El Bloc
La maldición del faraón
“¿Por qué diantre se ha empeñado una institución tan respetable como La Macarena en mantener, durante el casi medio siglo enterrado a un criminal como Queipo de Llano?”
Tal día como antier hace un siglo, Howard Carter no encontró, o al menos ninguna fuente seria lo atestigua, la célebre inscripción en la antecámara de la tumba de Tutankamón: «La muerte golpeará con su miedo a aquel que turbe el reposo del faraón», propagó el crédulo populacho que leyó el arqueólogo, varios miembros de cuya expedición –entre ellos su mecenas, Lord Carnarvon, y su secretaria– murieron en circunstancias poco claras durante los siguientes meses. La llamada «maldición del faraón» será un camelo, en efecto, pero sí es obligatorio el respeto al descanso de los muertos, fueran cuales fueren sus obras mundanas, común a todas las culturas desde el Neolítico. Remover huesos y profanar tumbas es cosa de necrófilos y mafiosos, a elegir, así que será merecida toda desgracia política que se cierna sobre quien menea cadáveres por políticas razones. El buen pueblo sabrá negarles su voto cuando llegue el momento. Otra cuestión es por qué diantre se ha empeñado una institución tan respetable como La Macarena en mantener, durante el casi medio siglo transcurrido tras el decaimiento del franquismo, enterrado a un criminal como Queipo de Llano –asesino que transitó durante la posguerra en la frontera del sadismo– en un lugar tan preeminente. Tamaña contumacia en el error resulta censurable, aunque no tanto como el teatrillo alrededor de su exhumación exprés: disfrazaron de obligación lo que no podía ser obligatorio por tratarse de un espacio privado y así le hacen el juego a los de su cuerda tratando de no encabritar a los de la otra. La silla de Pedro la ocupa un jesuita, recuerden, así que nada hay más coherente que unos cofrades obrando con jesuítica sinuosidad. La estricta obediencia a Roma era esto, por lo visto.
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