Galardón
Alberto Campo Baeza: “La arquitectura permite hacer más felices a las gentes”
Considera “un regalo más” el Premio Nacional de Arquitectura 2020 recibido en Cádiz
Maestro de la sencillez y de la luz, Alberto Campo Baeza, que este jueves recogió en Cádiz el Premio Nacional de la Arquitectura 2020, cree que su profesión es, como la poesía, “una manera de hacer más felices a las gentes”.
Campo Baeza nació en Valladolid en 1946, pero desde los dos años vivió en Cádiz, una ciudad que, según dice en una entrevista con EFE, es “la más bonita del mundo”. Aquí seguramente aprendió que la luz y el viento debían ser dos aliados fundamentales de su carrera.
Por eso le parece “un regalo más” que le entreguen el Premio Nacional de Arquitectura 2020 en esta ciudad y, más concretamente, en el Oratorio de San Felipe Neri, un espacio ligado a su infancia en el colegio contiguo.
Este premio le hace “especial ilusión”, aunque se incorpore a una larga lista de reconocimientos, como el Premio Piranesi de Roma o la Medalla de Oro de la Arquitectura del Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España.
La Casa Turégano o De Blas, en Madrid; las casas Gaspar, Asencio, Guerrero o del Infinito en Cádiz; la Caja de Granada y el Museo Memoria de Andalucía, ambos en Granada; la plaza Entre Catedrales en Cádiz; la Guardería para Benetton en Venecia; el Centro de Conservación para el Museo del Louvre en Lievin, Francia; el Polideportivo de la Universidad Francisco de Vitoria o la extensión del Liceo Francés de Madrid son algunas de las obras de este arquitecto que ha hecho del blanco otra de sus señas de identidad.
A “un profesor maravilloso”, el arquitecto Alejandro de la Sota, dice que le debe su talento para hacer de la sencillez un valor imprescindible en sus diseños y una herramienta para transmitir “tranquilidad”, naturalidad y armonía.
Para él la arquitectura llega a emparentarse con la poesía, un arte que cultiva aunque no publique, porque ambas huyen de elementos “innecesarios” para sacar “todo el aroma” y “toda la fuerza” de una emoción o de un espacio.
A Alejando de la Sota también le debe su otra vocación, la docencia, a la que ha dedicado 50 años.
Catedrático de proyectos durante más de 30 años en la Escuela de Arquitectura de Madrid, Campo Baeza ha impartido clases en universidades de Zúrich, Lausanne, Pennsylvania, la Bauhaus de Weimar, Washington o Bélgica, entre otras, en una pasión de la que no se desengancha, por lo que hasta 2020 ha sido catedrático emérito de la Universidad Politécnica de Madrid y este mismo año profesor invitado en la NYIT de Nueva York.
“La docencia me apasiona, disfruto como un enano. Es un regalo, uno aprende más de lo que enseña”, asegura.
A sus estudiantes les sigue inoculando “lo que me decía mi padre de pequeño: que estudien, que estudien mucho” y “que sean admirables”.
“Con Google tenemos toda la información, pero si no se digiere, esa información no genera conocimiento” y mucho menos “sabiduría”.
Como los padres que siempre dicen querer por igual a sus hijos, él también quiere a todas sus obras por igual.
Aunque confiesa que siente “un poquito más” de orgullo por dos casas de Cádiz: la Casa Gaspar, que hizo “con cuatro perras” en Zahora para un maestro de la zona y la Casa del Infinito, una vivienda casi a pie de la playa de Los Alemanes, en Zahara de los Atunes, con muchos más recursos económicos.
No se cansa de trabajar. En la actualidad trabaja sobre un proyecto en la playa de Tecuan, en Jalisco (México), donde ubicará un enorme cajón empotrado en la arena y una plataforma dentro del mar, para albergar un edificio público “todo abierto, atravesado por el mar, el aire y los pájaros” y en el que se celebrarán exposiciones, conferencias, conciertos y otras actividades.
Si se le pregunta a que reto le gustaría enfrentarse, contesta que a la construcción de un rascacielos.
Un reto al que se enfrentaría, como a todos, “como un médico”. “Un proyecto no es una idea brillante que se te ocurre mientras paseas. Es un diagnóstico. Como un médico con un enfermo, primero haces análisis, pruebas, estudios profundos para después buscar la mejor solución”.
Hace 40 años, en 1990, tuvo que ratificar una denuncia contra un político popular que la había exigido una mordida del 30% de sus honorarios por conservar su contrato como arquitecto de un encargo de la Empresa Municipal de la Vivienda y el Suelo de Madrid, un episodio que no le gusta recordar.
“Fui honrado a carta cabal. Gracias a Dios me han ensañado desde pequeño a ser honrado y lo seré hasta que me muera. En construcción se mueve mucho dinero y donde se mueve mucho dinero hay gente que mete la mano. Han existido, existen y seguirán existiendo”, afirma mientras se distancia de ese tipo de personas porque para él lo importante en esta vida es “no perder el buen humor”, “ser honrado, honesto” y dar las gracias “el disfrute” de la vida.
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Pasividad ante la tragedia