Entrevista
Inma Rubiales: «Sentir sin miedo es un regalo»
«Nuestro lugar en el mundo» (Planeta) es una oda a la búsqueda de identidad, a la redención y a la emoción sin filtros
Inma Rubiales no solo escribe novelas. Te las susurra al oído. Afincada en Sevilla, tiene veintiún años y ya ha conquistado el corazón de miles de lectores con historias que hablan de heridas abiertas, amor que repara y verdades que, cuando se pronuncian en voz alta, dejan de doler. Su último libro, «Nuestro lugar en el mundo» (Ed. Planeta), es una oda a la búsqueda de identidad, a la redención, a la emoción sin filtros. Hablamos con ella sobre autosabotaje, expectativas familiares, mentiras piadosas que pesan como piedras y el vértigo de triunfar tan joven en un mundo que se mueve demasiado rápido.
¿Para tus novelas haces un casting de personajes previo? En mi casa tengo tres adolescentes de manual.
(Ríe). Parto de una palabra que los define. Luka es redención. Nora, intensidad. Y a partir de ahí, ellos hablan. Llega un momento, hacia el capítulo cuatro o cinco, en que Inma Rubiales desaparece y solo quedan ellos, donde mis personajes hablan por mí. Yo solo pongo los dedos sobre el teclado.
En la novela dices que la literatura no es especial por el autor, sino por la interpretación de cada lector. ¿Qué mensaje te gustaría que se llevaran quienes te leen?
Sentir sin miedo. Desde niños se nos dice que no debemos llorar, ni enfadarnos, ni emocionarnos demasiado. A mí me pasa: soy hipersensible, lloro con una canción o una película que me remueve por dentro. Sentir así no es debilidad, es vida. Antes pensaba que era malo. Ahora sé que es un regalo.
En «Nuestro lugar en el mundo» haces un retrato muy realista de la juventud actual, marcada por la necesidad de encajar, de gustar, de no defraudar.
Todos, en algún momento, nos hemos sentido fuera de lugar. El miedo a decepcionar a los demás es un peso enorme. Mis personajes, como muchos lectores, se sienten así: inseguros, perdidos, incapaces de ser ellos mismos por temor al rechazo. Y es justo ahí donde quiero ofrecer consuelo. Que el lector diga: «No soy la única persona que siente esto». No quiero encajar, quiero sentir.
¿Por eso Nora miente? ¿Para protegerse?
Sí, y esa mentira la acaba encarcelando. Ella no quiere decepcionar a sus padres, pero al hacerlo, se traiciona a sí misma. Hay una frase que le dice Luca que lo resume muy bien: «La gente te va a odiar igual, así que al menos sé tú». Mentir para gustar es inútil, porque ni siquiera esa versión inventada de ti va a gustar a todo el mundo. Así que mejor ser uno mismo, con todas las consecuencias.
Haces una crítica clara a las altas expectativas que los padres depositan sobre los hijos. Ese «queremos lo mejor para ti, pero sin ti».
Es un tema complicado. Intento que mis personajes padres no sean villanos, sino humanos. Muchas veces no somos conscientes de que nuestros padres también están improvisando, que es su primera vez siendo padres. La presión que ejercen suele venir del amor, aunque no siempre lo hagan bien.
También introduces el concepto de autosabotaje. ¿Hablas desde tu propia experiencia?
Totalmente. A veces me cuesta creerme lo que me está pasando. He estado en firmas con 500 personas gritando mi nombre, vestidas como los personajes de mis libros… y yo pensaba: «¿Todo esto por mí?». Es el síndrome del impostor. Escribir me ayuda a vencer esos miedos.
Hay una frase muy potente en la novela: «Pasé mucho tiempo creyendo que no había sitio para mí en el mundo». ¿Dónde te ubicas tú en la actualidad? ¿Cuál es tu Ítaca?
Mi lugar en el mundo no es un sitio geográfico. Son mi familia, que me acompaña a cada firma; mis amigas, que están siempre ahí, y mis lectoras, que esperan horas en una cola solo para saludarme. Cuando las veo ilusionadas, felices, emocionadas por un libro que he escrito… siento que estoy justo donde debo estar.