llamaría pero al que supiera del tema. Y también me doy cuenta de que funcionan igual nuestros políticos. La diferencia es que muchas veces al que ponen no tiene ni idea de su departamento y resulta un desastre. Algo parecido a lo que ha pasado en la Comunidad de Madrid. Sin embargo el ataque orquestado contra su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, por parte del gobierno central es demasiado salvaje. Porque, aunque haya sido negligente en sus funciones, el ataque no va por ahí. Es una justificación, una respuesta ante el reproche contra quien más puede reclamar y demostrar. Da igual que haya todavía cientos de miles de trabajadores acogidos a ERTES que no han cobrado desde hace dos meses; no importa que Pedro Sánchez haya hecho una gestión de compra de material lamentable y que oculte deliberadamente a los intermediarios; que cientos de millones de euros destinados a ese fin se hayan pagado a empresas fantasma; que beneficie a una comunidad a cambio de su apoyo sin atender a criterios sanitarios o que estos cambien al tuntún. No. Es mucho peor dar pizza a los niños, asistir al cierre del milagro de IFEMA -por donde no se ha dignado a aparecer el presidente-, o dormir en un hotel para evitar contagiar a los tuyos gracias al ofrecimiento de un empresario con ganas de ayudar. Y ya está, ya hay respuesta directa e infalible cuando se critique la gestión del gobierno. Ocurre parecido aquí en Andalucía con las residencias de ancianos.

Miércoles

Nunca había entendido el concepto de turismofobia hasta que me vine a vivir a Sevilla. Pero una vez aquí casi no ha habido día en el que no me haya acordado de los ancestros de los infinitos grupos de alemanes, franceses, chinos, japoneses y demás nacionalidades que nos visitan. Para entender mi postura tengo que aclarar que no estoy ni mucho menos en contra del turismo. Pero para ir a trabajar cruzo de media unas seis veces la Avenida de la Constitución. Para el que no esté familiarizado con ella tengo que explicar que los días de sol, que son casi todos, se convierte en una mezcla de festival de música, aeropuerto en temporada alta, punto de reunión del día de las familias en un campamento infantil y desembarco anfibio de una invasión continental, pero con guías que llevan palos y paraguas levantados que gritan en perfecto ingleluz “¡The Archivo de Indias!”, “¡The Alcázar!” A esto se une la peor peatonalización de la historia que quita los coches pero encaja las vías del tranvía, el carril bici, los naranjos y las terrazas de los bares. Mis improperios internos son comprensibles. Naturalmente hablo de antes de la pandemia. Y como consecuencia de ella esto ya no ocurre. Estos primeros días de fase 1 hay un disfrute inesperado porque además de aire, los habitantes de la ciudad hemos recuperado espacio. El río, el centro y sus estrechas aceras, la catedral, el habla todavía guasona a pesar de todo que se escucha ahora nítida por las calles. La tragedia, claro está, es que esta amplitud arrastra consigo la ruina de tantas familias que viven de ello.

Jueves

En Madrid, por su tamaño, o en ciudades pequeñas no muy visitadas o con pocos atractivos turísticos tradicionales como la playa, es difícil comprender a fondo lo que supone el turismo para nuestra economía. En cambio en Andalucía es el pan de cada día, un sector potente que ofrece una salida laboral digna con una exigencia de formación que puede ir desde la básica que exige la profesión de camarero hasta la de director de un gran hotel. Entre medias hay un sinfín de modelos de negocio, empresas, emprendedores, currantes y en definitiva una abrumadora y saludable competición diaria por ampliar, mejorar y diversificar la oferta. El ministro Garzón tiene razón en lo que dice, en parte de ello al menos, pero no sólo en lo referente al turismo. Precariedad, sí, como en todos lados; temporalidad, tres cuartos de lo mismo. Donde revela su ignorancia profunda es cuando habla de valor añadido y estacionalidad. Valor añadido es la calidad de la oferta turística española, con muchos reconocimientos internacionales, pero con uno mejor que es el nuestro propio cuando viajamos por España y descubrimos la increíble calidad de las propuestas de ocio. Lo de la estacionalidad creo que es innecesario explicarlo pero quién sabe si a lo mejor su ministerio prepara una ley para prohibir el cierre de los hoteles de estaciones de esquí en verano y obligar a la apertura de los chiringuitos de playa en invierno para acabar con ella. Pero donde realmente está el problema es en que lo que demuestra Garzón es la ignorancia del que ataca algo que funciona, un sector que da riqueza, empleo y prestigio y que además nos abre al mundo. Qué manía siempre los comunistas con tratar de dirigir cosas que funcionan para llevarlas a la ruina.

Viernes

La Pájara me ha regalado un ejemplar original de Hermano Lobo de 1972. Además de la agradable sorpresa de encontrarme con viñetas de mi admirado Forges, llama la atención la ligereza del humor, juzgado desde hoy resulta hasta un poco ingenuo. Claro que el hecho de estar bajo una dictadura cuyo aparato represivo y de censura podía llevarte al calabozo, o a algo peor, lo explica todo. E incluso así hay ciertas críticas sutiles bien disfrazadas para sortear al censor. No viví en esos años y afortunadamente no he vivido bajo una censura oficial institucionalizada. Sin embargo la situación que las ponzoñosas redes sociales proyectan en la sociedad se ha convertido en un sistema parecido y quien mejor ha sabido capitalizarlo ha sido sin duda la izquierda. Y con la experiencia de las concentraciones ilegales, imprudentes e irresponsables -está bien recordarlo-, de Núñez de Balboa se ha puesto de manifiesto. Que en un plano de humor alguien haga mofa de las feminazis, los maricas o los perroflautas no debería ofender a nadie. Igual que las burlas sobre pijos, cayetanos, jugadores de golf o castellanos. Aunque como esto último se vuelva algo despectivo la vamos a tener, soy castellano de Madrid y por si acaso tengo también mi apellido. El peligro, la vergüenza no sólo para Podemos o Esquerra, sino para toda la izquierda, es tratar de negar el derecho a manifestarse a esas personas no por lo que hacen sino por lo que son. Discriminan a un grupo por su posición socioeconómica que es precisamente contra lo que surgen los movimientos obreros y socialistas. El daño irreparable es convencer a una parte de la población de que realmente esas personas no merecen aprecio ni atención por ser como son. Y esa es una de las primeras fases de cualquier régimen represor que haya existido.