"El bloc"
Simpática huelga
“El disparatado precio de los combustibles lo sufre el camionero y el agricultor más que nadie”
Dos años después, día por día, de que el personal se embarcase en una compra compulsiva de papel higiénico, al gentío le ha dado por acumular cerveza: se conoce que el hit primaveral de 2022 no es la cagalera aparejada al coronavirus en sus inicios, sino la cogorza domiciliar para el olvido momentáneo de cuantas circunstancias incompatibles con la felicidad nos atormentan. Los supermercados comienzan a notar el desabastecimiento, que es palabra antañona que los gobiernos nacional y autonómico pretenden suplir con eufemismos como «desajuste en el stock». Sea como fuere, la clave está en si los palés de litronas y botellines permanecen esqueléticos como el dromedario derrengado a mil millas del oasis o si los servicios mínimos garantizarán la repuesta del bebercio. Porque esta huelga de transportistas, amigos, es cosa la mar de seria y no vamos a andarnos con comparaciones con las revueltas de los chalecos amarillos en Francia (una veintena de muertos, que se dice pronto), pues los vecinos transpirenaicos son por tradición presa de una furia levantisca de la que aquí, de natural dóciles, carecemos. Este paro, incluso en sus derivaciones más salvajes, se beneficia de cierta simpatía popular porque el disparatado precio de los combustibles lo sufre el camionero y el agricultor más que nadie, sí, pero afecta también en gran medida al ciudadano que no tiene dinero para sustituir su viejo coche diésel de antes de la crisis. ¿Exenciones fiscales –y aparcamiento gratis– para el pijo que se puede permitir un Tesla mientras se cruje a impuestos al padre de familia que lleva a sus nenes al cole en el utilitario? Con detalles así se quiebra el discurso rojiverde y percibe el votante a marcianos sin anclaje alguno con la realidad donde debería ver a dirigentes progresistas.
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