Medio Ambiente
El bagaje minero-industrial de Huelva, un peligro potencial para la salud
La Universidad onubense alerta de la presencia de arsénico y plomo
El bagaje minero-industrial que desde hace un siglo marca la actividad económica de la capital de Huelva está dejando suelos potencialmente peligrosos para la salud de sus vecinos por la presencia de arsénico y plomo.
Esta es la conclusión principal de un estudio que a lo largo de una década han desarrollado investigadores de la Universidad de Huelva con el objetivo de evaluar el riesgo para la salud humana de los metales pesados en los suelos urbano-periurbanos del municipio.
Según ha explicado a EFE Joaquín Delgado, investigador principal, partieron de la base de que la ciudad de Huelva ha recibido durante el último siglo distintas entradas de carga metálica contaminante, una asociada al polígono industrial y otra a una actividad minera, ya desaparecida, que hacían que, a través de las vías férreas, llegaran los minerales de la Faja Pirítica Ibérica, bien para su procesamiento en fábricas o para su transporte a otros puntos del país.
Estas actividades han provocado la existencia de “niveles en exceso de los metales que principalmente se asocian a la explotación de sulfuros como son el arsénico, el cadmio, el plomo, el cinc y el cobre”, ha indicado.
Para determinar esos niveles, el equipo investigador tomó hasta 185 muestras de suelos y sedimentos en distintos puntos de la ciudad, tanto en zonas industrializadas como en otras localizadas en paraje natural o en lugares agrícolas, para realizar un análisis químico fundamental en base a lo que la normativa ambiental fija como zona que se encuentra en riesgo potencial para la afección a la salud humana.
Los investigadores establecieron los niveles de concentración de los metales presentes en esas muestras y los compararon “con lo que se denomina nivel genérico de referencia, establecido por la Junta de Andalucía, que señala el máximo permitido en suelo”.
Esto les permitió distinguir entre zonas con niveles por debajo del valor de referencia, es decir, sin contaminación derivada de esos procesos industriales y de la minería, que se usaron como valores de referencias locales para fijar los puntos que tenían interés por poder estar afectados por contaminación por metales pesados.
Una evaluación de riesgo estudió la salud específica del sitio por exposición (ingestión oral, inhalación oral y contacto dérmico) de acuerdo con la normativa regulatoria.
Para reducir la incertidumbre derivada de las características del suelo, se incluyeron en la evaluación datos de bioaccesibilidad y biodisponibilidad prevista.
Además, para evaluar la bioaccesibilidad oral se aplicó el protocolo definido para la determinar la afección a la salud, que consiste en pasar cada muestra por un proceso químico en el que se simulan las condiciones gastrointestinales.
El método significa atacar químicamente la muestra para que libere los elementos metálicos que se liberarían si una persona ingiere una determinada cantidad de ellos, ha explicado el investigador.
También se dividieron los elementos químicos analizados entre los que se consideran o no cancerígenos.
Los resultados ponen de manifiesto que hay zonas que “suponen un riesgo cancerígeno a largo plazo” en la ciudad y su entorno por presentar “valores especialmente llamativos” de arsénico y plomo.
En el caso del arsénico se superó el nivel reglamentario en todas las muestras menos en dos, incluidas áreas como la zona del Paseo Marítimo donde se construye ahora un carril bici, la industrial o la ribera del Odiel, por la que se ha definido una especie de corredor verde multimodal de uso recreativo.
En cuanto al plomo, el equipo investigador no espera efectos perjudiciales para la salud, excepto en la zona de la vía verde de Corrales y su área recreativa que llega hasta un antiguo cargadero de mineral.
“No estamos diciendo que una persona que se vaya a sentar un día en una de esas zonas vaya a tener cáncer pero sí que una exposición prolongada al mismo podría provocar en la escala de vida humana, es decir, en unos 40, 50 o 60 años un riego potencial de padecer cualquier enfermedad crónica de tipo cancerígena”, ha subrayado.
Como ejemplo pone el de un niño que vaya a diario a jugar a uno de los parques de esas zonas recreativas: “Los niños tocan todo del suelo, se llevan las manos a la boca, ingieren frecuentemente productos derivados de estar jugando durante toda la tarde, con lo cual en una vida media de unos 70-80 años podría provocar riesgo crónico”.
La razón es que los metales pesados que ingiere el ser humano no son biodegradables, es decir, el organismo no puede procesarlos, por lo que se bioacumulan y cuando se sobrepasan los límites de afección a la salud empiezan a provocar problemas.
Los investigadores consideran que los suelos informados que excedan los niveles reglamentarios deben clasificarse como contaminados.
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