"El bloc"

Poderío

"No dejó de hacer lo que le vino en gana ni un solo día, incluidos errores y excesos"

El hijo de María Jiménez, Alejandro Sancho Jiménez delante del féretro de la artista María Jiménez a la Capilla Ardiente instalada en el Ayuntamiento de Sevilla.
El hijo de María Jiménez, Alejandro Sancho Jiménez, delante del féretro de la artistaEduardo Briones Europa Press

Amaneció grisáceo y bochornoso el jueves en Sevilla, de luto el cielo por María Jiménez Gallego, la diva que no necesitó seudónimo ni adornos en una biografía novelesca y que nunca conjugó el verbo neológico «empoderarse» porque rezumaba poderío desde que, casi una niña, se ganaba la vida como podía ganársela una chavala pobre y sin estudios en aquella Triana arrabalera, despiadada y mucho menos romántica de lo que contaban las películas de Cifesa. Paso a la mujer que se abre paso… y vaya si se lo abrió. Si la palabra diva pudo usarse alguna vez con propiedad en esa Andalucía flamenca y canalla, fue para definir a esta artista inclasificable, a esta señora de bandera que no dejó de hacer lo que le vino en gana ni un solo día, incluidos errores y excesos, y que usaba con toda la pertinencia del mundo la expresión «con dos cojones» porque eso mismo más uno –o sea, tres cojones– le importaba la corrección política y lo que pensasen de ella. ¡Cómo le molestaba el manoseo posmoderno de su «Se acabó»! «Lo importante es quién canta y cómo, no lo que se canta». José Ruiz Venegas, su autor, fue un prolífico compositor que dejó registrados a su nombre casi un millar de canciones, entre ellas la sevillana «No me gusta que en los toros te pongas la minifalda», popularizada por Manolo Escobar. ¿Un precursor del feminismo? Venga, pues vale: «A mi novia le he prohibido que vaya sola a la plaza», arrancaba la tercera, que también entonaba María, bienhumorada cuando le salía de ahí, con ese torrente de voz que procedía del mismísimo centro de la Tierra. Su última voluntad ha sido un paseo del féretro en coche de caballos por su barrio, como los toreros a los que dan una última vuelta al ruedo dentro de la caja. Ole tu coño y que revienten los delicados.