De esta salimos
Zombis y precios desbocados
La visión liberal globalizadora de la economía ha llevado a una hiperdependencia asiática
Hace unos días tuve la oportunidad de oír en el Instituto San Telmo a Jesús Porres, director ejecutivo de Bidafarma, enfatizar la necesidad de hacer más resiliente la cadena de suministros. Así es, desde hace casi tres trimestres existen grandes dificultades para encontrar barcos, contenedores o conseguir que los buques mercantes atraquen en determinados puertos.
Antes de la pandemia traer un contenedor desde Estados Unidos a Europa costaba entre 2.000 y 3.000 dólares, ahora oscila entre los 14.000 y los 16.000. Los transportes de contenedores se ofertan por las empresas a sus clientes casi en forma de pujas. En no pocos casos el coste del flete es mayor que el valor de la mercancía que transporta. Una parte muy importante del aumento del coste y del retraso en el abastecimiento de mercancías está en el colapso de la capacidad de operar de muchos puertos comerciales. El dato lo aporta pedro Manuel López, responsable de la empresa española Alonso Forwarding. Una operación de carga y descarga que antes se hacía en un día ahora obliga a un buque mercante a permanecer unos ocho días en la Bahía antes de que pueda cargar y descargar. La consecuencia es que ese barco no puede rotar en su programa de transporte (en definitiva, hacer sus habituales viajes y tornaviajes). Muchas navieras deciden omitir estos puertos colapsados de su cartera de servicios por lo que las empresas que necesitaban llevar o traer mercancías de ese lugar, quedan bloqueadas.
La visión liberal globalizadora de las relaciones económicas que prometía una localización óptima (eficiente) de las empresas allá donde mejor y más barato pudieran producir, ha llevado a una hiperdependencia planetaria de la zona asiática. Hoy día seis de los ocho puertos más importantes del mundo están en China. Discursos propios de un nacionalismo económico y silenciados por lo políticamente correcto, ahora renacen en la propia Unión Europea cuando se señala la necesidad de recuperar la soberanía tecnológica perdida. Especialmente es así para el caso de los semiconductores y microchips ya que el 80 por ciento de la producción mundial se concentra en Taiwán y Corea del Sur. El mundo es sobredependiente de los sensores y microchips que hoy nos avisan tanto de que la nevera se queda vacía como de que necesitamos la dosis diaria de medicación.
El debut de la Covid en Asia coincidió con un repunte internacional de los pedidos de microchips. El cierre de las fábricas asiáticas primero y de los puertos, después, ha sido un golpe para la economía mundial del que aún no nos hemos recuperado. Ahora la demanda se ha recuperado con el reinicio de la actividad económica pero la cadena de suministros, no. La explicación parcial de lo que está pasando podemos encontrarla en el incremento del precio del acero que ha dificultado la construcción de contenedores. El precio del hierro se ha incrementado en un 97%, el dato me lo aporta el empresario Francisco Gutiérrez. Efectivamente, el coste generalizado de las materias primas es el otro gran quebradero de cabeza y, en buena parte, está explicado por la misma rotura de la cadena de suministros.
Los profesionales más finos te dan informaciones como esta; el precio promedio de la madera ha subido un 300%, los contratos anuales de servicio de frascos de vidrio se han roto con subidas no previstas del 5% en noviembre y anuncian otro 10% en enero de 2022. Los cartones han hecho ya cinco subidas a lo largo del año 2021 y hay otra prevista en diciembre. El precio de los plásticos -el polietileno- ha subido de 1,25€/Kg el año pasado a 2,63€/Kg y continua subiendo. En el caso de los complejos impresos se alargan los tiempos de servicio de 6 a 10 semanas. El tiempo de espera para recibir un cargamento de microchips puede ser de 20 semanas.
Con lo anterior y el añadido de incremento del coste energético, la inflación no va a hacer más que subir poniendo en cuestión las predicciones de los bancos centrales que auguraban una inflación bajo control a fin de año.
Sólo un colapso en la demanda por el encarecimiento de la cesta de la compra y unos salarios que siguen deteriorándose pueden embridar la subida de precios. Todo ello antes de que se destape el pastel “zombi”; un pastel que en nada se parece a la calabaza de Halloween sino a todas las empresas que siguen viviendo de la tesorería de los créditos ICO con la esperanza de que llueva un maná en forma de condonación universal y sin que puedan solicitar el concurso de acreedores. No porque no estén técnicamente quebradas, sino porque la legislación mercantil nacida en tiempo de Covid aplazó el drama concursal.
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