Luis Landero:
Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) se sirvió durante años de una pequeña parábola leída en un libro para explicar su teoría del cultivo de las capacidades propias. Un relato contenido en «El huerto de Emerson» (Tusquets) donde reconoce que detalles inexistentes se instalaron en su memoria sin saber cómo, porque no aparecían en el relato original. Algo parecido le sucedió con una novela de su juventud que rememoraba como de alto voltaje erótico y, sin embargo, no pasaba de un leve roce de manos entre los protagonistas. Con retales de recuerdos tan fieles como el paso del tiempo permite ha construido un libro de vivencias extraídas de la literatura y la experiencia de vivir, si es que no fueran lo mismo.
El regreso a la memoria parece que fuera fácil, pero hay que ir hilando para que tenga un orden. ¿Cómo hizo para darle la forma definitiva?
Según escribía una cosa se me venía otra escena de mi pasado. Es como salir de paseo sin rumbo fijo: según uno va andando, va apareciendo el rumbo. Al principio no pensé que sería un libro, lo he escrito por el gusto de recordar.
Llega un momento en la vida de un escritor consagrado en el que, como dice de usted Aramburu, leeríamos hasta su lista de la compra.
Bueno, pero Fernando es muy buen amigo y nos queremos mucho (risas). Uf... yo no me considero un escritor consagrado, al contrario, soy muy inseguro y me considero aprendiz. Tengo muchas dudas y escribo con incertidumbres. Me hace gracia eso de escritor consagrado... uno puede ser un escritor consagrado y escribir una porquería de libro.
¿Hay muchos casos así?
No sé... Con el tiempo vas aprendiendo, vas teniendo destrezas y un cierto oficio y al final es difícil hacer algo descaradamente malo.
Dice en el inicio de este libro que para escribir no hay más que salir al bosque ya vivido. ¿A partir de qué momento uno ha vivido suficiente para eso?
Depende de las experiencias. A la edad que yo tengo todo esto parece una cosa confesional y las memorias uno las escribe cuando llega a cierta edad. Pero un escritor joven puede recordar cosas de su pasado y laborar en el huerto de la memoria. Es que no tenemos otra cosa más que la memoria, la imaginación y los cinco sentidos. A partir de ahí nos montamos nuestro mundo. Como decía Antonio Machado, esas cosas la memoria, con el tiempo, a veces te las devuelve convertidas en poesía.
¿Es de los que piensa que hay poner distancia para escribir?
Creo que sí, que hay que escribir después de haber vivido y de que el olvido haya quitado lo secundario. El olvido es fundamental porque hace una selección que parece muy caprichosa, pero salva detalles constituyen el alma de un texto literario.
Habla también de que hay que vivir todo como si fuera de estreno. ¿Si no es así estamos abocados a pensar que nada tiene sentido?
Lo que no podemos es ser consumidores de sensaciones u opiniones ajenas. Uno ha visto llover muchas veces, pero en el día de hoy, si llueve, de algún modo hay que redescubrir la lluvia. Y sobre todo que el corazón esté siempre vivo. Lo peor que le puede pasar a alguien es que pierda la capacidad de emocionarse. Eso es malo, no ya para un escritor, sino para cualquier persona.
¿Cómo se consigue?
Estando un poco alerta, cultivando el espíritu. Para eso hace falta un poco de soledad y de lentitud, mirar las cosas con tus ojos y sentirlas. Eso es vivir de primera mano, someter todo a tu criterio, no dar las cosas por sabidas. Siempre pongo el ejemplo de Van Gogh sobre cómo la belleza de los girasoles estaba ahí para quien quisiera verla. Y no tuvo que irse muy lejos, no tuvo que vivir grandes aventuras para descubrirla. Eso exige un esfuerzo, ese es el problema, que es más cómodo vivir de segunda mano.
¿Qué van a hacer ahora que no se puede viajar por la pandemia los que se iban a la India a descubrirse a sí mismos?
Eso es un modo de evasión, uno de los más viejos tópicos románticos: que si viajas vas a tener experiencias extraordinarias que no vas a tener en tu barrio o en tu ciudad. Es una falacia. Ya estás en Ítaca, aquí tienes está tu reino, toma posesión de él.
Cuenta que Heródoto explicaba que los persas discutían los asuntos importantes borrachos y al día siguiente sobrios. Y si llegaban a la misma conclusión entonces se tomaban decisiones. ¿Hoy discutimos siempre borrachos de nosotros mismos?
El problema es aquí siempre estamos ebrios de pasiones y a veces de malas pasiones. Me parece un rasgo de sabiduría porque son dos maneras de ver las cosas desde dos estados de ánimo diferentes. Esto se podía aplicar en este país, donde todas las discusiones son iguales y es desmoralizante.
¿Es nuevo esto de que los ciudadanos no se entiendan o se nos olvida que no nos hemos entendido casi nunca?
Esto es endémico en España. Quien lea a Galdós sabe que viene de muy atrás, hemos sido siempre una familia mal avenida. Nunca hemos tenido elementos fuertes de cohesión. Durante la Transición sí, quizá porque estábamos de estreno.
Estábamos con el miedo en el cuerpo...
Sí, pero también la luz y la esperanza de entonces... Había ilusión porque estrenábamos democracia y durante un tiempo fue una democracia con ruido de sables. Los que vivimos aquello recordamos muy bien el miedo que pasamos. El 23F fue como la vacuna de Pfizer para este país.
Volviendo atrás, ¿por qué se ensalza tanto la infancia?
Porque es cuando hemos vivido las primeras e inolvidables experiencias.
Pero seguramente si de niños los hubiéramos escrito, los recuerdos serían distintos.
Los niños no escriben, viven. No tienen pasado, no tienen futuro y son extranjeros en este mundo. Vienen sin referencias de nada y solo disponen de sus cinco sentidos y de un uso de razón todavía sin apenas desarrollar, casi pertenecen a un mundo mágico. Y aunque no lo recordemos, la memoria irracional y los sentidos lo recuerdan. Por eso la infancia es para siempre. Esa primera mirada viene con nosotros ya durante toda la vida y contamina las experiencias que vienen después.